El círculo preciso de los días perfect

El círculo preciso de los días perfectos

Por | 2 de mayo de 2024

Oh, mother, tell your children

Not to do what I have done

Spend your lives in sin and misery

In the House of the Rising Sun

The Animals (1964)

 

Tú y los otros me llegan de huellas y entre sombras

aparecen cruzados entre líneas de activos verbos

Hanni Ossott[1]

 

La timidez de los árboles o timidez de copa [2] es un comportamiento investigado por botánicos sobre los árboles poblados con altura similar, generalmente de la misma especie, que incurren en la misma característica: no se tocan entre sí, evitando el contacto físico. Esta distancia, aparentemente deliberada, supone una evolución adaptativa y una inhibición, a su vez, de la posible propagación de plagas u otras infecciones. Cobijados por esta hipótesis, es viable encontrar justificación en la naturaleza respecto a la timidez e introversión como un mecanismo decente para habitar los tiempos que soplan. Vivir tímidamente corrobora el deseo de querer seguir viviendo, arriesgando las afecciones probables de la intimidad con otros, y se instala como una oportunidad de ser-estar, maniobrando un modo de vida en un círculo preciso donde sombras, libros, comida callejera, buena música, y otras huellas, sean la mayor evidencia de opulencia y prosperidad. Al final del día, las mejores soledades tienen una banda sonora sublime. Y un tiempo considerable, pero no menos agradable, haciendo uso de todo tipo de baños.

Segundos después de mostrarnos un suspiro del paisaje de Tokio junto a la timidez de sus árboles, empiezan los créditos que dan la bienvenida a Días perfectos. En su última película, Wim Wenders ostenta un franco virtuosismo nietzscheano para dibujar a su personaje en un espectáculo zen y apolíneo. No es Hirayama un abuelo desconsolado ante alguna incertidumbre sobre su seguridad social, tampoco un amargo ciudadano intocable reclamando comprensión y ternura; Hirayama (Kōji Yakusho) representa a un adulto en rebeldía cotidiana, aquella que se permite ubicar las modestias en una ritualística diaria, y que ofrece revancha al frenesí posmoderno, en cuyo modelo prevalece la productividad enfermiza dominada por el burnout[3] y la dictadura de consumo. Días perfectos [Perfect Days, 2023] es una alabanza a todas las cosas que deben agendarse ahora en planners[4] y apps de productividad. Es un largometraje prodigio donde la rutina es goce y el caos es simple. ¿Existen de verdad los días perfectos?, ¿o son los días perfectos una utopía con mínimas huellas del otro?

El señor Wenders [Düsseldorf, 1945] sabe lo que hace, y Hirayama también. Con una mirada en retrospectiva, Hirayama es la transformación saludable de un individuo como Travis Henderson, quien buscaba en París, Texas [Paris, Texas, 1984] el origen de su deambulación personal, deseando remendar las causas y consecuencias de su deriva. Travis y Hirayama comparten, además de un laconismo cordial, una preocupación ontológica que trata de gestionar un vínculo con el presente y lo real, enfrentándose a la complejidad de sus mundos mentales y sus universos suprasensibles.

Ambos personajes coinciden en una reivindicación a otros modos de entenderse en el mundo y personifican de forma instintiva la dualidad en la consumación trágica del rol dionisíaco -ejecutada por Travis, en este caso- y la presunta serenidad apolínea de alguien como Hirayama. Es así como Wenders extiende a Japón una enemistad social, que no compete solo a las discrepancias oriente-occidente sino, más bien, a una conversación franca sobre lo que está adentro y lo que está afuera, sobre cómo emprender camino hacia un futuro donde el yo y el otro convivan genuinamente sin sometimientos por eso que llamamos progreso. Wenders es el cineasta semiólogo, el orgullo barthesiano que desglosa en Días perfectos un haikú memorable sobre el potencial definitivo que aportan nuestras experiencias individuales.

Quizá envidiamos a Hirayama, pero no sería por nuestras aspiraciones occidentales, sino por el tipo de ruptura del sentido que Barthes [Cherburgo-Octeville, 1915-París, 1980] describe: «El haikú da envidia: cuántos lectores occidentales han soñado con pasearse por Ia vida con un cuadernillo en Ia mano, anotando aquí y allá «impresiones”, cuya brevedad garantizaría la perfección, cuya simplicidad demostraría la profundidad, (…) vosotros tenéis derecho a ser fútiles, cortos, ordinarios, encerrad lo que veis, lo que sentís en un tenue horizonte de palabras, y os parecerá interesante; tenéis derecho a fundar por vosotros mismos (y a partir de vosotros mismos) vuestra propia relevancia; vuestra frase, cualquiera que fuere, enunciará una lección, liberará un símbolo, seréis profundos; con el menor costo vuestra escritura estará llena».[5]  Solo hay una manera de musicalizar estas ideas y es con palabras de Lou Reed, «reap, reap, reap what you sow».[6]

Días perfectos podría instaurar una escuela de practicantes místicos conducidos por Hirayama. Wim Wenders sería un monje con una subversiva propuesta iniciática que bautice a sus fervientes en el regocijo de la lentitud de las cosas. Cada oración sería un kōan[7] y los lugares de culto serían sanitarios con impecable diseño arquitectónico.

Continuando la aventura nipona, resulta luminosa la significativa presencia femenina en Días perfectos. Desde la mujer que barre las hojas con el mismo esmero que Hirayama cuida sus plantas en luz ultravioleta; la sugerente aparición de una dama en coqueteos correspondidos; una colega de modestos almuerzos y púdicas miradas bajo los árboles al mediodía; una sobrina adolescente con la energía suficiente para despertarse a ras del sol con su tío y mostrarle Spotify; una chica cool e intrépida que puede apreciar escuchar un cassette; y una hermana que, bueno… Los días podrían ser perfectos, pero las familias jamás. Hirayama goza del canto, alimentación, diversión y complejidades de una potente cuadrilla femenina.

Siempre soñamos que todo lo que sucede meticulosamente en una película ha sido orquestado por quien dirige o por su equipo de producción. Estimamos las películas como una proeza metódica donde pocas veces apuntamos a pequeñas coincidencias o, en todo caso, las casualidades cinematográficas son asumidas como accidentes provechosos jamás narrados con demasiados detalles; después de todo, los certámenes premian mejor diseño de producción, nunca un mejor accidente de producción. En Venezuela llamamos la vieja al juego de lápiz y papel que juega Hirayama con su cómplice anónimo. Para la teoría de juegos y ciencias de computación, la vieja pertenece a un grafo dirigido[8] que forma parte de un árbol de juegos donde los nodos serían posiciones para cada jugador, y las aristas sus posibles acciones o desplazamientos.[9] Al jugar la vieja, Hirayama protagoniza en el cosmos de las cosas creadas por el hombre, un tipo de árbol que se conduce a sí mismo en las infinitas dimensiones de su mismidad. Es una grata casualidad, un conmovedor accidente. Su sola existencia es suficiente para dibujar el círculo preciso que defiende la partida de la cotidianidad, escogida serenamente como una profunda victoria sobre el caos exótico. Hirayama gana. Y nos corresponde, como él, dibujar nuestros propios círculos precisos.


Jaimar Marcano es productora independiente y gestora cultural venezolana. Actualmente, escribe su primer largometraje documental. Poemas, crónicas, y textos suyos han sido autopublicados y reseñados en diversas publicaciones digitales.


[1] Hanni Ossott, extracto del poema “El círculo preciso”, Hasta que llegue el día y huyan las sombras, Fundarte, Caracas, 1983.

[2] Francis E. Putz, Geoffrey G. Parkerand y Ruth M. Archibald, “Mechanical Abrasion and Intercrown Spacing”, en American Midland Naturalist, 1984.

[3] N. del e.: Anglicismo que se refiere al agotamiento mental por sobrecarga de trabajo.

[4] N. del e.: Un planner es un profesional que se dedica a la organización estratégica, desarrollo y puesta en marcha de proyectos.

[5] Roland Barthes, El imperio de los signos, Mondadori, 1991.

[6] Lou Reed, «Perfect Day», Transformer, 1972.

[7] Según Barthes, kōan «es una anécdota propuesta por un maestro que no debe desarrollarse ni en el discurso ni al final del discurso, y que se recomienda no resolverlo, como si tuviera un sentido, ni siquiera percibir su absurdo (que sigue siendo un sentido), sino rumiarlo «hasta que se caigan los dientes”», 1991.

[8] Conjunto de vértices -o nodos- y conjunto de arcos -o aristas-.

[9] Clara Zapardiel Quirós, La teoría de juegos y su aplicación en la economía actual, Repositorio del ICADE, Madrid, 2014.