Yo soy Simón
Por Jeremy Ocelotl | 19 de abril de 2018
Hacia el final de Fin de semana (Weekend, Andrew Haigh, 2011), Glen y Russell caminan hacia los andenes donde Glen abordará el tren que finalmente separará a los protagonistas. El personaje de Glen menciona que ése sería su momento Notting Hill (Roger Michell, 1999), en el que todos aplauden, se realiza una gran declaración de amor, y todo es felicidad. Esto, más allá de la intención de Haigh de reafirmar su película como real y verosímil, en contraposición a las comedias románticas, que suelen decantarse por resoluciones más bien convenientes, deja al descubierto lo abandonado y denostado del género, incluso dentro del cine de temática homosexual.
Yo soy Simón (Love, Simon, Greg Berlanti, 2018) puede parecer un filme pedestre, al ser de las pocas y netamente auténticas comedias románticas gay. Pero es justamente este atributo el que termina distinguiéndola y volviéndola un caso especial en el cine de representación de diversidad sexual.
La trama del filme basado en el libro Simon vs. the Homo Sapiens Agenda (Becky Albertalli,, 2015) es simple. Simon un preparatoriano closetero, comienza un intercambio de correos con un compañero quien también se encuentra en el clóset, sin que ninguno sepa la identidad del otro. A partir de esto, la trama sigue los esfuerzos de Simon por que su orientación sexual no sea revelada, además de tener que resolver el misterio del estudiante con quien se escribe y de quien se ha enamorado.
Lo primero que llama la atención es la estructura del filme con un misterio sencillo y predecible, pero que recuerda en su ejecución a ejercicios de comedia romántica como Definitivamente, tal vez (Definitely, Maybe, Adam Brooks, 2008) o Tienes un e mail (You’ve Got Mail, Nora Ephron, 1998). Más allá de la resolución del misterio hacia el final y los malos entendidos entre Simon y sus amigos, la película destaca por diversas razones. En primer lugar porque se trata de una llana fantasía que no pretende negarlo serlo en ningún momento. Yo soy Simón se acerca a los vehículos hollywoodenses de Julia Roberts en los 90. Todo es conveniente y bello,: la hermosa casa en los suburbios, la mamá psicóloga y el papá buena onda, amigos diversos racialmente pero, eso sí, siempre atractivos, como el mismo Simon, la preparatoria más incluyente y tolerante del mundo. En este contexto clasemediero Simon puede sumirse por completo en su angustia sobre ser homosexual, sin preocuparse si tendrá dinero para su café helado diario.
También se ha hablado mucho sobre este personaje, quien en esencia es un all American boy: blanco, alto, delgado sin ser flaco, guapo, de clase media. Han surgido ataques a su personaje donde se le ha puesto en tela de juicio por su blanquitud y heteronormatividad (que no se le nota lo gay, vaya,: el chico es discreto), pero que se explican más fácilmente cuando se toman en cuenta algunos arquetipos de la comedia romántica que apela a personajes blancos, clasemedieros, que rara vez son disruptivos (lo cual a su vez explicaría el declive, anacronismo, y reinvención del género en la presente década). Así la neurosis de Simon recuerda más a una Bridget Jones, autosabotaje incluido, que a las angustias vividas por los personajes de los dramas de temática homosexual ya mencionados. Y al mismo tiempo, que Simon pueda parecer más blandito e insípido que el pan blanco, sin posturas radicales frente a su sexualidad, lo que se explica por el hecho de ser un adolescente cuya mayor preocupación durante gran parte del filme es encajar a toda costa; y esta personalidad –o falta de–, lo vuelve el lienzo en blanco ideal para que el público se vea representado y pueda proyectar sus propias inquietudes y experiencias en él.
Pero al mismo tiempo, Yo soy Simón se inscribe en este esfuerzo por reconfigurar la comedia romántica, pues no es gratuito que su protagonista sea un hombre homosexual y se planteen relaciones interraciales como parte de la cotidianidad de un género cinematográfico que venía sumamente gastado y estancado. Por supuesto, también han ayudado las representaciones dramáticas que le han precedido para normalizar la presencia de personas homosexuales en el discurso audiovisual. Por eso mismo es de aplaudir una fantasía escapista como esta, como consecuencia de los filmes que les precedieron. Y cuando Simon protagoniza un número musical (muy parecido a los de La La Land: Una historia de amor [La La Land Damien Chazelle, 2017]), o sucede su momento Notting Hill en medio de una feria, mientras todos sus compañeros observan la resolución del misterio y hay declaraciones de amor, salidas del clóset, festejos y, sí, aplausos; hay que aplaudir, aplaudir que exista una comedia romántica gay producida por uno de los más grandes estudios en Hollywood, que sea dirigida a adolescentes y que, aunque sea por unas dos horas, le conceda a la comunidad gay la entrada a ese género, a esa fantasía que por tanto tiempo ha sido exclusiva de ser protagonizada por personajes heterosexuales.
Jeremy Ocelotl colaboró en el departamento de programación en distintas ediciones del FICUNAM. Ha escrito en publicaciones como Cultura Colectiva y F.I.L.M.E.