Salvaje
Por Jeremy Ocelotl Oviedo | 15 de noviembre de 2019
Sección: Crítica
«¿Por qué besas a los clientes?», le pregunta Ahd a Léo, su amigo y uno de los muchos prostitutos que trabajan en la misma vía, después de que un cliente les pagara por besarse y Léo lo hiciera. «No me molesta», le contesta. Pero no sólo no le molesta: Léo disfruta de la intimidad que no puede separar de su trabajo como sexoservidor; en cambio su compañero le advierte que si disfruta su trabajo jamás lo dejará.
Salvaje (Sauvage, 2018) sigue el día a día de Léo, un joven y apuesto prostituto, y la forma en que se relaciona con sus compañeros y sus clientes. Con base en esto el director Camille Vidal-Naquet realiza dos relatos paralelos. Por un lado y de manera central, el de Léo y su existencia particular, donde la prostitución que ejerce no es definitoria de su persona, sino un aspecto mediante el cual se expresan sus necesidades y carencias, sociales y afectivas. Y periféricamente, el de sus compañeros y clientes, y cómo se insertan dentro de un sistema de intercambios económicos, afectivos y sexuales, y donde el pragmatismo reina ante la afectividad y emotividad de quienes ofrecen estos servicios.
De esta manera vemos a Léo, el “salvaje” del título, deambular por sus diversos encuentros, ya sea con sus compañeros, con clientes, médicos e incluso un sugar daddy, mientras busca saciar necesidades que parecen no responder al modelo capitalista en el que se encuentra inmerso. Léo busca una intimidad afectiva que le es negada al estar enamorado de un compañero que ejerce la prostitución con hombres sin ser homosexual, y que logra saciar de manera parcial, mediante el abrazo a su doctora o al dormir con un viudo.
Al mismo tiempo vemos cómo su bienestar económico y corpóreo pasan a segundo término. Con una tos perenne durante gran parte de la película y un hábito de consumir crack a pesar de los daños a su salud, la película pone énfasis en una especie de placer, una satisfacción inconsciente, que apunta a un goce lacaniano por parte de Léo en su propio sufrimiento, acentuado de manera muy puntual cuando accede a tener un encuentro con un cliente que sus compañeros evitan por sus violentas tendencias, como si los altibajos de sufrimiento y placer presentes en la existencia de Léo le reafirmaran que se encuentra vivo.
Así, la existencia de Léo se contrapone a la de sus compañeros de trabajo –en especial a la de Ahd, de quien se encuentra enamorado–, que parecen haber perdido el interés en vivir y sólo buscan sobrevivir. Si Léo es todo emoción y afecto, y parece actuar en un nivel meramente instintivo, su compañero vive mediante un pragmatismo que le permite sobrevivir, utilizando y viendo su cuerpo como una mera herramienta de trabajo. Mientras que Léo disfruta de los actos sexuales con sus clientes, y los utiliza para sublimar sus necesidades afectivas. Ahd no se permite disfrutar del acto sexual y lo ve como una mera transacción, indicando al mismo tiempo una simbólica separación entre su yo sexoservidor y su yo en la vida personal. Cosa que no sucede con Léo quien es el mismo en todos sus ámbitos ya sea con sus compañeros, clientes, médicos o el hombre del que se encuentra enamorado.
A partir de esto Vidal-Naquet (Nevers, 1972) elabora una exploración sobre la corporeidad masculina como una mercancía a ser vendida o comprada dependiendo la persona, como un cuerpo deseado o como uno desagradable, como el objeto último de deseo o como una parte más de la persona. Esto también le sirve al director para complejizar las coordenadas del deseo de sus personajes. A lo largo del filme queda claro que Vidal-Naquet no ve las relaciones sexuales entre sus personajes como la culminación de sus deseos, ni siquiera como una romantizada equiparación de intimidad, ya que la mayoría de las veces las relaciones sexuales en la película son estériles, desapegadas, e incluso aburridas y transaccionales. Al contrario los deseos de los personajes parecen trascender lo corporal, y estar más anclados en lo emocional y en deseos de estabilidad económica.
Salvaje entonces se contrapone de manera absoluta a un filme que parecería similar por sus explícitas imágenes sexuales, El desconocido del lago (L’incunnu du lac, Alain Guirodie, 2013). Pero mientras que en el filme de Guiraudie el deseo gira en torno a lo corporal y el deseo sexual, pues incluso el enamoramiento de su protagonista sería más una infatuación producto de la atracción física, Salvaje explora las relaciones de los hombres donde lo físico y sexual, son una manera de llegar a una intimidad más trascendental. Dicho de otra manera hay más intimidad en las charlas de Salvaje que en cualquier escena softcore de El desconocido del lago.
Finalmente, el cuerpo de Léo, lleno de moretones, desprolijo, sucio, resulta menos atractivo, e incluso extraño al espectador al momento de ser domesticado y encontrarse bien vestido y peinado, libre de marcas corporales y enfermedades. Acentuando de esta manera el alienante proceso de domesticación al que se ha visto enfrentado durante todo el filme, pero no sólo domesticación sino de constricción social. Durante la película se le repite a Léo que debe cuidar su salud, que busque un hombre viejo que lo ame y lo mantenga, que deje la vida que parece disfrutar en pos de encajar en el modelo capitalista homosexual. Léo se revela no sólo en su sexualidad, sino en toda su persona, que parece no aceptar las convenciones sociales del homosexual. Rechaza ver su oficio sólo como un medio de obtener dinero, rechaza la convención del homosexual limpio, prolijo y saludable, del sexoservidor desapegado y pragmático, y finalmente rechaza la estabilidad económica a cambio de cambiar su persona. Y es este rechazo a lo establecido y aceptado socialmente, es lo que vuelve a Léo fascinante e incomprendido, salvaje.
Jeremy Ocelotl Oviedo trabajó en el departamento de programación del FICUNAM, fue el encargado de la sección de cultura de la revista S1NGULAR y es frecuente colaborador de F.I.L.M.E. Magazine.