El muerto y ser feliz
Por Abel Muñoz Hénonin | 1 de julio de 2013
Una mujer de mi pasado se sorprendió horrores el dÃa que le conté lo mal que me la habÃa pasado cuando se desapareció un tiempo antes de marcarme un sábado a las tres de la mañana –supongo que alcoholizada– para decirme lo mucho que yo le gustaba. Según su versión no habÃa desaparecido nunca. Aunque claro, su versión era más clemente consigo misma justamente porque no era ella quien no sabÃa qué estaba pasando. Todo esto pasó en un momento en que pensé que la relación durarÃa –obvio– y si lo cuento es para recordar algo muy, pero muy sabido: todas las historias tienen más de una versión. Por cierto, no me llamó: me mandó un mensajito que me despertó.
Me imagino lo extraño y divertido que podrÃa haber sido contar esa historia en una fiesta para quienes se enteraran de las dos versiones de modo simultáneo. Más o menos eso es lo que pasa en El muerto y ser feliz (2012), donde una voz en off nos cuenta lo que vemos o veremos en pantalla, pero con constantes divergencias. Hay dos narraciones (el sonido y la imagen) confrontadas y (casi) simultáneas. La oposición imagen|sonido es un recurso tan a la mano que extraña su falta o su poco uso en las grandes narrativas fÃlmicas –en cambio, ha encontrado sitio muy claramente en series como Los Simpson (The Simpsons, 1989 al presente) y en la publicidad, al final estructuras más flexibles y juguetonas que el largometraje. Cuando uno escucha lo que ve o casi lo que ve o algo que no ve pero que abre historias posibles o secundarias necesariamente se convierte en un espectador participante. En El muerto y ser feliz Javier Rebollo (Madrid, 1969) y sus coguionistas obligan al público a estar atento a los desperfectos intencionados de la ruta de sigue Santos (José Sacristán), un asesino cerca de la muerte en una última misión a la que ha renunciado desde el inicio para hacer una especie de ruta expiatoria de Buenos Aires a Salta y quizá más allá.
Este comedia negra excepcional se proyectó sólo dos veces en México en la retrospectiva Luis Miñarro: La producción como acto poético. Vale la pena buscarla.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 5, verano 2013, p. 61), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y la oficina de Difusión y Programación para la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel el libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012).
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