Dunkerque

Dunkerque

Por | 26 de julio de 2017

Quizás mejor que cualquier otro cineasta desde que Stanley Kubrick dirigió Cara de guerra (Full Metal Jacket) en 1987, Christopher Nolan entiende la naturaleza de la guerra. En los conflictos armados no hay héroes ni protagonistas. En el súbito fragor de un bombardeo no hay rangos ni clases sociales. El mundo se convierte en una maraña de piel, músculos, tornillos, cristales rotos y gritos ahogados. Cuando el zumbido de los aviones enemigos cercena el cielo no hay tiempo de declamar frases patriotas ni de escribir una última carta a la amada. De pronto aire, mar y tierra vuelven a su estado primario, al caos, y no hay tiempo de reflexionar ni de emociones. El cuerpo se estremece, los oídos sangran y los músculos se entumen de frío y de terror. Nolan lo sabe y en Dunkerque no hay personajes principales. La guerra convierte al individuo en un cuerpo vulnerable.

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Desde que los hermanos Lumière cambiaron al mundo al hacer público su cinematógrafo, artistas y científicos han buscado crear experiencias a través de las cuales podamos transportarnos sensorialmente a otro lugar. El cine 3D, la realidad virtual, los videojuegos first person shooter: todos buscan que el medio se vuelva invisible y que el espectador realmente se crea presente en un mundo ficticio. En Dunkerque (Dunkirk,  2017) Nolan vuelve a las raíces del cine mudo, del cine como un medio casi puramente visual, para lograr que nos adentremos en la guerra. A pesar de que Dunkerque es una experiencia también sonora, si la viésemos en mute podríamos seguir la acción y deducir la secuencia narrativa.En lugar de ofrecer una narrativa sencilla, esquemática, Nolan (Londres, 1970) se deja llevar por lo inesperado que resulta el campo de batalla. Ver Dunkerque es estar en la Segunda Guerra Mundial. Tus entrañas se estremecen, la piel se enchina y tú también quieres taparte los oídos para que las balas se oigan al menos un poco a la distancia.

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Mención aparte merece el score de Hans Zimmer. Su música es el acompañamiento perfecto para la maquinaría de guerra que hace que la playa francesa de Dunkerque se convierta en un monstruo en que barcos, aviones de combate y artillería se vuelven uno mismo con los soldados, engranajes en la maquinaria del poder. Por momentos la música suena a las hélices de un helicóptero o el paso de un tren. Las máquinas de guerra se tornan monstruosas con la voz otorgada por Zimmer.

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Seria ocioso encontrar las influencias que Nolan tuvo en la realización de Dunkerque. Seamos ociosos: el pintor William Turner y sus paisajes marítimos en medio de la tormenta, Steven Spielberg y el desembarco en Saving Private Ryan (Rescatando al soldado Ryan, 1998), la realista Bloody Sunday de Paul Greengrass (2002), la propia obra de Nolan y sus juegos visuales, caleidoscopios fílmicos. Pero si tuviésemos que inscribir a Dunkerque en algún canon, sería en los documentales que Frank Capra, John Ford, John Huston, William Wyler y George Stevens realizaron para el ejército de Estados Unidos y que podemos ver en el documental de Netflix Five Came Back (Laurent Bouzereau, 2017). Los directores clásicos de Hollywood documentaron la realidad de la Segunda Guerra Mundial; Nolan crea una realidad cinematográfica y la retrata de manera fría, documental. En Dunkerque Nolan recrea una realidad no corrupta por los clichés de Hollywood.

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Cuando al fin nos da un respiro y creemos que hay un poco de esperanza, las bombas y metralla del enemigo invisible atraviesan y destartalan cuerpos y barcos. El mar lo engulle todo y tras el estruendo bélico hay un silencio que nos hace recordar que el mundo sigue girando y que los conflictos humanos son, en el gran paso de la historia, insignificantes. Todos somos intrascendentes.

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Dunkerque juega con nuestra memoria. No se recuerda como a una conversación o una obra de teatro; se recuerda como un choque automovilístico: lo que nos queda son sensaciones, no detalles. Al cerrar los ojos no nos vienen a la mente los rostros de Kenneth Branagh, Cillian Murphy o Harry Styles. Recordamos el sonido incesante de la metralla, lo salado del gélido mar, el sabor de un pan con mermelada luego de ver morir a decenas de soldados anónimos.


César Albarrán-Torres es catedrático e investigador en la Swinburne University of Technology en Melbourne, Australia. Es crítico de cine y fue el editor fundador del portal de la revista Cine PREMIERE@viscount_wombat