Please Like Me

Please Like Me

Por | 23 de octubre de 2018

La novia de Josh termina con él porque cree se han alejado y, además, porque «probablemente» es gay (resulta que sí lo es). Después, su madre intenta suicidarse. Así empieza la primera temporada de las cuatro que conforman la totalidad de Please Like Me (Josh Thomas, 2013-16), una serie que, pudiendo haberse convertido fácilmente en un lamento melodramático sobre los dolores que trae consigo la transición a la adultez y las aparentes imposibilidades de amar en estos tiempos, coloca estos temas como lo que son: parte de una cotidianidad que nunca será completamente fatídica ni completamente agradable. En la misma dirección, aquello que sucede permite matizar y complejizar la construcción de los personajes: nadie posee la verdad absoluta, ninguno de ellos –ni nosotros– sabe de cierto a dónde va, sólo se sabe que hacia algún lado se estará yendo.

Josh (Josh Thomas) vive con Tom (Thomas Ward), su mejor amigo. Y ahí donde sin duda hay cariño, las demostraciones de afecto convencionales son sustituidas por pasivoagresividad constante, juicios sobre las decisiones del otro y un acompañamiento en el día a día: una cotidianidad que, sin ser ideal, luce cómoda, familiar. El primero esconde su inseguridad detrás de una fachada de egoísmo y humor ojete. El segundo navega la vida como por inercia, sin más motor para sus decisiones que su cobardía y pusilanimidad. Los dos son, francamente, horribles. Y, a pesar de eso –o, mejor, al mismo tiempo–, se apoyan cuando hace falta, se acompañan en los altibajos de la vida.

Desde la incomodidad y nerviosismo de su primer encuentro sexual con un hombre después de su rompimiento con Claire hasta la relación tormentosa que establece con Arnold, un chico que está internado en el mismo hospital psiquiátrico que su madre, vemos a Josh acostumbrarse a ejercer su homosexualidad, cometiendo los mismos errores una y otra vez, y escapando, por medio de agresiones, de cada relación en cuanto las cosas se vuelven demasiado íntimas. No trabaja, usa una propiedad de su padre para vivir, cuida a su madre durante su proceso de recuperación después del intento de suicidio y deliberadamente hace cosas para incomodar a sus amigos. Mientras tanto, Tom se involucra con varias mujeres siendo llevado siempre por la corriente y desgastando hasta el quiebre cada uno de los vínculos. Parece siempre ser arrastrado por las situaciones sin ejercer agencia sobre nada de lo que sucede. Lo ve todo, guarda silencio y, ocasionalmente, manifiesta su descontento de manera tibia. Nada es demasiado importante para él, nada parece emocionarlo de manera duradera. Sólo un personaje tan endeble como Tom podría coexistir con alguien tan egoísta como Josh durante un tiempo prolongado. Su dinámica, que podría sin problemas ser llamada tóxica, es, a la vez, funcional. Aunque cada uno esté consciente de aquello que está terriblemente mal en el otro, siempre estarán ahí, lado a lado, siendo horribles en compañía.

Ambos pueden funcionar como estandartes del peor lado emocional del joven adulto de hoy: frustrantemente imposibilitados para relacionarse con sus parejas de manera sana, recurriendo todo el tiempo a un humor evasivo como mecanismo para lidiar con los conflictos, arrastrando consigo a quien intente acercarse y entablar vínculos duraderos. En la superficie, Josh y Tom no parecen ser más que completos analfabetas emocionales. Nos recuerdan a otra generación, la de Seinfeld (Jerry Seinfeld y Larry David, 1989-98), serie famosa por retratar a personajes encantadoramente despreciables que, a la vez, no se trata de nada. Pero Please Like Me se distingue en ese último punto, mientras la atracción-repulsión que provocan los personajes se parece a lo que sucede con la serie noventera, detrás de la fachada de la comedia hay un trasfondo de tensiones y terrores: aquellos que son provocados por ver la decadencia de los padres, por los fantasmas de la soledad y el compromiso que permean cada encuentro romántico o sexual, por la amenaza de un futuro nebuloso, incierto. Es en sus maneras de acompañarse a través de estas tensiones donde, a pesar de sus defectos de carácter, el vínculo de Josh y Tom prueba ser vital.

Hoy se habla mucho –y muy a la ligera – sobre la importancia de detectar a las supuestas personas tóxicas y alejarse de ellas, como si esas personas siempre estuvieran allá, siempre fueran el otro. No es extraño, nadie quiere verse a sí mismo como una persona tóxica pero, ¿no lo somos todos un poco? Es imposible hablar de villanos o héroes absolutos, todos vivimos en esa gama de grises en el medio, inclinándonos a veces más hacia un lado o hacia el otro. Es tal vez por eso que resulta incómodo ver personajes detestables representados, aquellos seres con problemas para relacionarse de manera sana y para hacerse cargo de sus siempre cuestionables decisiones –¿no son todas las decisiones cuestionables?. Uno busca como puede distintas maneras de lidiar con la incertidumbre del futuro, con las culpas de los dolores que hemos causado y con el peso de nuestras decisiones; de ciertos eventos es imposible salir triunfal e intacto. Josh y Tom, durante las cuatro temporadas de Please Like Me, se tropiezan, se lastiman y lastiman a otros pero, al final, siguen juntos, ayudándose mutuamente a permanecer a flote sin que sean, ni remotamente, los héroes de ninguna historia sino, más bien, seres conscientes de su putrefacción y, gracias a aquello que no está podrido, tolerantes de la putrefacción del otro. Al final, todos somos más o menos horribles y, si todo sale bien, siempre habrá algún otro horrible con quien seamos compatibles.


Ana Laura Pérez Flores edita Icónica y es asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura