Grandeza y decadencia de un pequeño com

Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine

Por | 2 de marzo de 2018

A

Hay un problema llamado Jean-Luc Godard.

Ese nombre

oculta el desconocimiento que se tiene de una de las obras más comentadas del séptimo arte (las referencias constantes a Sin aliento [À bout de souffle, 1960], Pierrot, el loco [Pierrot le fou, 1965], El desprecio [Le mépris, 1963] e Historia(s) del cine [Histoire(s) du cinéma, 1988-98] no son ni remotamente suficientes para ocuparse de más de un centenar de piezas),

representa a un personaje que ha renovado su labor de forma radical dos o tres veces y

apunta hacia una de las mentes más lúcidas de las imágenes en movimiento.

La leyenda de Godard ha convertido a Jean-Luc Godard (París, 1930) en un desconocido demasiado conocido. Y eso hace extraordinariamente complicado hablar de sus películas como si sólo fueran películas. Intentémoslo.

 

B

Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine está situada en una casa productora casi en bancarrota porque ha perdido el apoyo del estado. A su centro están un director, Gaspard Bazin (Jean-Pierre Léaud), que juega el aburridísimo y al parecer sexy papel de artista incomprendido, y por lo tanto de adulto adolescente eterno, y un productor deprimido, sin carisma y con contactos en Italia, quizá con la mafia, Jean Almereyda (Jean-Pierre Mocky). Juntos intentan levantar la adaptación televisiva de una novela policiaca que, a fin de cuentas, se materializa y termina con la muerte de Almereyda y la desaparición de la empresa.

Bazin, odioso, presumido, berrinchudo, escudado tras sus libros, parece, más que el impulso artístico, la impostura de la idea de artista con la que se suele maquillar la realidad de ser un profesional creativo sin ideas o con ideas poco claras. Y eso, la incapacidad para concretar ideas, cuesta dinero. Almereyda, por su parte, hace patente que tras la superficie fílmica hay una relación muy estrecha entre obra (o producto) y capital que, en el caso del cine, significa la materialización de tiempo que vale, tiempo que es oro.

Entre ellos, grabada –no filmada– con un descuido calculadísimo y divertido, está la evidencia del proceso de producción de una película: contadores, reuniones de trabajo, audiciones y una cámara de televisión omnipresente en la sala de juntas. Una cámara de televisión que representa el aparato fílmico en un largometraje que en realidad es un capítulo de una serie de televisión (Série noire, 1984 a la fecha).

Cerca del final de Grandeza y decadencia… (Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma, 1986) aparece un intertítulo que dice «Keskelar» («Keselarte»), una pregunta que naturalmente no se resuelve, pero que adquiere especificidad cuando engarzamos los ejes creación/dinero/aparato fílmico: en realidad pregunta –y el apellido del crítico André Bazin es una guía inequívoca– «Keskelsinema» («Keselsine»). La respuesta está en la pieza completa. A su vez, la respuesta es la pregunta.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel