Atómica

Atómica

Por | 31 de agosto de 2017

Sección: Crítica

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En lo que ahora considero una coincidencia afortunada, una semana antes de ver Atómica volví a ver, después de unos diez años, Blade Runner. Atómica (Atomic Blonde, David Leitch, 2017) es un ejemplo perfecto del género neon-noir, el cual se volvió popular por primera vez en los setenta con filmes como, justamente, Blade Runner (Ridley Scott, 1982). El neon-noir es un subgénero del neo-noir que se caracteriza por su uso de iluminación dinámica y colores llamativos –ejemplos contemporáneos incluyen Drive: El escape (Drive, Nicolas Winding Refn, 2011), Primicia mortal (Nightcrawler, Dan Gilroy, 2014) y Está detrás de ti (It Follows, David Robert Mitchell, 2014).

Pero ahí es donde las comparaciones con Blade Runner terminan. Antes de continuar, es importante dejar claro que Atómica no es la mejor película del verano –éste quizá sea uno de los peores veranos para el cine en la historia de Hollywood–, pero es una película que vale la pena ver en la pantalla grande, en gran parte porque Charlize Theron es una máquina. La actriz, cuya destreza como estrella de acción fue más que comprobada por su actuación en Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, George Miller, 2015), hace la mayoría de sus acrobacias. Y las acrobacias, junto con la fotografía, son las razones por las que Atómica es una experiencia especial.

Las acrobacias eran de esperarse, considerando que David Leitch dirige. Técnicamente, esta es la segunda película dirigida por Leitch, ya que no fue acreditado por codirigir Otro día para matar (John Wick, Chad Stahelski y David Leitch, 2014) –una película con una trama ridícula pero escenas de acción tan buenas que ya es un clásico de culto. También ha coordinado o participado en acrobacias en más de 80 producciones –incluyendo títulos como Matrix recargado (The Matrix Reloaded, Lana y Lilly Wachowski, 2003), Bourne: El ultimátum (The Bourne Ultimatum, Paul Greengrass, 2007) y 300 (Zach Snyder, 2006). Actualmente está dirigiendo Deadpool 2 (2018).

Lo que caracteriza las escenas de acción de Atómica es el uso de objetos inesperados como armas a la Jason Bourne, (desde tacones hasta mangueras) y las tomas largas, algo muy inusual en escenas de acción, donde normalmente se opta por tomas cortas para disimular los efectos especiales y los dobles –esto sólo fue posible porque Theron realizó la mayoría de sus acrobacias.

En, quizás, una de las mejores escenas de acción de los últimos años, Leitch fotografía una pelea en lo que aparenta –muy bien– ser una sola toma de 20 minutos. Al parecer inspirado por la escena del bosque en Niños del hombre (Children of Men, Alfonso Cuarón, 2006), la pelea en las escaleras es la mejor razón para ver esta película. Y no es la única escena de acción exitosa: la falta de presupuesto forzó al director a buscar soluciones creativas para escenas que hubieran costado demasiado, como una persecución entre azoteas que terminó convertida en la escena en que Lorraine escapa del departamento usando una manguera.

Quisiera darle los mismos elogios a la trama, pero aquí es donde la cinta afloja. Atómica está basada en una novela gráfica llamada The Coldest City (Antony Johnston y Sam Hart, 2012) y, mientras que visualmente logra lo que pocas películas basadas en novelas gráficas, la trama es innecesariamente confusa. No ayuda que constantemente estamos saltando del presente al pasado mediante flashbacks. La cinta empieza con Lorraine Broughton, una espía de MI6 que debe presentarse frente a sus superiores y un representante de la CIA para explicar qué sucedió durante su última misión que consistía en viajar a Berlín (días antes de la caída del Muro) a investigar la muerte de otro agente y recuperar una lista de agentes secretos operando en Europa.

La temática es familiar pero mucho más brutal que la típica película de espías: menos Pierce Brosnan como James Bond y más Daniel Craig. Tampoco es la primera vez que a alguien se le ocurre que una mujer protagonice una película del género, aunque este intento es mucho más exitoso que otros, especialmente en comparación con Salt (Phillip Noyce, 2010), cuyo protagónico fue originalmente escrito para un hombre y luego readaptado para Angelina Jolie. Lorraine es un personaje mucho más complejo, y es evidente que Leitch ha pensado en esto, en especial cuando se trata de escenas de acción que han sido escritas con una mujer en mente.

Pero esta cinta no es sólo sobre espías y la Guerra Fría: al final la verdadera temática es la crisis existencial que resulta de las heridas físicas y emocionales que debe sufrir un espía para hacer su trabajo. Leitch demuestra esto en las múltiples escenas donde vemos a Lorraine bañándose y atendiendo sus heridas. La cámara registra los moretones y las cortadas en el cuerpo desnudo de Theron, pero extrañamente, no la sexualiza, más bien nos muestra la vulnerabilidad del cuerpo humano. Lorraine es mucho más sexy cuando está vestida.

Nos queda muy claro que la película sucede en los ochenta gracias al vestuario, al igual que el soundtrack, el cual puede llegar a ser demasiado –y al mismo tiempo creo que nadie le hubiera perdonado a Leitch no incluir un remix de «99 Luftballons». Glen Weldon, uno de los anfitriones del Pop Culture Happy Hour (2010 a la fecha) de NPR, lo describe perfectamente: dice que Atómica es Berlin, la banda, no la ciudad. Y en muchos sentidos se siente como un video musical de los ochenta, en el buen sentido. Entre los sets, los vestuarios, las luces neón, Atómica visualmente es muy atractiva. Y a pesar de algunos problemas con edición y claridad, felizmente volvería a ver a Lorraine en acción.


Aurora Tejeida tiene una maestría en periodismo de la Universidad de Columbia Británica. Colabora en varios medios canadienses y mexicanos.