El peral silvestre

El peral silvestre

Por | 16 de mayo de 2019

¿Qué elemento separa las ambiciones de las nuevas generaciones a las de las antañas? ¿El ímpetu con el que los jóvenes intentan transformar el mundo? ¿O el deseo por no repetir los patrones (erráticos o afortunados) de los adultos? Tal vez la respuesta a esas preguntas está en uno de los tantos diálogos que pueblan el más reciente largometraje del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan. Cuando dos imames cuestionan al joven protagonista, Sinan, sobre su padre, responde: «Está en constante rebelión contra lo absurdo de la vida».

Esa rebelión funciona como uno de los motores de El peral silvestre (Ahlat Ağacı, 2018), la cual sigue a Sinan, joven aspirante a escritor que intenta conseguir dinero para publicar su primera novela mientras lidia, principalmente, con su padre, un profesor aficionado a las apuestas. Desde el inicio, Ceylan (Estambul, 1959) pone en juego el enfrentamiento de Sinan ante un mundo que no comprende del todo. Para reflejar ese conflicto, el director se apoya en extensos diálogos filosóficos y tiempos aparentemente “muertos”, aspectos que derivan en una película contenida en su forma y reflexiva en su contenido.

Con sombras de la obra de los escritores Antón Chéjov y Fiódor Dostoievski –la historia del padre de Sinan podría tener ecos de la novela El jugador de Dostoievski–, El peral silvestre emerge como una radiografía existencial sobre la condición humana, aspecto previamente ensayado por Ceylan. De hecho, sus dos últimos largometrajes, Había una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) y Sueño de invierno (Kış Uykusu, 2014) podrían formar una trilogía con el más reciente filme: los tres comparten un trasfondo donde el tiempo suele pasar en medio de imponentes paisajes naturales donde los protagonistas se ven envueltos en momentos cotidianos o aparentemente intrascendentes, pero que reflejan en toda dimensión las ambigüedades de la existencia humana. Esto va en sintonía con la luminosa mancuerna creativa que el realizador ha forjado con su esposa Ebru, coescritora de los guiones de la posible trilogía. De hecho, en su obra Ebru Ceylan (Ankara, 1976) ha ensayado la cotidianidad y los paisajes naturales de la vida en Turquía (no exenta de un carácter estético), sobre todo en las series fotográficas Famous Portraits from Turkey, Steppe y Faces of Anatolia. Y justo es Anatolia la provincia donde se sitúan los filmes de 2011 y 2014.

En El peral silvestre, el tema de la existencia humana es aún más latente. A partir de la serie de encuentros que Sinan tendrá con amigos, conocidos y parientes, se elabora un examen coral y semántico sobre el paso del tiempo, el significado de las cosas y el poder de la experiencia. La vida es una realidad deforme y dispersa, no exenta de dogmas y doctrinas, al contrario de como Sinan define su primera novela (un ensayo personal libre de toda «creencia, ideología y lealtad»). La pluralidad de personajes que cruzan con Sinan, y que van desde los imames citados al principio del texto hasta un afamado escritor, forman un inmenso entramado discursivo sobre la realidad y las marcas discursivas que configuran el mundo actual, elementos que para el protagonista resultan por momentos inexplicables.

¿Cómo entender un mundo plagado de tradiciones, normas y marcas que definen el ritmo de la vida?, parece ser la pregunta que rodea al filme, y que, de hecho, irá en sintonía con la metamorfosis que Sinan experimenta a lo largo del metraje: en un principio, el personaje es un tanto elitista al cuestionar la vida de su pueblo natal, aunque poco a poco entenderá el cúmulo de pensamientos que se reúnen tanto en esa provincia como en el resto de su país. Apoyados además con algunos puntos oníricos y una pizca de realismo mágico, los Ceylan intentan dar respuesta a la pregunta, aunque por la complejidad del tema que abordan, es difícil dar una respuesta de facto.

«No hay hechos, solo interpretaciones», dice Sinan citando al “maestro” (¿Nietzsche?). La frase resulta afortunada al resumir el entramado de El peral silvestre y de su protagonista, quien, después de escuchar diversas explicaciones desde un mosaico de puntos de vista, quizá entenderá que la comprensión y el acercamiento a los demás podría responder el hueco existencial que enfrenta. Más allá de las relaciones interpersonales que, si hoy en día se traslucen en forma de redes virtuales e imágenes digitales, lo que la película propone es regresar a un aspecto innato del ser humano: la oralidad. Y esa oralidad se configura desde el momento en que se entabla un diálogo cara a cara que, además, refleja toda una gama de pensamientos transmitidos desde el habla, entendida aquí tanto en su aspecto verbal, pero también desde sus connotaciones no verbales. Ese es el acercamiento que irá transformando a Sinan de un ser solitario a un ser en comunión con la existencia humana. De ahí que el final del metraje, en el que el protagonista se encuentra con su padre en medio de la cabaña que aparece también al inicio, adquiera un valor metafórico.

A fin de cuentas, la vida es como el pozo que el padre de Sinan intenta construir: un hoyo sin fin, lleno de interpretaciones más que de caminos o directrices fijas. Es una conclusión que, a la vez que mira con respeto la contraposición tradición/rebelión, genera no una, sino muchas explicaciones que motivan tanto a antañas como nuevas generaciones para enfrentar ese viento llamado existencia, a veces tan luminoso, pero también conflictivo y frío.


Edgar Aldape Morales es asistente editorial en la Cineteca Nacional.