El gran cine soviético: 1954-1991 (3/3)
Por Icónica | 16 de junio de 2017
Sección: Historia(s)
Temas: Cine georgianoCine letónCine rusoCine soviéticoCine turkmenoHistoria del cine
¿Es fácil ser joven? (Vai viegli būt jaunam?, Juris Podnieks, 1989)
Al llegar a esta lista parecería que el cine soviético hubiera comenzado a languidecer en sus últimos años. No es así. Si recuerdan las reglas que establecimos para este conteo dijimos que marcaríamos las películas o los autores de nuestro interés cuando aparecieran y volveríamos en el tiempo. Así, por ejemplo, desde la primera entrada, cuando mencionamos a Tengiz Abuladze recorremos de 1955 a 1984 y volvemos para reiniciar en 1956 con dos películas de Grigori Chujrái. La potencia del cine soviético fue tal que no sólo continuó en el cine ruso actual sino que dio pie al inicio de varias otras tradiciones fílmicas nacionales. Habría que ver cuántas de ellas siguen vigentes o en qué medida, pero esa ya es otra historia.
La aparición del letón Juris Podnieks, el segundo en el recuento después de Serguéi Eisenstein (Sergejs Eizenšteins), como cierre parcial invita a un par de consideraciones. La primera es que el cine ruso dominó de tal modo al de las industrias de las demás repúblicas que vuelve urgente hacer un recuento más amplio que éste, donde se cuenten todas las historias internas. Si bien además de películas rusas destacamos varias películas georgianas y ucranianas, algunas armenias, una coproducción bielorrusa y una turkmena, un par de coproducciones kirguisas y un documental letón, aún hay mucho por explorar. Ya ni hablemos de que pocas están habladas en lenguas distintas a la de Moscú. Por ejemplo, aunque hay varias películas ucranianas sólo una, dirigida por Serguéi Paradzhánov está en esa lengua (de hecho en un dialecto muy específico, el hutsul). El segundo apunte es una pregunta, ¿qué llevaría a algunos cineastas a rusificar sus nombres? No sólo está el caso de Eisenstein, sino, por ejemplo los de Mijaíl Kalatózov (Mijeíl Kalatozishvili en georgiano) y el de Paradzhánov (Sarkís Parayanián en armenio).
Es extraño hacer un recuento cerrado de una nación disuelta recientemente. Y más cuando su tradición fílmica sigue siendo una de las más vivas y relevantes.
Gleb Panfílov
Tema (1979)
Gleb Panfílov pertenece a una generación que lleva a la pantalla una crítica constructiva, basada en un compromiso con las ideas comunistas en la época del deshielo cultural soviético. De entre su obra nos interesa destacar dos películas. La primera es, Pido la palabra (Proshú slovo, 1976), que relata los problemas públicos y privados de una alcaldesa, cuyas intenciones por llevar a cabo una buena gestión se ven obstaculizadas por diversos problemas en el trabajo. La segunda es, Tema (1979), que cuenta la historia de Kim Yesenin (Mijaíl Uliánov), un famoso escritor alcanzado por el letargo, el aburrimiento y la decadencia. Su principal problema es que ya no encuentra inspiración y por ello, viaja a una comunidad rural en busca de nuevos temas para su próxima obra. En el lugar conoce a Sasha (Inna Chúrikova), una joven creativa que también escribe poesía pero no encuentra oportunidades profesionales. Su franqueza es contraria a las adulaciones que Yesenin recibe constantemente: le dice al dramaturgo que su trabajo ha menguado la emotividad y peso literario, además de pertenecer a un sistema injusto y corrupto. Esta situación pone en contradicción al protagonista, quien se enamora de la juventud, sinceridad y frescura de su nueva amiga. En Tema, Gleb Panfílov realiza una crítica al oficialismo en la literatura soviética, el cual dio lugar al exilio de escritores, publicaciones clandestinas, obras censuradas por el gobierno, o la obediencia irremediable de diversos autores que prefirieron hacer temas vacíos y sin reflexión. Kim y Sasha representan el cambio de una sociedad soviética cansada y asfixiada, y otra disidente que busca nuevas formas de expresión. Este largometraje vio la luz de su exhibición hasta 1986 tras ser criticado por dar una imagen negativa del escritor soviético. Tras la gestión de Gorbachov, recibió el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1987.
Alekséi Guerman
Veinte días sin guerra (Dvádtsat dnei bez voiný, 1977)
Elegimos dos películas de Alekséi Guerman. Veinte días sin guerra (Dvádtsat dnei bez voiný, 1977) narra la experiencia de un escritor que abandona temporalmente el cerco de Stalingrado con un permiso de veinte días. A partir de este filme, Guerman explora una de sus principales premisas: la guerra mata, pero también divide a los que permanecen en vida. Posteriormente rodó Mi amigo Iván Lapshín (Moi drug Iván Lapshín, 1984) la cual fue escrita por su padre, Yuri Guerman. Su exhibición se mantuvo en espera debido a que fue duramente criticada por los estudios Lenfilm y el Comité Estatal de Cinematografía de la URSS. El argumento gira en torno a la búsqueda que realizan Iván y su compañero Vasili Okoshkin, oficiales de policía, para encontrar al temible pandillero llamado Soloviov en la época del terror estalinista. Lo que llama la atención del filme es la estructura poco convencional que utiliza el director para recrear la atmósfera de represión y violencia en que se desenvuelve el delincuente. Esto se debe a que la narración está contada a partir de fragmentos y secuencias de eventos que pueden dificultar la lectura del espectador. Sin embargo, Guerman procura conservar el sentido del humor del guión sin llegar a lo grotesco. Cabe mencionar que esta película es la única en contener imágenes a color en toda la filmografía del director, para quien usó el blanco y el negro como sello expresivo.
Aleksándr Sokúrov
Días de eclipse (Dni zatmenia, 1988)
Quién se imaginaría que de las doce películas que Aleksándr Sokúrov realizó entre 1978, cuando se graduó, y 1988, cuando pudo llevar a cabo sus proyectos con absoluta libertad, la mitad exacta sufriría censura, ya fuera vía la suspensión o la reedición. Sokúrov podría considerarse el alumno ideal de Tarkovski: uno que respetaba y compartía preocupaciones estéticas y metafísicas y por lo mismo se trazó un camino totalmente autónomo. Perfectamente cómodo tanto en el documental como en la ficción, este director ha iniciado una búsqueda sustentada en que el cine es un arte de reciente creación, cuya materia está relacionada con la pictórica, y cuyas posibilidades están aún por ser descubiertas. Sokúrov prácticamente dedicó 1987 a completar o restablecer sus trabajos censurados. Entró al circuito internacional con dos obras, su largometraje de tilulación, La voz solitaria del hombre (Odnoki golos cheloveka, 1978/87), basada en la novela homónima de Andréi Platónov y presentada en el Festival de Locarno 1988, y Días de eclipse (Dni zatmenia, 1988), basada en una novela de los hermanos Strugatski y proyectada en la Berlinale 1989. El último gran cineasta soviético sería el primer gran cineasta ruso. Volveremos a él.
El espantapájaros (Chúchelo, Rolán Býkov, 1983)
Adaptación del libro homónimo de Vladímir Zheléznikov, El espantapájaros retrata un universo infantil para ejercer una crítica social. Sigue la historia de Lena, una niña de doce años que llega con su abuelo a un pueblo pequeño, donde ninguno de los dos encaja al principio. Las cosas empeoran cuando los niños de la escuela comienzan a atacarla por haber asumido la culpa de algo no hizo: el dilema moral se retrata de manera muy ágil gracias a la dirección actoral de los niños y la naturalidad de las interacciones entre ellos, que son abrumadoramente realistas y crueles (el título de la cinta es la traducción literal de una palabra que los niños usan para insultar a Lena). El retrato de este oscuro lado de la sociedad se vuelve especialmente potente al ser encarnado por niños de una manera tan cruda.
Romanza cruel (Zhestoki romans, Eldar Riazánov, 1984)
Romanza cruel es la segunda adaptación al cine de una obra de Aleksándr Ostrovski, un clásico del teatro ruso. Esta historia dividida en dos episodios es un drama que sigue la historia de una mujer viuda que intenta conseguirle marido a la última hija soltera que tiene. Siguiendo los impulsos de su desesperación, se encontrarán con una serie de pretendientes con distintas motivaciones. Es un retrato de la decadencia ocasionada por la búsqueda de estas mujeres, que termina en un evento trágico. No fue bien recibida por la crítica, pero tuvo un éxito notable frente al público al ser un relato bien ejecutado con elementos clásicos del cine, y enfocarse en un drama amoroso sin pretensiones directamente políticas. Romanza cruel pone en tela de juicio las buenas costumbres y la moral e hipocresía de la sociedad zarista.
Cartas de un hombre muerto (Pismá miórtvogo cheloveka, Kostantín Lopushanski, 1985)
El doctor Larssen (Rolán Býkov) le escribe cartas a su hijo Erik desde las bóvedas subterráneas de un museo que funciona de refugio contra la radiación tras una guerra nuclear ocasionada por un error en una computadora, que no pudo ser atajado porque el operador en guardia se empezó a ahogar con su café del susto. Error, reacción indeseable y tragedia. En el búnker se refugian algunos sobrevivientes; en otro, cercano, ocho niños mudos ante los acontecimientos. Un comité evalúa quiénes serán trasladados a un búnker central, de acuerdo con sus oportunidades de sobrevivir, mientras muchos refugiados mueren por la radiación, entre ellos la esposa de Larssen. Los niños son condenados a permanecer por su incapacidad de hablar, y el científico opta por primero por quedarse con ellos, y después, cuando le queda claro que va a morir, por enviarlos a la superficie. El acto genera que los niños recuperen el habla. Aunque describimos la anécdota de Cartas a un hombre muerto es imposible abordarla por su complejidad y su fuerte carga simbólica, en la que se incluye un uso sucio y claustrofóbico de la coloración sepia. La película se estrenó el mismo año en que aconteció el accidente de Chernóbil y sería fatigoso señalar cualquier cosa que no sea una infeliz coincidencia. Sin embargo la influencia de Andréi Tarkovski en Konstantín Lopushanski, es útil para recordar una particularidad de los intelectuales y artistas que resistían al régimen comunista: muy a menudo se valían de elementos de cristianismo ortodoxo como protesta (el acto de refundación de la humanidad es una cena de Navidad). ¿Por qué en la URSS se recurría a la religión para protestar? Por lo mismo que en los países católicos se recurre a la herejía: para provocar a la élite.
Robinsonada o Mi abuelo inglés (Robinzoniada anu Chemi ingliseli ṗ’aṗ’a, Nana Jorjadze, 1987)
Ganadora de la Cámara de Oro en Cannes en 1987, ésta es la historia de un ingeniero inglés que llega a Georgia justo al inicio de la Revolución Rusa para construir una línea telegráfica. Se enamora de la hermana de un bolchevique, quien lo amenaza, obligándolo a refugiarse bajo un poste telegráfico amparado por el gobierno británico. Como es evidente, el nombre de la cinta alude a Robinson Crusoe, y se refiere a un protagonista que, de alguna manera, naufraga en un espacio de tres metros y se enfrenta a las amenazas del hermano bolchevique de su amada, y a un entorno definido por un evento crucial. La historia es narrada a manera de flashback después de la muerte de este personaje, y aborda de manera única este conflicto bélico y el peso de las nacionalidades como etiquetas.
El mensajero (Kurier, Karén Shajnazárov, 1987)
El mensajero (Kurier, 1987) es una película que nos habla sobre la insatisfacción juvenil y las inconformidades generacionales. Dirigida por el realizador, productor y guionista Karén Shajnazárov, esta obra da cuenta de los cambios bruscos y violentos que sucedieron en el tiempo de la Perestroika y la Glásnost en la URSS. La historia se basa en Iván, un joven de 17 años que trabaja como mensajero en una revista tras fracasar en su intento desmotivado por regresar a la universidad. Cuando el chico se enamora, los padres de la joven no aprueban el romance: Iván representa la rebeldía, la desfachatez, el cinismo y la falta de respeto a los valores tradicionales del Estado socialista. El contexto en que se sitúa El mensajero es quizá la explicación de su éxito, pues fue la película más taquillera en 1987 al replantear la reflexión en torno a los ideales del antiguo régimen. Además, el filme soviético fue ganador del Premio Especial del jurado por el 15° Festival Internacional de Cine de Moscú.
¿Es fácil ser joven? (Vai viegli būt jaunam?, Juris Podnieks, 1989)
Esta selección cierra en Letonia, un espacio que no habíamos cubierto hasta el momento. El lugar es especial porque al momento de la filmación de este documental apenas un 50 o 52% de los habitantes de la república eran letones étnicos y la capital, Riga, era prácticamente rusa. Y esto se refleja en los jóvenes entrevistados, de ambos pueblos. Juris Podnieks y su equipo contrastan el espíritu insatisfecho de los adolescentes con el cambio en la mentalidad al interior de la URSS. La cinta inicia alternando pietaje de un concierto del grupo de rock censurado Pērkons, un accidente intencional en un tren al salir de uno de sus conciertos y el juicio parcial e interesado a quienes las autoridades soviéticas apuntaron como responsables. El único entre los jóvenes que les hace frente —negándose de manera muy respetuosa a aceptar una culpabilidad prefabricada— es sentenciado a años de trabajos pesados. Este caso sirve de base para hacer la pregunta que le da nombre al documental. Después aparece una sucesión de instantáneas: un hare-Krishna, un estudiante de cine, una chica que falló en un intento de suicidio, conscriptos recién regresados de Afganistán —la presencia de los rusos es particularmente relevante en este contexto—… hablan desde la arrogancia y la claridad única de la juventud sobre lo que ellos ven como un sistema corrupto y anquilosado. Aunque el retrato es evidentemente universal, su interés está en su momento histórico y en la región específica donde se filmó. Quién diría que sólo cinco años después de la aparición de esta película, en 1991, los tres países bálticos, los más pequeños entre los sóviets, iban a plantarle la cara a Goliat para recuperar su independencia… Bueno, es probable que el germen de esa resistencia ya fuera visible en los jóvenes entusiasmados y comprometidos con recuperar el caso histórico de Riga a mitad de la película.
Redacción: Mariana I. Miranda, Abel Muñoz Hénonin y Ana Laura Pérez Flores.
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