Llévame a casa
Por Germán Martínez Martínez | 9 de marzo de 2017
La película póstuma de Abbas Kiarostami, que linda con ser pieza de arte, es una exploración más de las posibilidades del cine, de quien fue el mayor director del final del siglo XX y principio del XXI. Sobre todo, es otro motivo de placer que entregó el cineasta iraní a su público. Es cine porque, ante el hecho de que este arte ha sido predominantemente narrativo, Llévame a casa (Take Me Home, 2016) no deja de contar una historia; es pieza digna de galerías y museos porque se sustenta en una manufactura que amerita contemplación en prácticamente cada una de sus secuencias.
La dimensión artesanal de Llévame a casa es notable. La música –del también iraní Peter Soleimanipour– que acompaña a las imágenes del cortometraje de 16 minutos ha sido objeto de algunos reparos, tanto en sí misma, como porque alejaría del habitual naturalismo de Kiarostami (Teherán, 1940-París 2016). Fuera de que demuestra la búsqueda formal permanente de Kiarostami, un suceso de carácter tan ficcional como el de Llévame a casa, no podía limitarse a la magnificación del sonido del rebote y arrastre de la pelota que protagoniza la película –como ocurre al inicio. La banda sonora es, pues, parte integral del cortometraje, no sólo acompañamiento. Asimismo, si bien tiene partes filmadas, un elemento fundamental de la película son las fotografías que Kiarostami tomó en un pueblo italiano –pues el director también practicó el arte de la imagen fija, como en sus fotos de árboles y cuervos.
Cada encuadre de las casas de Llévame a casa, en terreno escarpado, es de interés en sí mismo. No me parece que se revele mera apreciación de la arquitectura, sino atención al conjunto del entorno que se observa. El blanco y negro no es gratuito, ni convencional, se justifica por varias razones, una de ellas el capturar texturas que no lograrían la misma visibilidad a color y que, de esta forma, dan riqueza a imágenes en que, en general, sólo se mueve una pelota. Los efectos especiales generan una pelota virtual en movimiento y no pretenden esconderse a sí mismos: por supuesto que se notan, pero el punto no es que no se note que la pelota es virtual, la pelota importa a pesar de su artificialidad.
Llévame a casa conecta tanto con la propia obra de Kiarostami, como con la historia del cine. El motivo de un objeto que se mueve inexplicablemente había aparecido en películas de Kiarostami. Como ha escrito Roger Koza, en esas cintas y esta, Kiarostami lograba «el suspenso con elementos mínimos», sin retorcimientos. El relato de Llévame a casa es sencillo: un niño deja una pelota fuera de su casa, la pelota se desliza, rebotando cuesta abajo. El niño la recupera y la vuelve a colocar a la entrada de su casa. La pelota se mueve de nuevo y empieza una caída que parece imparable a pesar de su, a momentos, lento desplazamiento, hasta que el niño, a quien desde el inicio hemos pedido de vista, y no hemos oído, la recupera. Como varios críticos han dicho, es inevitable recordar en el mediometraje El globo rojo (Le ballon rouge, 1956), de Albert Lamorisse, en que un globo sigue a un niño. La oposición entre los desplazamientos de la pelota y el globo, en realidad, hablan de la particularidad de Llévame a casa.
El globo fue un ente animado. En cambio, la única indicación de personificación de la pelota vendría del título, Llévame a casa, que podría ser un llamado de la pelota al niño, que algunos han leído incluso como amistad entre el humano y el objeto. Así, que el niño recupere la pelota nos llevaría a un final feliz, al haber el gesto de cuidado de la persona hacia el juguete. Pero esto es entrar en un cuento de nunca acabar, pues también podría especularse que el título sea un guiño de Llévame a casa a cada uno de los individuos del público. El cine de Kiarostami, una y otra vez, escapó a ser un enmascaramiento de significados, que en realidad es un planteamiento simplista en comparación con las exploraciones que él realizó en el cine.
El deslizamiento del balón, el ritmo de la imagen en movimiento, la composición audiovisual en Llévame a casa es cine, no adivinanza. Esto no significa formalismo puro, sino que una pelota es una pelota, no tiene que ser un balón personificado, aunque sea virtual. Los sentidos de las películas de Abbas Kiarostami son palpables y no son centro sino un elemento más de la obra. Quizá la mayoría de los espectadores ven con curiosidad, acaso angustia, el movimiento de la pelota, preguntándose si se detendrá al encontrar algún obstáculo insalvable, si perderá inercia o terminarán las escaleras del cerro al llegar a un llano. El movimiento, en apariencia infinito, de la pelota nos conecta con el mito de Sísifo: la continuidad de la vida pero también la reiteración sin fin del absurdo. Llévame a casa muestra que, quizá, Abbas Kiarostami vio de frente su propia existencia hasta el último momento.
Germán Martínez Martínez es director de programación del Discovering Latin America Film Festival de Londres. Fue editor de la revista Foreign Policy Edición Mexicana.
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