Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y la Gaceta Luna Córnea. Imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014).
Los blockbusters como forma de crisis
Por Abel Muñoz Hénonin | 23 de julio de 2015
Sección: Opinión
Cuentan que hace mucho tiempo la cartelera veraniega no provocaba desolación ni desasosiego. Antes de que los veranos e inviernos fueran páramos con blockbusters como únicos remansos y que los inicios de año sólo tuvieran el interés de las dos o tres películas nominadas a los Óscares que valen la pena, se dice que solía haber cosas interesantes en los cines. ¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Antes de que los blockbusters fueran lo mejor que se puede ver durante una temporada, pasando de la primera película de superhéroes, a la película de acción o aventura que retoma otra película, de ahí a la primera película infantil, y de ahí a la segunda película de superhéroes, separadas más o menos por quince días entre sí. Antes de que todo lo demás fuera más o menos un complemento insulso sólo para tener qué programar, los blockbusters fueron la respuesta estética de una generación –una generación de dos personas, George Lucas y Steven Spielberg– a sus predecesores. Si Coppola y Malick y Scorsese y Allen y sus secuaces replantearon el cine estadounidense desde la autoría más total y cercana a lo europeo, sus contraherederos, cansados de tanta intelectualidad, quisieron hacer cine popular y emocionante y dentro de los estándares clásicos de Hollywood, y lo lograron. Tiburón (Jaws, 1975) y La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) fueron, según cuenta Kenneth Bowser en el documental Easy Riders, Raging Bulls (2003), el inicio de las fechas de estreno anunciadas, la gente acampando para ser la primera en entrar a las salas, la publicidad preventiva, las inversiones tan grandes que requieren estrenos mundiales porque el mercado de Estados Unidos no es suficiente… Y los recuentos de taquilla e ingresos del primer fin de semana, el único en que se llenan las salas.*
Esto último pinta el problema de cuerpo entero. Una respuesta estética a una estética anterior fue absorbida por el todopoderoso capitalismo y convertida en un estándar comercial que, si atendemos a la cartelera, hizo que toda una industria haya dado de sí. A los grandes estudios estadounidenses sólo les interesa un pequeño grupo de películas con réditos asegurados, pero estructuras burocráticas y sistemas de distribución tan establecidos y demandantes que siguen haciendo otras cintas como para mantener la ilusión de una industria boyante.
No extraña que los estudios, atrapados en sus propios intereses, no busquen salidas más que en la modificación de las posibilidades internas del modelo blockbuster, en la reedición, relanzamiento, etc. Lo que extraña es que los exhibidores se atengan a un modelo fallido a cambio de sólo seis o siete fines de semana con salas llenas. Opciones para cambiar las cosas sobran. Lo malo es que son empresarios bastante pobres.
Los espectadores, en realidad tenemos más opciones, y las tomamos en los hechos. Vemos los blockbusters de verano e invierno, vamos también a ver películas “de arte” y sobre todo vemos películas y series en Internet o la televisión, porque, a menudo, también frente a las carteleras de los cines donde se exhiben estas opciones uno siente que no hay nada que ver. El cine sigue vivo y sigue siendo el arte más popular. Pero está en una crisis seria que probablemente implique que Hollywood y los espacios de exhibición se contraigan y que las series ocupen el lugar de los blockbusters. Habrá que ver.
*Cito el documental porque, fuera de las mínimas menciones a Terrence Malick, no conozco el libro de Peter Biskind en el que está basado.
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