Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y la Gaceta Luna Córnea. Imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014).
La misma y la misma y la misma película
Por Abel Muñoz Hénonin | 19 de mayo de 2015
Sección: Opinión
Temas: distribuciónMéxico
¿Qué hace uno cuando se enfrenta a una cartelera como esta?
Seguramente entrar a comprar o recoger los boletos que ya compró para ver Avengers o el blockbuster veraniego o invernal de ese fin de semana. En el mejor de los casos pasará directo a la dulcería porque ya trae en su smartphone las entradas electrónicas para la película, ya sea en su versión digital subtitulada, digital doblada, 3D subtitulada o 3D doblada –aprovechando, no quiero dejar pasar la oportunidad de hacer notar que el “digital” que suelen usar las cadenas de cine se refiere a todas las películas “normales”, porque ahora todas son digitales. Quizá mientras se come sus palomitas y se toma su Coca Cola o el refresco que se nos sugiere probar por probar algo nuevo –o sea, el refresco que cooptó a la otra cadena–, quizá desde la entrada, utilice su teléfono para poner en sus redes algo como «Están asesinando al cine mexicano» o «Aquí está el gran problema del cine mexicano». Como sea, en algún momento se va a divertir como enano con la película del momento.
Esta pequeña crónica implica un mea culpa que me parece condición indispensable antes de comenzar a hablar de la exhibición en México. No he visto Avengers, pero vi fielmente el tríptico de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-03) y en diciembre, aunque sea una mierda, voy a estar frente a la cartelera equivalente del episodio VII de La guerra de las galaxias. Con mi mea culpa conmino a la comunidad fílmica y a los cinéfilos a hacer un nostra culpa. Urge que aceptemos la medida en la que somos copartícipes en el problema.
Ahora sí, empecemos.
Esta no es una cartelera normal. Sólo hay un par de carteleras así al año, cuando llegan los grandes blockbusters. De cualquier modo, ilustra, desde la exageración, un problema muy real y sensible: que la oferta de los cines comerciales apesta. Hasta cierto punto, esto se debe, naturalmente, a que consumimos esa programación miserable. Pero en realidad, los espectadores consumimos lo que se ofrece. Y me temo que lo que se ofrece, en este caso no es sólo lo que se demanda, sino lo que las compañías productoras transnacionales obligan a programar junto con las películas que son un negocio redondo. Pero, ¿lo son? Si tomamos en cuenta el porcentaje de ocupación de las salas comerciales (poco menos del 40%, si recuerdo bien; no pude tener acceso a las fuentes correctas de información), claramente no. Esto se puede comprobar empírica, aunque no aritméticamente. Propongo dos preguntas para hacer el ejercicio: 1) ¿cuántos espacios vacíos había la última vez que fue al cine (incluso en un fin de semana con una cartelera como la que hay en la imagen)?, y 2) ¿cuántos fines de semana ha querido ir al cine y ha concluido que no hay nada que ver?
La desvinculación entre la oferta y la demanda de la que hablaba arriba no sólo tiene que ver con las trampas de las transnacionales. Me temo que también con la infraestructura (¿qué hace una empresa con todas las minisalas de los multiplexes que construyó desde los años 90?) y con que los dueños y programadores de las dos grandes cadenas son malos en lo que hacen. Cinépolis será la cuarta cadena de cines más grande del mundo, pero igual, en México casi siempre tiene salas vacías. También se dice que el verdadero negocio son las dulcerías. En ese caso, si yo fuera empresario, querría los ingresos por chuchulucos que me darían salas bien llenas.
Como sea, muy probablemente, el cambio en el consumo de cine que está implicando acceder a las películas desde plataformas en línea debe estar influyendo en nuestro acercamiento a lo que vemos. Así que, es probable que ya casi nunca veamos salas llenas cuando vayamos a algún multiplex. Pero, ¿hay salas que sí se llenan (en fin de semana; entre semana es improbable que ningún cine se llene)? En la ciudad de México, al menos, las de la Cineteca y las de Cine Tonalá, donde, curiosamente, se programa todo lo que no se programa en Cinemex ni Cinépolis o lo que se programa allí tramposamente, con la idea de sacarlo de cartelera rápidamente.
De esto se pueden sacar falsas premisas, como que si se programara lo que se programa en los cines de arte se llenarían los multiplexes, pero no es cierto. Hay espectadores muy especializados que asisten a ver las obras de carácter artístico y que constituyen su público. Heli (2013), de Amat Escalante, podría haber estado nueve meses en cartelera sin jamás atraer grandes públicos porque no se dirige hacia ellos. Sin embargo, algunas películas, como las de Mariana Chenillo o Somos lo que hay (2010), de Jorge Michel Grau –menciono con toda intención dos casos muy divergentes–, podrían haber tenido mejor suerte si los empresarios pensaran en que también podían hacer dinero con ellas.
No sé por qué piensan que no son negocio y sí piensan que son negocio las comedias francesas conformadas por sketches que bien podrían estar en un episodio de La familia P. Luche (1998-99 y 2002-04 a la fecha). Pero me queda muy claro que están atrapados en una idea de negocio que no les funciona muy bien ni siquiera a ellos mismos, como en las empresas familiares donde el abuelo insiste en hacer mecates de henequén, y que no saben ver alternativas, que claramente no están en el cine de Hollywood, con su crisis ya permanente.
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