Fantasía: Una revaloración desde la ma

Fantasía: Una revaloración desde la maternidad

Por | 11 de octubre de 2017

Una de las primeras imágenes que se formó en mi mente en cuanto vi las dos líneas rosas en mi prueba de embarazo positiva fue aquella de mi hijo y yo acurrucados en un sillón, viendo películas y compartiendo palomitas. En esa imagen mi hijo era un niño de más de un año, pero pronto todos los libros y blogs escritos por expertos en desarrollo infantil me rompieron el corazón al indicar que los pequeños de 0 a 5 años de edad y las pantallas son una combinación desastrosa.

En sus pautas para el uso de medios durante la infancia, investigadores de la Academia Americana de Pediatría (AAP) mencionan que los niños menores de 5 años prácticamente no deben tener acceso a televisiones, tabletas ni teléfonos celulares. El único uso adecuando de estos para menores de 18 meses de edad es cuando platican con sus abuelos o familiares por Skype o plataformas similares. A partir de los dos años, según la AAP, una hora al día de programas educativos de calidad es suficiente.

Y es que el cerebro de los humanos en desarrollo no tiene la madurez para entender lo que está pasando en el televisor. La combinación de sonidos e imagen no tiene sentido para ellos, y diversos estudios han demostrado que durante el primer año de vida únicamente se perciben imágenes que cambian cada seis segundos, no tienen relación entre ellas y son bidimensionales. A partir de los 12 meses los niños irán desarrollando la habilidad de leer imágenes y codificarlas al mismo tiempo, un proceso que, literalmente, los emboba frente a la pantalla.

En un reporte de varios estudios que han analizado la relación medios e infancia, el Urban Child Institute subraya que los niños de menos de 5 años que ven la televisión o pasan más de dos horas al día jugando con tabletas o smartphones son mucho más propensos a desarrollar problemas de lenguaje, son menos hábiles al momento de entablar relaciones sociales, no pueden concentrarse con facilidad y se vuelven sedentarios, lo cual los hace propensos a desarrollar obesidad y enfermedades como la diabetes tipo 2.

Así que como buena madre primeriza seguí al pie de la letra las pautas de la AAP durante los primeros 17 meses de la vida de mi hijo. En esos meses, y muy a mi pesar, sólo utilicé el teléfono para tomar fotografías y video, y si sentaba a mi pequeño frente a la pantalla de la computadora era para que platicara con sus abuelos. Las conversaciones nunca duraron más de 15 o 20 minutos.

En esos meses aprendí a esconder mi mirada de envidia cuando otras mamás me platicaban que dejaban ver a sus hijos Peppa Pig (Mark Baker y Neville Astley, 2004-12), The Wiggles, Frozen (Disney, 2013) o Cars (Disney, 2006). Ellas utilizaban los minutos que duran esos programas de televisión o películas para mandar correos electrónicos, hacer la cena o, simplemente, tomarse un té caliente sin tener a una personita al lado tratando de meter los dedos a la taza.

Pero un buen día mi hijo estaba insoportable. Berrinche tras berrinche tras mal humor tras llantos me hartaron, e hice lo impensable: prendí la tele. Volteé a ver a mi hijo, quien hasta ese entonces no había tenido contacto con la televisión, y busqué en Netflix algo que me pareciera adecuado. A final de cuentas, debía ser algo didáctico…

La primera imagen que mi hijo vio en la televisión fue la de un hipopótamo con tutú rosa bailando al ritmo de La danza de las horas, ballet que forma parte de la ópera La Gioconda (Amilcare Ponchielli, 1876). Y no se traumó, al contrario: se quedó callado mientras yo hacía la cena y aprovechaba el silencio para mandar un correo electrónico. Esa misma tarde conoció a El aprendiz de brujo (1897), pieza compuesta por Paul Dukas y que se hizo célebre gracias a Mickey Mouse y a sus travesuras con el caldero mágico y las escobas en la película Fantasía (Fantasia, Disney, 1940).

Una encuesta reciente de la Kaiser Family Foundation señala que 74% de todos los niños de menos de dos años de edad ven televisión. De hecho, el 88% de los padres entrevistados confesó que sus hijos de menos de dos ven la tele en la sala y que el aparato está prendido la mayor parte del día.

En mi casa la música es fundamental y desde ese día la tele de la sala está prendida por lo menos una hora al día. Mi hijo, de ahora dos años, y mi hija, de un año de edad, ven con frecuencia alguno de los ocho cortometrajes que componen Fantasía o de los ocho que conforman Fantasía 2000 (Fantasia 2000, Disney, 2000) , así como filmaciones de sinfónicas en YouTube antes de la comida y cena. Cuando tengo tiempo, me siento con ellos y vemos alguno juntos. Hay días en que la tristeza me embarga y les platico que yo veía Fantasía con mi papá, quien falleció hace más de 20 años. Fantasía, extrañamente, me permite compartir con mis hijos algo de mi niñez y mostrarles algo que con certeza su abuelo les hubiera enseñado.

Fantasía es el tercer filme animado de Disney, y a la fecha es considerada su película animada mejor lograda. Es el antecesor directo de los videos musicales y aunque alabada por la crítica desde su estreno, no fue sino hasta los 1960 que el público comenzó a valorarla. La segunda entrega causó furor por estrenarse en formato IMAX, pero la calidad de algunos de los cortos dejó un mal sabor de boca tanto en los críticos como en los fanáticos de la original.

Hace unos meses salí con mi familia a un mercado de artesanías que se pone una vez al mes en el Museo Heide de Arte Moderno, en Melbourne, Australia, donde vivimos. En el mercado siempre hay músicos y ese día había una agrupación conformada por guitarristas, trompetistas, violinistas y tecladistas. Mi hijo los vio a lo lejos y corrió a ponerse frente a ellos. Y allí se quedó, hasta que vio una rama y la sostuvo con su bracito, moviéndola de un lado a otro.

Los músicos enternecidos le preguntaron si los estaba dirigiendo. A sus dos años, mi hijo no tuvo suficientes palabras para explicarles qué estaba haciendo, pero siguió conduciendo a lo orquesta por unos diez minutos más. James Algar, uno de los directores de Fantasía, seguro se hubiera dado por bien servido si supiera que un niño de dos años pretende dirigir orquestas porque ha visto su película más de una vez.

Otros investigadores han dicho que más que censurar o prohibir el uso de la televisión y otros medios, es mejor adoptar el rol de mediadores y enseñarles desde pequeños a consumir cultura popular de calidad. Tras ver cómo mi hijo disfruta la música de Fantasía y todo lo que le ha brindado en cuestión lenguaje y habilidades musicales, no me queda duda de que esta es tal vez la postura más sensata para mi familia.

Para acercar más a mis hijos a la música clásica, les pongo videos de orquestas tocando algunas de las composiciones clásicas más populares, como la obertura de Guillermo Tell (Gioachino Rossini, 1829), «La cabalgata de las valkirias» (Richard Wagner, 1870) y Así habló Zaratustra (Richard Strauss, 1896). Desde luego, los niños no pueden ver todo, pero su concentración e interés duran lo suficiente para escuchar los acordes más populares y comenzar a reconocerlos. También han memorizado el nombre de los instrumentos musicales y saben qué es un director de orquesta y qué hace.

Investigadores de la Universidad de Queensland en Australia revelaron en un estudio que la música beneficia mucho más a los niños que otras actividades, incluida la lectura, y que estar expuestos a ella los ayuda a mejorar sus habilidades motrices, regular sus emociones e incrementar su vocabulario.

Visto así, el cine y su perfecta mezcla de imágenes y sonido se convierte en una excelente forma de acercar a los niños no sólo a la televisión sino a diversos medios. Las buenas historias nos ayudan a enseñarles nuevas palabras, la música los ayuda a regular emociones, a bailar y hasta a memorizar –sí, repetir mil veces “Let It Go” fue benéfico para tus hijos– y los personajes les muestran qué es la empatía y que acciones se clasifican como “buenas” o “malas”.

Y es que en los estudios que ahondan en el uso de los medios y la infancia mucho se habla de la televisión y poco del cine. Un niño de menos de dos años no puede ver un largometraje completo, se aburre, pero puede ir viéndolo poco a poco, entrenándose para ir al cine por primera vez y maravillarse ante la sala oscura y las imágenes que emanan del aire, de la pantalla, frescas, como magia.

Obviamente habrá quien critique mi acercamiento y crea que dos niños de menos de 5 años no deben estar viendo Fantasía, pero la realidad es que como madre y como amante del cine, ésta es la primera película que puedo ver con mis hijos. La hemos visto en fragmentos, la hemos gozado, tarareado y hasta platicado. ¿A qué niño no le da risa ver como un cocodrilo trata de cargar a un hipopótamo? Fantasía también nos abrió la puerta a otras películas. Hemos visto muchas veces Intensa-mente (Inside Out, Pixar, 2015) y así hemos hablado de las emociones, incluidas la tristeza y la frustración. Desde luego, también nos topamos con Zootopia (Disney, 2016) y hemos hablado de los sueños y de los animales.

Todavía no logro llevarlos al cine por primera vez, para eso aún faltan algunos meses, pero mi sueño de ver películas apapachados en el sillón se hizo realidad –aunque sin palomitas, porque presentan riesgo de asfixia hasta los tres años de edad.


Gabriela Muñoz es escritora, editora y crítica de cine. Ha colaborado en diversos medios nacionales e internacionales como Cine PREMIEREConfabularioThe Sydney Morning Herald y The Review Review@_gabmunoz