¿Qué veo que no veo?
Por José Felipe Coria | 19 de junio de 2017
Sección: Opinión
Temas: Cine mexicanoCine nacionalista mexicanoEstética del cine mexicanoFotografía del cine mexicano
Zapata: El sueño de un héroe (Alfonso Arau, 2004)
En el sexenio de Luis Echeverría, su hermano, Rodolfo, decretó la creación de una Nueva Era Para El Cine Mexicano, que acabaría con la dominancia mantenida por la, con mucha posteridad, reconocida como Época de Oro. Y se establecieron “nuevos” criterios de carácter estético, similares a los que en su momento el padrecito Iósif Stalin estableció para el lindo realismo socialista soviético de los 1930-50.
Entre lo “novedosamente” “nuevo” estuvo un cambio tecnológico. Si en la políticamente despreciada época mencionada se filmaba con cámaras Mitchell made in USA, ahora se harían las películas del régimen con cámaras Panavision made in USA. Si antes se recurría al sonido Westrex-RCA, y se armaban tres pistas en monaural (diálogos, música e incidentales), ahora se armarían… tres pistas con sonido RCA. En monaural. Si antes se revelaba en los Estudios Churubusco con estándares de Rochester Kodak (no olvidar que los Estudios fueron fundados por la RKO Pictures), ahora se revelaría en… los Estudios Churubusco Azteca. Respetando los estándares actualizados de Rochester Kodak. Si la estética fundamental del para los 1970 despreciado cine clásico mexicano fue el famoso pan focus (o sea, todo en foco desde dos milímetros de distancia del lente hacia el infinito), ahora la nueva estética gubernamental exigía que todo fuera en pan focus, pero a color, precisamente en Eastmancolor. Aunque ya no en el formato 1.33:1 de la fétida Mitchell sino en el bonito y tan enorme como el régimen formato 2.35:1 de Panavision. Tampoco habría de hacérsele el feo a proyectos ambiciosos y que serían de espectacularísimo espectáculo espectacular, incluso en capitalistas 70 mm ¡en Technicolor!, but of course, como esa maravilla Emiliano Zapata (Felipe Cazals, 1970), en esencia una soberbia comedia ranchera ultraconvencional, sin música vernácula ni morcillas, sino el puritito peso de la Historia Patria encarnada por Antonio Aguilar in person, sin cantar, como sí lo haría el magnífico Alejandro Fernández en esa inmarcesible bisutería que fue Zapata: El sueño de un héroe (Alfonso Arau, 2004), gloriosamente filmada en pan focus anamórfico de 2.35:1, sólo que ya no Panavision, sino la cámara amada en los 2000, la Arriflex 535B, y ya no bajo las órdenes de cualquier Gabriel Figueroa o Alex Phillips Jr., sino del señorón fatto in Italia Vittorio Storaro. Faltaba más.
Pues desde entonces el cambio estético, instituido por la generación que refundaría una Época de Oro que duraría mil años (o el número de sexenios equivalente), se ha mantenido casi intacto. Aunque ahora se filme (más bien capture) con cámaras digitales Alexa, Canon, Go Pro & Red, en sonido RCA, la estética de tenerlo todo en foco continúa. Desde 1970 no ha habido ningún cambio sustancial (quienes lo intentaron mejor se fueron: véase el eje creativo Emmanuel Lubezki-Alfonso Cuarón-Alejandro González Iñárritu-Rodrigo Prieto), lo que provoca que casi todas las películas se vean igual, en especial las comedias.
Esto es un conflicto para los auténticos creadores, justo los que se dedican a la parte tecnológica que tiene que ver con estilos fotográficos, técnicas de armado de pistas, sonido, y un largo etcétera que afecta a la postproducción. Lo que en los 1970 don Rodolfo Echeverría nunca consideró, es que un cambio tecnológico no es nada más intercambiar cámaras ni mantener la infraestructura intacta, sino transformar lo referente a la forma de producir. Pero se siguió produciendo igual. Ahora mismo esto continúa, impidiendo una renovación estética genuina, porque siempre se pide lo mismo (todo en foco, colores brillantes, escuchar en primer plano monaural a los actores): un estándar que desperdicia las posibilidades tecnológicas contemporáneas para seguir filmando ¡como! ¡hace! ¡medio! ¡siglo! Lo que atrofia no sólo a técnicos con ambiciones sino a todos los que intentan romper esa estática estética estatal que impide crear atmósferas visuales, hacer planos sonoros; experimentar con un estilo dramático y cinematográfico ajeno a ese falaz “naturalismo” al que es tan adicto nuestro cine. Desde el guión mismo cada cinta parece hecha en serie, ¿o alguien encuentra diferencias sustanciales entre ¿Qué culpa tiene el niño? (Gustavo Loza, 2016) y Todos queremos a alguien (Catalina Aguilar Mastretta, 2017)?
El dominante estilo de comedia nacional, que año con año refrenda su “éxito”, permea al resto de las cintas. Si de repente hay unas atmosféricas tipo Kilómetro 31 (Rigoberto Castañeda, 2006), nada significa, excepto que son intentos por romper la inercia de un cine que se rehúsa a modificar sus parámetros estéticos impuestos desde un escritorio burocrático. Eventualmente los que han aprendido nuevas técnicas que beneficiarían la estética del cine nacional, ante lo convencional de las propuestas, se anquilosarán y perderán interés. Total, las comedias contemporáneas mexicanas son sólo mediocres muestreos de sobreactuación de efímera presencia. Nadie las recuerda en cuanto salen de cartelera. ¿Qué se ve que no se ve? La anacrónica y convencional estética “nacionalista” que está por cegarnos con sus cansinas repeticiones. O clonaciones.
José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como Reforma, Revista de la Universidad, El País y El Financiero.
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