Me quedo contigo
Por Marta Chong | 30 de junio de 2016
Sección: Opinión
Lo consiguió. Consiguió que público y críticos habláramos de su película, la discutamos, la pensemos, la insultemos, la alabemos y/o la despreciemos. Artemio Narro consiguió con su opera prima, Me quedo contigo (2014), despertar la incomodidad en estos dos sectores. Y es que si nos ponemos a leer las críticas, entrevistas, notas y comentarios de Facebook que se han publicado desde su presentación en festivales como el de Morelia, FICUNAM y ahora su estreno en salas, el calificativo que más veces se repite es el de provocador. Y esa es la pretensión de Artemio: provocar a quien se deje.
La premisa es sencilla: una chica española llega a la Ciudad de México para encontrarse con su novio. Al no encontrarse con él, acepta ir a pasar el fin de semana con un grupo de amigas fuera de la ciudad. El giro viene cuando el grupo de mujeres secuestran a un vaquero para someterlo a una larga sesión de tortura y abuso sexual.
En palabras de Narro, Me quedo contigo fue la transición de llevar al cine sus inquietudes artísticas y temas recurrentes ya abordados en otras plataformas: «El personaje principal es la violencia, la historia simplemente es nuestro hilo conductor para profundizar en la violencia. Los roles de género y las estructuras de poder son parte importante del concepto para enfatizar el lado de la violencia (la brutalidad que pretendo investigar y analizar en este juego cinematográfico)» [las negritas son mías]. En este sentido, Me quedo contigo traslada muy explícitamente estos conceptos, para bien y para mal. El aspecto más impactante y con mayor número de comentarios es, sin duda, el uso de la mujer como personificación del tema central en un intento de despojarla de los patrones de conducta que la cultura y sociedad se han encargado de reproducir. Así, la víctima femenina, cuyas acciones siempre responden a la acción del macho, aquí adquiere voluntad propia, desatando la animalidad que por naturaleza le corresponde.
Desde el lenguaje cinematográfico, Me quedo contigo obedece una serie de reglas –establecidas por Narro en su manifiesto– para mantenerse distanciado del público, haciendo uso de una estética que no quiere ser estética: mala iluminación, mal sonido, cámara estática… El crítico Ricardo Pohlenz describe la película como resultado de «varias apropiaciones: el girlie flick, el cine de autor, Daniela Rossell, los hermanos Almada y Matthew Barney» y valida el estilo argumentando que «Narro se vale de estas premisas típicas de peli softcore con desenfado de amateur y consigue una factura que remeda lo cutre sin llegar a serlo». El video Apoohcalypse Now (2002) –un plagio inequívoco de Apocalypse-Pooh (Todd Graham, 1987)– es una muestra de las intenciones de Narro para hacer chocar dos productos culturales opuestos y confeccionar un experimento altisonante. Pohlenz escribe que «las junta para convertirlas en un producto paradójico tan inquietante como lleno de humor (el chiste y sus conexiones con lo inconsciente)». Paradójico, sí; lleno de humor, relativamente. Narro no repara en dejar en evidencia el artificio: podemos ver el pedazo de Diurex que utiliza para unir los opuestos. En el caso de Me quedo contigo, la transición del chick flick a una película de sexploitation ocurre sin preámbulos, apenas se sugieren detalles como el sonido de los gruñidos de leonas sobre la imagen del grupo de mujeres jugando a un lado de la alberca. Narro describe su película como una comedia de enredos, que se enreda demasiado. En este caso, el humor radica en la cotidianidad y desenfado que emana de esta polarización de tonos narrativos. Hay momentos, sobre todo la escena de tortura, que por inverosímiles y descarados, efectivamente resultan graciosos. Ello se debe principalmente a la improvisación por parte de elenco femenino.
Por todo lo anterior, podemos entender que la propuesta de Me quedo contigo busca trascender el hecho mismo de ser una película. Estudiémosla, entonces, como la extensión de la obra de Artemio, como un tipo de performance grabado o una pieza de videoarte en el que el concepto a transmitir es lo más importante. La idea, repetimos, es la violencia. Y ante las pretensiones de Narro sobre el tema, cabe hacer varias preguntas. Primero definámosla dentro de los términos de la película. En Me quedo contigo la violencia es mayoritariamente física y verbal; es explícita hasta lo pornográfico; grotesca a hasta lo absurdo. En resumen, se trata de una representación superficial de la violencia. Casi toda va dirigida hacia la figura masculina. Aquí es donde entra el intercambio de los roles de género. Siguiendo el juego de Artemio y entendiendo que lo que vemos en pantalla no son mujeres, sino animales obedeciendo sus instintos, ¿consigue la película su objetivo de desmitificar a la mujer e introducirlo al discurso en contra de las «estructuras de poder»? Evidentemente, la elección de una víctima masculina hace más grande el escándalo por lo que implica socialmente ante conceptos como el machismo, el patriarcado, etc. Artemio le pica la cresta al gallo, pero ¿qué hace que estas acciones sean más impactantes al ejecutarlas sobre un hombre? ¿Una mujer es más violenta por someter a un hombre? El supuesto intercambio de roles, me parece, no da un giro de 180º, sino de 360º, lo que significa que regresa al lugar de donde partió. En cierto sentido, es una representación que parece más una venganza que una reivindicación de la mujer. La mujer “es violenta” porque puede burlarse del falo erecto, del vaquero macho (un cliché también colocado a propósito). Finalmente, vienen las estructuras del poder. Las féminas pertenecen a un grupo de estatus social “elevado” (una de ellas es hija de un hombre “poderoso” que le garantiza la seguridad, al parecer, ante cualquier hecho). Con esto se entiende que, en realidad, el poder del que sacan provecho estas mujeres no es de ellas, sino producto de una figura masculina ausente, algo todavía más contradictorio.
Otro punto a considerar es que Me quedo contigo es una obra con antecedentes de carácter social ante el estado del país y«el hartazgo del mercado del arte y las ferias». La idea de la película fue concebida durante la presentación del Proyecto Juárez, exposición de Narro sobre los feminicidios en Ciudad Juárez. Ante este hecho, cabe preguntar: ¿Cómo llamar la atención y señalar en la dirección correcta lo que se quiere denunciar? «¿Cómo distinguir la finalidad transgresora de una obra y la búsqueda del mero escándalo? ¿Quién es la autoridad que dictamina la excelencia artística: poder mediático, académicos, el artista y sus amigos, o el público? ¿Cuál es el poder de la elite artística en la era de la democratización del gusto, una democratización que todo lo iguala y envuelve con halo artístico?» Evidentemente yo no tengo las respuestas a estas cuestiones, ni pretendo responderlas. Y aunque el tema de la violencia sea universal, dadas las representaciones, el contexto y las intenciones del creador, creo necesario valorar el impacto y la posible relevancia de una obra-producto como ésta en su país de origen. Hablar de violencia en México es llenar un pozo sin fondo. Todos sabemos que existe, todos hemos sido víctimas y, en algunos casos, hasta victimarios. No hay que ir muy lejos para darnos cuenta del panorama general, basta con echarle un ojo al reporte del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Las cifras siguen creciendo: México se sabe violento. Si el punto es hablar del absurdo de la violencia, Narro no lo hace desde las implicaciones del fenómeno, sino de la mera materialización: Me quedo contigo es pornoviolencia kitsch. ¿La película de Artemio era necesaria en este contexto?, ¿realmente convoca al diálogo sobre el poder y la violencia del ser humano? (Una de las respuestas que más llamaron mi atención la encontré en un comentario de Facebook: «Ya entendí la propuesta: como hay demasiada violencia de género, pues entonces hay que hacer una película con más violencia para que todos observemos que hay mucha violencia. Algo similar a »como ya hay mucha basura, vamos a tirar más basura para que todos vean que hay mucha basura»»). No estoy afirmando que no tenga ningún valor, al contrario, este análisis es un intento de respuesta a estas cuestiones. Sin embargo, creo que es necesario desenmarañar discursos que se escudan en la provocación y distinguir sus verdaderos alcances y aportes. La periodista y crítica de arte Marie-Claire Uberquoi acusa en un artículo que «cada vez más nos invade una sensación de tedio ante unas obras con pretensiones pseudointelectuales, o frente a una gran acumulación de videos e instalaciones que oscilan entre el high tech, la falsa provocación o el reality show». Me quedo contigo camina por una cuerda floja, pavoneándose. Algunos quieren que caiga, otros le ayudan a mantenerse a salvo. Por mi parte, yo comparto la definición de Artemio Narro sobre sí mismo: más que un cineasta, él es un hacedor de cosas. Un hacedor de cosas con el poder de colocar su película en el centro de atención y provocar a quien se deje.
Martha Chong es comunicóloga. Ha colaborado en revistas como Ilustrario y El clarín corneta.
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