Godard, los festivales y la democracia

Godard, los festivales y la democracia

Por | 31 de julio de 2014

Habla Jean-Luc Godard, les responde a Philippe Dagen y Franck Nouchi, quienes lo entrevistan:

–¿No lamenta no haber ido a Cannes?
–Ya no existe.
–¿Los festivales no sirven para nada?
–No se deberían hacer como se hacen, habría que cambiar.
–¿Cómo?
–Se podría hacer –en el gabinete ministerial también, por otra parte– que las deliberaciones del jurado no sean secretas. Y que las películas no se proyecten sólo en una sala. Es evidente la relación entre eso, el espectáculo y la forma de gobernar. Esa idea del salvador supremo.[1]

Al decir que Cannes, el festival por antonomasia, ya no existe, este viejito terrible hace patente la caducidad de todo un paradigma de distribución y legitimación. No hay modo de comprender con toda claridad su idea del «salvador supremo» incluso leyendo la entrevista completa, y, sin embargo, es fácil comprenderla desde las prácticas de selección para la distribución artística del presente. Los programadores, los curadores, los editores y similares ordenan el caos de la creación planteando una muestra hecha coherente gracias a sus filiaciones, prejuicios, desvelos, padecimientos, atracciones, etc., presentan ese orden como un todo temporal y absoluto que se inserta en la tradición del arte gracias a una institución (festival, galería, museo, revista, editorial, etc.) y así preservan, aún cuando pretenden o aseguran poner en tela de juicio, la tradición del arte occidental, es decir, la idea decimonónica burguesa de los grandes autores, esa “gente excepcional” ungida por el genio y separada del grueso de la humanidad. El «salvador supremo» de arriba es un populista con un público objetivo: las élites cultivadas. Mantiene las previsibilidad de un status quo –“cuestionarlo” desde los márgenes ya es una práctica rutinaria sancionada dentro del mismo– y lo convierte en noticia.

Reconocemos a Godard precisamente porque ha sido uno de los grandes ungidos, no sólo por el sistema del arte, sino también por la academia. En muy grande medida ha logrado hacer la parte más interesante de su carrera (la última) gracias a ello. Es más, al hacer la esperada y superobvia condena al espectáculo defiende al cuerpo institucional que lo ha colocado sobre el pedestal, aunque cuestionándolo desde los márgenes. Y sin embargo, al mismo tiempo tiene una idea –al menos– transformadora: que las deliberaciones de los jurados sean abiertas. (Se ve que no ha ido a festivales recientemente por la mención a la sala única. Dejemos pasar el asunto.)

¿Imagínense a los jurados teniendo que argumentar sus decisiones frente a una audiencia? Para empezar, yo pienso que en Cannes 2010 habrían tenido que exponer que no entendieron La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raluek chat, Apichatpong Weerasethakul, 2010) en vez de premiarla entre aplausos esnob. Imagínenselos explicando por qué premiaron una película folklórica –en su mejor sentido– y para la que incluso los asideros de un bagaje cultural occidental portentoso no alcanzan. O peor: imagínenselos teniendo que justificar por qué premian a un amigo, a quien organizó la mejor fiesta, hizo las mejores declaraciones o fue el mejor cabildero. Con su propuesta, Godard pone al centro de una de las instituciones predominantes de la “alta cultura” la discusión y la discusión de la discusión, el debate amplio y generalizado. Ese mecanismo no sólo pondría en un movimiento dialéctico la propia estructura de los festivales, sino también sus estéticas cansinas[2] y abriría espacios a la renovación, que podrían llegar hasta la proposición de nuevos caminos estéticos, para quien tuviera oídos para escuchar.

Si hay un valor que defender es el diálogo.

 

Este texto se publicó originalmente en la edición web de la primera etapa de Icónica (iconica.cinetecanacional.net, 31 de julio de 2014), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


[1] Philippe Dagen y Franck Nouchi, “Jean-Luc Godard: ‘Cannes ya no existe’”Revista Ñ, Buenos Aires, 2 de julio de 2014.

[2] En este sentido sigo suscribiendo lo que planteé en “Sobre la falta de imaginación en las películas de arte: 1) Manual para festivales” y “2) La triste globalización”, ensayo aparecido en este mismo espacio, el 31 de julio y el 1º de agosto de 2012.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014).