Detrás del hombre que vio demasiado

Detrás del hombre que vio demasiado

Por | 24 de julio de 2017

Chichis y tripas. Colombiana de 90-60-90 posando desnuda con una mirada sugerente en el rostro; mexicano tirado sobre el asfalto con el estómago ensangrentado y la mirada perdida. En los periódicos mexicanos de nota roja, Eros y Tánatos van de la mano. Ya sea deleite, ya sea morbo, ya sea información a bajo costo, estos medios de comunicación cumplen una función dentro de la sociedad. Sus imágenes de portada magnifican la realidad que retratan, grabándose con violencia sobre el ojo que las observa mientras se desprenden de toda significación desde su desnudez gráfica. Dentro de la tradición de este tipo de fotoperiodismo, una de las figuras más populares y fascinantes es sin duda Enrique Metinides. Su trabajo es una mezcla desconcertante de horror y belleza que bien podría describir esta dualidad entre el deseo y la muerte dentro del contexto nacional. El fotógrafo es el protagonista de El hombre que vio demasiado, el nuevo documental de la fotógrafa y documentalista Trisha Ziff.

Con apenas tres documentales, Ziff se ha encargado de profundizar en las relaciones que mantenemos con la fotografía. En Chevolution (2012) se encargó de ahondar en los orígenes de la icónica foto del Che Guevara, devolviéndole crédito al responsable de la imagen, Alberto Korda, redescubriendo el legado del guerrillero argentino y descifrando el impacto que ha generado la imagen en la cultura popular con una contradictoria multiplicidad de significados. En La maleta mexicana (2011), su objeto de estudio fue una serie de negativos descubiertos, naturalmente, en México, y capturados por Roger Capa, David Seymour y Gerda Taro, en los cuales los fotógrafos retrataron de primera mano los horrores de la Guerra Civil española. La película indaga sobre la obra de aquellos pioneros del fotoperiodismo de guerra, mientras entabla un diálogo entre pasado y presente con los supervivientes y herederos del conflicto. Su más reciente largometraje, El hombre que vio demasiado (2015), se encarga de abrir el panorama sobre el fotoperiodismo de nota roja alrededor de la vida y obra de Metinides.

Habrá que puntualizar que el estilo de Ziff no persigue pretensiones artísticas más allá de la forma documental (lo que tampoco quiere decir que no las tenga). Si se quiere usar el calificativo “convencional” para describir el más típico uso de entrevistas, material de archivo, voz en off y música incidental en sus documentales, no se cae en un error. Es cierto que la manufactura es básica –aunque efectiva–, sin embargo, es un calificativo reduccionista que no deja ver el verdadero valor de sus discursos audiovisuales. Sus documentales establecen vínculos entre los fotógrafos que con su lente han capturado personajes y momentos emblemáticos con la trascendencia que una imagen puede tener más allá de sí misma. En el caso de El hombre que vio demasiado, Ziff utiliza a Metinides para hablar no sólo de él, sino del fenómeno que lo envuelve.

Por la película sabemos que Metinides en realidad no es un fotógrafo (él mismo lo declara), sino un coleccionista. Ranas de la fortuna, ambulancias y camiones de bomberos de juguete, imágenes de la Virgen de Guadalupe y recortes de fotografías de periódicos forman parte de sus múltiples colecciones. La fotografía es una extensión de su obsesión por acumular y ordenar al mundo. El documental revela sus primeros contactos con la cámara, sus reflexiones sobre el oficio, algunas de las anécdotas que marcaron su carrera y evocaciones de algunas de sus fotografías más conocidas (otra vez el diálogo en entre pasado y presente). En un segundo nivel, la obra del fotógrafo es abordaba por críticos, especialistas y otros fotógrafos que cuestionan su valor artístico. Finalmente, una serie de entrevistas a familiares y gente cercana a él terminan por completar el retrato del personaje. En una línea paralela, siguiendo su juego de correlaciones, Ziff sigue a un grupo de fotoperiodistas durante su trabajo, además de mostrar y entrevistar a vendedores y consumidores de periódicos de nota roja.

Como en sus anteriores documentales, Ziff abre espacio para múltiples voces. En este caso, una de ellas es la de Dan Gilroy, director de Primicia mortal (Nightcrawler, 2014), quien comparte un atinado comentario sobre cómo se puede interpretar a un país por su acercamiento a la noticia y cómo en cada país debe haber un Metinides que es reflejo de su sociedad. Es interesante la elección de este director, quien en su película hace justamente una crítica a los medios amarillistas estadounidenses a través de la figura de un camarógrafo sin escrúpulos (Jake Gyllenhaal) que manipula y hasta confecciona escenas en la vida real para conseguir que sus imágenes sean las estelares en los noticiarios. Una crítica regional que se puede aplicar a medios de todo el mundo, ávidos de espectacularidad y ratings. En el caso de México, sin embargo, los medios sensacionalistas son reflejo de una necesidad insatisfecha de la sociedad mexicana.

En la base de este entramado de vínculos entre fotógrafo, obra y sociedad que exhibe El hombre que vio demasiado está la muerte. El documental exhibe la predilección del público por entrar en contacto con ella a través de los periódicos de nota roja. Hay dos momentos clave para este discurso: la secuencia de créditos al inicio de la película y la dedicatoria final. En la primera hay un montaje que intercala escenas del lugar donde se imprime el periódico ¡Pásala! con las de una fábrica de ataúdes. En un juego de analogías, Ziff nos recuerda que la muerte es negocio, se produce en serie y es cosa de todos los días. En la segunda, la directora hace un recordatorio del asesinato del fotógrafo y periodista mexicano Rubén Espinosa, cometido hace ya dos años. Es un breve comentario complementario que recuerda los riesgos cada vez más graves que enfrentan los periodistas y fotógrafos durante el ejercicio de su profesión en México.

Los periódicos de nota roja son una advertencia diaria de que mañana podríamos ser nosotros los fotografiados. Además, revelan otra de las facetas de la conexión tan íntima que tenemos con la muerte y de la que tanto nos gusta presumir. Pero como muchos otros ya han aclarado, sabemos que en realidad no convivimos con ella, ni mucho menos la asumimos. Nos gusta pensar que le vemos la cara cuando lo que hacemos es escondernos detrás de ella. En este sentido, es posible encontrar una correlación aun más profunda entre todos los temas que aborda la película (fotografía, muerte, sociedad): los periódicos de nota roja forman parte de las representaciones de nuestro erotismo. Entiéndase el concepto dentro de los términos que Octavio Paz estableció en su ensayo La llama doble doble: Amor y erotismo:

Sometidos a la perenne descarga eléctrica del sexo, los hombres han inventado un pararrayos: el erotismo. Invención equívoca, como todas las que hemos ideado, el erotismo es dador de vida y de muerte […] El erotismo defiende a la sociedad de los asaltos de la sexualidad pero asimismo, niega a la función reproductiva. Es el caprichoso servidor de la vida y de la muerte.

El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora.

Octavio Paz vincula amor, sexo y erotismo utilizando una imagen muy visual: «el sexo es la raíz, el erotismo es el tallo, y el amor la flor. ¿Y el fruto ? Los frutos del amor son intangibles. Éste es uno de sus enigmas»[1].

La mujer desnuda y el cadáver sangrante, más los ocurrentes encabezados que describen los eventos de portada –ocasionalmente recurriendo a lo albures, nuestras metáforas favoritas– son parte de nuestros intentos para abordar una realidad apabullante, y que en el caso de México, país ahogado en sangre, está atrapada en un círculo vicioso de violencia. El cine de ficción reciente tampoco escapa a esta condición. Ejemplos: en Heli (Amat Escalante, 2013), la muerte por venganza provoca en su protagonista el deseo sexual; en Después de Lucía (Michel Franco, 2012), un escándalo sexual provoca una venganza consumada en muerte. Las oscuras primaveras (Ernesto Contreras, 2014) hace más suyos los elementos, pero el objetivo de su erotismo no es traspasar el sexo y la muerte, sino llegar a ellos (el amor estorba). Hay que aclarar que no es que estas representaciones sean erróneas, al contrario, son reflejos de síntomas que deben ser identificados y que más bien hablan de una ausencia o pérdida del sentido moral.

Al final del documental, Trisha Ziff incurre en lo mismo que está estudiando, nos obliga a ver por un tiempo prolongado a Metinides –quien espera en vano otra pregunta de la directora–, grabándolo con fuerza sobre nuestra retina. Es un momento incómodo que desnuda al fotógrafo de todo el discurso que hasta ese momento había hecho la película. Metinides también es un cuerpo, pero un cuerpo aún con vida. El hombre que vio demasiado no solamente es Enrique Metinides, somos todos nosotros los que nos devoramos como caníbales a través de imágenes, y los que ante una fotografía que nos recuerda la fragilidad de nuestra vida agradecemos no ser los retratados. Nos defendemos de la muerte con violencia, no hemos conseguido trascenderla a través del erotismo. Pero ¿cómo hacerlo en un país donde los muertos ya no solamente son los que están frente a la cámara, sino también los que están detrás de ella? Tal vez por eso preferimos escondernos detrás del periódico abierto.


[1] Todas las citas a Paz están tomadas de este exto de María Elvira Luna Escudero.


Israel Ruiz Arreola forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado.

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