Autocrítica de un perrito burgués

Autocrítica de un perrito burgués

Por | 15 de febrero de 2018

La fantasía de este pequeñoburgués se alimentó del delirio masturbatorio de una película de Rossellini: si el personaje de Ingrid Bergman pudo empaparse de la clase trabajadora y aprender a sufrir como el proletario, entonces yo también puedo. Casi setenta años después de Su gran amor (Europa ‘51, Roberto Rossellini, 1952), hay artistas que siguen creyendo que con su obra pueden extenderle la mano a un sector de la población que los aterra y al que no entienden. Uno de ellos es Julian Radlmaier, el protagonista –y director– de Autocrítica de un perrito burgués (Selbstkritik eines bürgerlichen Hundes, 2017).

Este penoso autoengaño ideológico hace que el joven cineasta –en la versión ficticia de sí mismo–, sea convertido en perro como castigo cósmico. Una no menos penosa situación financiera lo llevó antes a enlistarse en una granja de manzanas y, de paso, vivir la experiencia del obrero subyugado en compañía de una serie de personajes cómicamente exagerados a la Wes Anderson, todos ellos siempre con frases radicales en la punta de la lengua para pegarle a la hegemonía neoliberal (frases como «La clase trabajadora es el más grande fascista» o «La democracia es la dictadura de la estupidez») y demostrar un idealismo completamente desfasado de los hechos que sustentan la política y la economía que les dan de comer.

Lo que ve Radlmaier (Núremberg, 1984) en la plantación termina concretado en una película (dentro de la película que ya estamos viendo) que decide su destino canino. El mecanismo de la pantalla dentro de la pantalla construye una farsa que no busca mofarse de teorías económicas rancias o hacer una crítica de los puntos débiles del capitalismo, sino de su propia juventud creativa y su severa falta de visión. Por una idea delirante de empatía o, más bien, por actuar con una fe bastante falsa en que puede establecerse un vínculo transversal entre clases con puras buenas intenciones, la pandilla excéntrica del perrito burgués no tiene el alcance para entender la maquinaria social.

Las posibilidades que sí tiene el personaje como artesano son, de perdida, técnicas: un afán de crear por crear y saber hacerlo bien. El director fuera de la ficción es juzgado por sus personajes dentro de ella, y no a causa de su distinguida manera de hacer un objeto bello de la imagen. Al final, su virtuosismo con el encuadre en cuatro tercios y la coquetería de los intertítulos, o la dinámica de relacionar a sus actores con los diferentes espacios de su universo comunista mediante una muy efectiva consideración del fuera de campo (sobre todo en sus juegos sonoros), palidecen ante sus faltas morales: el esteta está imposibilitado a comprometerse para salvar el mundo.

Esa contradicción es lo que podría estar enervando al angustioso Radlmaier sin que él se dé cuenta. En la secuencia en donde los trabajadores de la granja allanan una propiedad privada para irse de picnic, la chica de la que está enamorado Julian, Camille, lo acusa de ser demasiado obediente para ser un cineasta comunista. Su sueño proletario es solamente la fachada de una cacería romántica destinada al fracaso, y la improbabilidad de que el arte sea el instrumento sincero de su verdadera voluntad sólo puede resultar en la insatisfacción. Si se quiere alcanzar la integridad completa de una u otra vocación, no se puede ser militante y artista a la vez.

No será tan errado hacer de lo anterior, por muy desalentador que sea, un dictamen sintomático de ciertas sociedades dedicadas a la producción cultural, las cuales, a pesar de la precariedad de análisis o de perspectiva que no les permiten comprender los fenómenos económicos que mueven al mundo («¿Cómo puedes cambiar algo que ya no puedes pensar?», dice Radlmeier antes de que lo conviertan en perro por mamón), por lo menos saben inventar un aparato ficticio en donde distinguirse y burlarse de sus propias limitaciones; en este caso, a través de una de las armas más graciosas de la posmodernidad artística: la película que se critica a sí misma.


Rodrigo Garay Ysita es parte del equipo de Prensa de la Cineteca Nacional. ​Ha colaborado con Canal Once, Cinema MóvilF.I.L.M.E. Magazine y Corre Cámara, y participa en el programa sabatino Filmofilia, de Radio Fórmula. @Rodrigo_Garay