Sobre las divas del Hollywood clásico
Por Antonia Irenn | 8 de mayo de 2017
Sección: Ensayo
Temas: Cine clásico de HollywoodCine estadounidenseCine hollywoodenseHollywoodMujeres en el cine de HollywoodMujeres en el cine estadounidenseThe Philadelphia Story
Un “director de mujeres”, una diva con dotes actorales y dos galanes de la farándula entran a un bar… Si hay algo que usted nunca escuchará en una reunión de pseudointelectuales es lo buenas que son las películas del viejo Hollywood. No espere encontrarse estudiantes de cine elogiando los “brutales logros” de la industria estadounidense, ni académicos hablando de lo maravillosas, inteligentes y terriblemente magistrales que resultaban ser las películas de la época dorada del cine gringo. Lo que usted, en cambio, sí escuchará serán comentarios sarcásticos, chistes satíricos y observaciones con pretensiones elevadas sobre las horribles generalizaciones, los odiosos estereotipos y el despreciable star-system que aquel cine se encargó de implantar. Lo que nadie se molestará en decirle es que en realidad, dentro del Old Hollywood existe infinidad de obras maestras que no se reducen a los wésterns de John Ford o a los films de directores alemanes y austriacos que inmigraron a Estados Unidos huyendo del régimen nazi.
Para hablar de lo que hace al Hollywood clásico objeto de interés (más allá de sus “influencias indeseables” y de la hegemonía gringa) tomaremos un clásico de 1940 como ejemplo: The Philadelphia Story. La obra más popular de George Cukor tiene todas las características más despreciables del cine gringo: un director que se caracteriza por las comedias románticas, un elenco que recae en estrellas consolidadas y apreciadas, un triángulo amoroso y un final feliz. Para rematar, la película pertenece al bajo género conocido como screwball comedy, que estaba muy en boga en la época por su gran popularidad; parece que no hay manera de salvarla.
¿Cuáles son los méritos de esta película (por no mencionar los de todas las demás)? Podríamos comenzar señalando el recurrente comentario social, que si bien está delimitado por el marco cómico característico de las screwball comedies, se sitúa dentro de la crítica social en un terreno que no llega a ser moralista sino satírico y sarcástico. Este acercamiento es propio del género, que además se distinguía por su recurrente tema de problemas de clases sociales: en la película de Cukor (Nueva York, 1899 – Los Ángeles, 1983) esto se observa en la opinión que tienen los reporteros de la familia Lord y sus diversos vicios. Otras películas del periodo como Sucedió una noche (It Happened One Night, Frank Capra, 1934) y Porfiada Irene (My Man Godfrey, Gregory La Cava, 1936) responden a las problemáticas de la Gran Depresión y evidencian la visión fatídica de las clases altas por el público general. Películas fuera del género, como Gold Diggers of 1933 (Mervyn LeRoy, 1933), hacen referencia al problema económico de la década más directamente.
De igual forma era común plantear la situación de los roles de género y burlarlos, ya que estas películas se distinguían por un papel femenino protagónico que retaba o cuestionaba la «masculinidad». Hay que agregar el famoso tema del remarriage o el divorcio, que podrá ser tachado de ridículo por un espectador moderno poco minucioso pues, lo que ahora podrá parecer objeto de burla (como lo es en The Philadelphia Story el hecho de que la famosa heredera Tracy Lord, después de tantos problemas causados por su futura boda y su exmarido, termine redesposándolo en lugar de a su nuevo prometido) en aquel tiempo era un intento por reflejar un cambio en el código moral y la actitud hacia el divorcio, que había sido muy mal visto hasta entonces. Este tipo de comedias ofrecía un campo de batalla seguro, una cápsula de escape cultural en la cuál discutir y explorar problemas serios (como las clases, la pobreza, los roles de género, etc) bajo una poco amenazante capa jocosa.
Para agregar, los films de esta época en Hollywood contaban con inteligentes diálogos, caracterizados por sus ocurrentes declaraciones y fast talk, que estaban, sin duda, fuera de lo absurdo y que al contrario contribuían a satirizar los problemas sociales que la historia abordaba. Las películas de Howard Hawks y Billly Wilder son piezas características de esta clase de diálogos desmesurados, al igual que actores como Bette Davis, James Stewart y Cary Grant se caracterizaban por sus ocurrente verborrea.
Pero, si hay algo que sin duda usted debe saber sobre el Hollywood clásico y ningún ilustrado se molestará en señalar en los cocteles que usted frecuenta, es que en las películas pertenecientes a tan satanizado periodo abundan los personajes femeninos complejos. ¿A qué nos referimos con esto? Pues bien, que a diferencia de lo que podría pensarse a causa del actual cine estadounidense, el viejo cine estadounidense consideraba a las mujeres como personas: humanos activos, multidimensionales, que podían ser fuertes y frágiles a la vez. A pesar del rumor, basado en las «hermosas divas» de aquel tiempo dorado, de que este cine no hizo más que empezar a objetificar mujeres, los personajes que se les daban a estas «divas» (quienes, para su sorpresa, resultaron ser excelentes actrices) son de los más interesantes que se han visto hasta la fecha en un rol femenino. La heredera Tracy Lord, interpretada por Katharine Hepburn en The Philadelphia Story, retrata uno de los personajes más multidimensionales de la época: azotada por el problema ontológico del ser y el ser percibida, se inmiscuye ahí la problemática misma de la poetización de la mujer y, por lo tanto, de su deshumanización. Aquel mismo año, otro de los personajes femeninos más importantes (quizá de la historia del cine) vio la luz, interpretada por Rosalind Russell, Hildy Johnson es tratada como igual con respecto a su coprotagonista masculino y posee más inteligencia y avidez que todas sus contrapartes masculinas en His Girl Friday (Howard Hawks, 1940) donde es una mujer con una carrera solidificada en el mundo del reportaje periodístico que lleva con osadía su vida profesional. El personaje de Russell fue sin duda un reflejo de la emergente autonomía de la mujer en el periodo. Por otro lado, Bette Davis interpretando a Margo Channing en La malvada (All About Eve, Joseph L. Mankiewicz, 1950) desborda la pantalla con su personalidad imponente, desde su primera aparición (que resulta ser una Bette Davis sin maquillaje, con la cara monstruosamente cubierta en crema) hasta la última toma, vemos al personaje “ser” y desarrollarse más allá de sus apariencias. Habría que apuntar, sólo por rectificar, que esto se debe en cierta forma a la cantidad de mujeres trabajando en los departamentos de guión y en puestos administrativos.
La famosa «batalla de los sexos» que ocurría por primera vez en la sociedad de la época fue introducida al cine por Hollywood y sus estrellas. Algunos de los films en los que esto es claro son igualmente protagonizados por Hepburn, como La reina africana (The African Queen, John Huston, 1951) y Desk Set (Walter Lang, 1957), o evidenciados por comedias con mujeres protagonistas como Cómo pescar un millonario (How to Marry a Millionaire, Jean Negulesco, 1953).
Se hicieron presentes problemas que preocupaban al pueblo por medio de creativos diálogos en situaciones fársicas y entretenidas. Usted no será muy propenso a escuchar que el «director de mujeres», las divas y los galanes que entran al bar fueron los primeros en dejar un importante legado social y antropológico: a través de sus películas se puede asimilar toda la actitud social de un tiempo y de un país, las preocupaciones a nivel individual y los descontentos e intranquilidades en general.
Entonces, cuando usted escuche a un informadísimo personaje en su reunión decir sardónicamente que lo único que se puede saber al ver una película del Hollywood clásico es cómo actuaban en esos tiempos, usted no dirá que esas películas abrieron el espacio social para debatir los problemas que azotaban a la sociedad de «esos tiempos» de una forma especialmente individual que apelaba a todo público y que por lo tanto hacia llegar la problemática más lejos y mejor que nadie jamás. No, usted no mencionará los ingeniosos diálogos, las perspicaces situaciones, los complejos personajes, ni los comentarios político-sociales. Usted reirá con el resto y asentirá con resignación, pues no debe tomar el riesgo de perder su lucidez intelectual.
Antonia Irenn estudia en la Escuela Superior de Cine. @antoirenn
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