Medios, mañas y consumos de contenidos

Medios, mañas y consumos de contenidos visuales

Por | 5 de septiembre de 2017

Adiós al lenguaje (Adieu au langage, Jean-Luc Godard, 2014)

Hace unos años, cuando me mudé de casa y cancelé mi cuenta de internet con la compañía de cable subsidiaria de una televisora que me la vendía me encontré con la opción de contratarles en mi nuevo domicilio, además del internet, una línea telefónica. Me daba un poco lo mismo contratar la línea con ellos o con la compañía de teléfonos, lo que me resultaba un poco de más era volverles a contratar el servicio de televisión por cable. El operador de compañía me hablaba de la gran cantidad de canales que podía tener a mi disposición mientras yo pensaba en toda la publicidad que venía con estos canales –muchos de los cuales no veía–, en la política de las empresas mediáticas –que nos habían sacado del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea para convertirnos en la Región 4 de un serial futurista de especulaciones postcoloniales– que optaban cada vez más por transmitir todos sus contenidos en español y le pregunté si podía contratar sólo los canales de HBO y Cinemax. Me dijo que no, y yo le insistí. Me dijo que sólo si contrataba el servicio básico y yo le dije que sólo quería esos canales y que, dado que no podía vendérmelos aparte, sólo me diera la línea de teléfono y el servicio de internet. Entre esa conversación y el momento en el que escribo estas líneas HBO se emancipó –siquiera virtualmente– del yugo de la venta condicionada para saltar a las redes y ser accesible al público de manera directa, se lanzó Netflix como base de datos que sirve de opción para que veas lo que quieras cuando quieras y no pasó mucho tiempo antes de que la televisora lanzara un servicio semejante vendiendo sus producciones y contenidos –me pregunto sobre quién puede querer comprar el material del Canal de las Estrellas sin ser mediólogo, sociólogo, antropólogo o artista de video. Pero antes de que la tecnología de los dispositivos audiovisuales alcanzara la eficacia, calidad y portabilidad que hiciera redituable la creación de plataformas para la explotación de estos contenidos (lo que provocó que formatos físicos de consumo como el DVD o el Blu-ray se volvieran impensables y obsoletos para el consumo cotidiano y fueran puestos a remate, junto a los dispositivos que los reproducen, en cuanta venta de garaje de la colonia Narvarte), existían YouTube y Vimeo, páginas de contenido audiovisual emblemáticas que, junto con otras páginas de perfil más bajo, ofrecen bancos de contenido que lindan con lo borgeano.

Hoy se pueden ver, de manera rápida y accesible, contenidos varios que van de sesiones plenarias hasta la secuencia de títulos de la serie de televisión japonesa de finales de los sesenta que se convirtió en figura de culto en el México setentero, desde pornografía tipificada según tus algoritmos hasta películas de estreno copiadas ilegalmente que suben rusos, indios y mongoles. El buscador te los muestra todos, los que sobreviven en línea y los que han sido removidos por la policía de los derechos de reproducción. Se puede encontrar tal o cual secuencia o episodio de tal película o programa de televisión con una rapidez pasmosa en un acervo que se arma de manera multitudinaria donde las imágenes entran, salen y pasan para convertirse –para los nuevos realizadores– en un delirio poundiano de acotaciones y referencias que seguir, que perseguir, que poner a cuadro. Un mundo de oportunidades virtuales y de contenidos audiovisuales se abre para quienes puedan pagarlo y para los que no, la piratería ha terminado por convertirse en una postura –una forma de resistencia– frente a los manejos de información, contenidos y marca de las grandes productoras.

Los contenidos han evolucionado (o deteriorado, según se quiera ver) según sus plataformas. La televisión, tal y como se desarrolló a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado –como una extensión en video de formatos radiales cuyos huecos eran llenados con saldos hollywoodense con bajos costos de producción– ha alcanzado un punto de agotamiento extremo. Las noticias se escriben, se documentan, son vistas prácticamente en el momento que suceden, consumimos información de tal manera que lo que acabamos por consumir son comentarios, editoriales y balances generales de todo lo visto y escuchado. Todo sucede y se consume en el mismo instante de su lanzamiento, no hay lentitud ni postergación posible. No hay discernimiento tampoco entre la relevancia de los contenidos. El uso de las redes para los contenidos políticos hace de estos contenidos algo en apariencia inocuo que esconde –quiero suponer– estrategias demagógicas extremas. Pero más allá de lo que dice o no una figura mediática o la siguiente, sea un comunicador sobrevaluado mexica o un gobernante gringo, en esta actualidad que se agota a cada momento, yo me quedo, entre maravillado y boquiabierto, frente a la velocidad con la que tardan en aparecer los comentarios especializados al respecto del último episodio de Picos gemelos (Twin Peaks, David Lynch y Mark Frost, 1990-91 y 2017). ¿Qué tanto tardamos en consumir unos y otros, de escribir nuestros propios comentarios, de leerlos en nuestro podcast o de transmitirlos, en ese mismo momento, en Periscope? Nunca antes se había hilado tan fino en cuanto a decir sobre el decir de lo que se ve (o se ha visto). Nunca antes, tampoco, había habido tan poca distancia crítica entre lo que se ve y lo que se dice que se ve.

Eso sí, los contenidos visuales son recortados y manipulados para crear nuevos contenidos, que a su vez, tienen sus diez minutos de relevancia, mismos que dejan, a émulos de la lentitud como el que escribe estas líneas, frente a caminos tan claros como intrincados donde se confunden, precisamente, nociones de sociología, antropología, mecanismos de consumo masivo y, muy al final, los datos relevantes que puedan servir para un marco teórico que sirva para reflexionar sobre los contenidos visuales que puedan parecerse –en mayor o menor medida– a lo que llamábamos película o filme (sea un corto o un largo, ficción o documental, propaganda o sus derivados) a través de diversos formatos pero sólo un medio: el digital, con contenidos que pueden ir de la franca propaganda o la denuncia hasta la revisión y puesta en evidencia –a cuadro– de patologías culturales, vicios formales y velos subliminales. Una cita de la cita de la cita, heredera del sin-sol de Chris Marker, que va –quisiera decir que en la midcult todavía, por aludir a Umberto Eco, en los formatos que han venido a sustituir los consumos que todavía eran vigentes ayer, es decir, hace veinte años– de los documentales de Adam Curtis para la BBC a la guía de cine para perversos de Slavoj Žižek. ¿Es éste el futuro del cine, la cita de la cita de la cita, como un delirio godardiano que se reinventa, frente al páramo que anuncian los product shots de Nicolas Winding Refn y las películas de superhéroes?


Ricardo Pohlenz es poeta, escritor y crítico. Actualmente conduce La vocación renacentista del mil usos en el canal de radio del Centro de Cultura Digital. Su libro más reciente es Bac Kga Mon (2015). @rpohlenz