Wolfwalkers: Sueños en fuga

Wolfwalkers: Sueños en fuga

Por | 29 de enero de 2021

Hay un lugar común en la crítica cinematográfica que nos previene de cometer dos errores peligrosos:

–No critiques de acuerdo a cómo te gustaría que fuera una película, sino critica según lo que la película es –advierten con ojos fulminantes los obispos de la integridad fílmica.

Considero que dicho mandamiento nos previene contra la imaginación centrífuga y el pensamiento nómada, dos errores que son mejor dicho aciertos.

Carlos Pereda acuñó la idea de imaginación centrífuga –y de pensamiento nómada– para referirse a una lectura que fantasea. No existe la sobreinterpretación, apunta el filósofo, sólo lecturas que se fugan. Toman como punto de partida una obra artística y articulan nuevas palabras a partir de ella. Un ejemplo paradigmático de la imaginación centrífuga es el Quijote, ese personaje que tomó las riendas de su vida para sacar los libros a cabalgar.

Contrapuesta a la imaginación centrífuga, se encuentran –como es imaginable– las interpretaciones centrípetas, ese tipo de lecturas que caen en el vértigo de reducir todo a lo mismo. Absortas por la espiral de una sola disciplina, un solo hábito, un solo tema, no se dan la libertad de divagar.[1]

Me gustaría ensayar la imaginación centrífuga en un escrito sobre Wolfwalkers (2020) para, de esta manera, encontrar qué es y qué podría ser, la animación de Tomm Moore y Ross Stewart.

Wolfwalkers cuenta la historia de una niña que quiere salir de su hogar para cazar lobos como su padre. Sin embargo, ni él ni la comunidad en la que vive, se lo permiten. En cambio, tiene que conformarse con las tediosas actividades del hogar.

Admito que la película aborda, sobre todo, lo depredador que es el hombre con la naturaleza y, también, cómo podemos adoptar la mirada del otro, del “salvaje”, para dejar de entenderlo como una amenaza. De todas formas quiero detenerme, con imaginación centrífuga, sobre un punto en apariencia menor: cómo se representa el tedio de las actividades domésticas en el filme.

¿Qué imperativo debe seguir Robyn Goodfellowe, la protagonista de Wolfwalkers? ¿Quédate en casa o aventúrate al bosque? Pedro, el personaje del cuento musical de Serguéi Prokófiev Pedro y el lobo, estaría de acuerdo en que lo más emocionante es salir del hogar y enfrentarse al peligro. Esta actitud desobediente y aventurera, anida también en Robyn. Sólo que ella, además de ser una niña valiente, representa la rebeldía ante los roles de género.

Si su padre y el Lord Protector, dos hombres, le imponen actividades domésticas como lavar trastes, barrer y sacudir el polvo, ella en cambio prefiere un trabajo que por tradición se le asignaba al hombre: cazar. Por eso evade o se hastía de hacer la limpieza, una ocupación que en términos cromáticos es plasmada en el largometraje animado con una gama de grises.

No estoy satisfecho con que esta justa subversión de roles, se convierta en un menosprecio a las tareas de la reproducción social. Lavar la ropa y tender la cama son actividades a las que ya de por sí les relegamos su importancia en nuestras vidas. Ponemos por delante, como si fueran mejores o más divertidas, otras faenas. No creo, sin embargo, que por reivindicar las tareas domésticas Robyn deba regresar a su rol genérico. Por eso propongo imaginar con pensamiento centrífugo, que Robyn tiene un hermano. Así podríamos, incluso, ampliar el terreno de lo subversivo.

Sólo fantaseemos que ese pequeño hermano, a quien podríamos llamar Pedro, su padre y la sociedad lo impelen a adoptar responsabilidades físicas como cargar pesados costales de harina, jalar cuerdas en el muelle o cazar a las palomas que se han vuelto una plaga en el castillo. Aunque, Pedro lo que en realidad desearía es quedarse en casa y deleitar con ricos guisos a su padre y a su hermana. Sé que no basta esta simple inversión de roles y contraposición de gustos para recuperar el gozo por lo doméstico, sino que requeriríamos además un giro en la trama.

En un principio los hermanos podrían intercambiar papeles para lograr sus cometidos: ella, cazar lobos y él, hacer guisos. No obstante, en algún momento tendrían que descubrir cómo ambos se complementan. Ella le mostraría las virtudes de la vida silvestre tanto como él le convidaría a los gustos hogareños. Al final no resultaría que uno tiene que cazar y la otra tiene que guisar, sino que cada quien puede experimentar los deleites y las dificultades de ambos mundos.

Está claro, sería otra película, pero otra película que no retrata las actividades domésticas como algo tedioso y tampoco reitera los roles de género. Con esta lectura centrífuga, podemos disfrutar no sólo con la libertad nómada de la cazadora y los lobos, sino también con el calor y la quietud de una choza.

Wolfwalkers defiende que el peligro es quedarse en un solo lugar, dormidos. Incluso cuando los personajes se van a la cama, despiertan en un espíritu alterno y se fugan al bosque como lobos. Tanto es el temor al sueño y al sedentarismo. Aunque es verdad que uno no puede correr el peligro de quedarse siempre en el mismo lugar –tener una vida centrípeta –, en el otro extremo nos arriesgamos a nunca establecernos en ningún sitio. El final de la película parece el inicio de una vida errante y por lo tanto “feliz”, pero, como la historia termina, el rumbo de los personajes se deja a la inventiva centrífuga del espectador.

Yo imagino el siguiente epílogo: fueron nómadas para dejar de ser nómadas. Fueron nómadas porque viajaron de la vida trashumante a la sedentaria, una y otra vez. Alternaron el ajetreo de lobos que saltan, que corren y el sosiego de la gente adormilada. Así, evitaron hacerse adictos al movimiento sin dejar de moverse. Porque a veces para caminar entre lobos también necesitaban quedarse en casa, descansar e imaginar el modo en que iban a fugarse de nuevo.


Carlos Andrés Torres Cabrera estudió la licenciatura en Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Ha colaborado con Este PaísCorrespondencias y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Fue ponente para la mesa La democracia en México en 2065 organizada por el colectivo Lagartijas Tiradas al Sol (2017) y en el 2º Congreso Internacional de Estudios Teatrales en Lima, Perú (2016).


[1] Pereda, Carlos, Patologías del juicio: Un ensayo sobre literatura, moral y estética nómada, Centro Nacional de las Artes, de la Secretaría de Cultura, e Instituto de Investigaciones Filosóficas, de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2018.