George Harrison: Viviendo en el mundo ma

George Harrison: Viviendo en el mundo material

Por | 1 de junio de 2012

La relación discursiva del cine, ilusión óptica de movimiento en cuadros por segundo, y el rock, fusión musical aritmética comúnmente ligada a la “contracultura”, ha sido fructífera desde hace por lo menos medio siglo. La trayectoria conjunta de ambos tanto en la ficción fílmica como en el documental, indicia el rastro de una época en la que la intervención masiva de la información tele, cine o fonodiferida transformó la médula visible de lo que conocemos como “cultura occidental”. Como reflejos de una sociedad metamorfoseada desde sus sectores medios, la música y el cine alcanzaron importantes niveles de experimentación en los sesenta, bajo el impulso de una porción ilustrada de la juventud que por un momento –insólito– logró alinearse en resistencia a los modelos ideológicos y culturales responsables de la polarización económica del mundo y la permanencia obsoleta de un ideario premoderno en la sociedad de su tiempo. La combinación apenas exacta de cine y rock en su modalidad más expresiva dio lugar, en distintas latitudes, a la creación de obras inclasificables.

Un dato, quizás irrelevante, podría ayudar a aterrizar la idea de coyuntura creativa originada tras la revolución mediática: en 1965 Joe McGrath, un cineasta escocés, fue el encargado de realizar los primeros clips promocionales de música –no filmados en concierto– para una banda de rock: “Help”, “We Can Work It Out”, “Day Tripper” y “Ticket to Ride”, de los Beatles, quienes de esta forma se adelantaron por casi veinte años a la televisión musical (MTV, sus derivados y réplicas).

Hace no mucho llegó a nuestro país el documental George Harrison: Viviendo en el mundo material (George Harrison: Living in the Material World, 2011), el más reciente trabajo sobre rock del influyente director Martin Scorsese (Nueva York, 1942), quien además de su sólida trayectoria en el cine estadounidense de autor, se ha destacado por su aproximación a la música popular desde el cine documental. Su romance cinematográfico con el rock, emblema cultural de su generación –por cierto, la misma de algunos de los rockeros más legendarios– se remonta a finales de los sesenta. En 1969, poco después de haber concluido sus estudios en cine en la Universidad de Nueva York, Scorsese trabajó como uno de los editores del documental Woodstock, 3 Days of Peace & Music, dirigido por Michael Wadleigh y ganador del Óscar a mejor documental un año más tarde. En 1976 un Scorsese ya para entonces conocido por Calles peligrosas (Mean Streets, 1973), fue propuesto por Robbie Robertson, líder de la banda canadiense de rock The Band para realizar una película sobre el último concierto en vivo de la agrupación en el auditorio Winterland Ballroom de San Francisco, antes de que, como los Beatles en algún momento, la banda se dedicara sólo a producir discos de estudio: el resultado es The Last Waltz. A pesar de que el grupo, influyente en una cierta capa interior del gran circuito del rock de los sesenta y setenta, no era conocido de forma masiva entre el gran público internacional (como muchas otras bandas de la época), el filme contó con una enorme producción, que entre otros elementos incluyó la inédita –para un concierto– disposición de al menos siete cámaras de 35mm en torno al escenario. Su siguiente documental sobre rock, No Direction Home (2005), abordará en retrospectiva la carrera de Bob Dylan desde sus inicios. Desde películas filmadas en blanco y negro o tecnicolor por camarógrafos aficionados o periodistas, un jovencísimo Bob Dylan –apenas reconocible en el hombre maduro que se entrevista a cuadro– parece hablarnos desde la profundidad de un megáfono. Sus recuerdos son magnificados por la perspectiva de un Scorsese nostálgico que vuelca su añoranza en la reconstrucción audiovisual de un universo para él bien conocido.

En George Harrison: Viviendo en el mundo material el director logra ir aún más lejos en su incisiva decodificación de la excéntrica profundidad del mundo sesentero del rock. Su acercamiento a la vida del más introspectivo y delirante miembro de los Beatles nos lleva directamente al centro de la cuestión metafísica detrás de la música tardía del cuarteto, destilada con profusión en álbumes como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), Magical Mystery Tour (1967) y The Beatles (el “Álbum blanco”, 1968). Como una especie de metáfora viva del desdoblamiento espiritual de la música popular, Martin Scorsese, eufórico en un trabajo que brinda continuidad estilística a No Direction Home, captura la energética imagen de un Harrison replegado hacia sí mismo; la aproximación del guitarrista al pensamiento oriental, envuelta en una mezcla de glamour y misticismo psicodélico, indicia el paulatino viraje del rock a su etapa de trance.

Claramente dividido en dos partes separadas por un intermedio que recuerda a la pausa no siempre bien incrustada de las viejas funciones de cine, el documental se guía por una estructura tradicional en la que el uso de materiales de archivo y entrevistas a cuadro son armónicamente anexadas a una banda sonora bien esparcida por la articulada trayectoria del filme. El seguimiento cronológico a la vida de Harrison, desde sus primeros años en Liverpool hasta su muerte en Los Ángeles, California –hace ya más de diez años–, pasando por algunos de los momentos más significativos de su carrera como Beatle y ex Beatle, es conducido a través de una narrativa fundamentalmente orientada a la búsqueda del retrato subjetivo. Tras los pasos de la progresiva y monumental sofisticación en la música de Harrison, Scorsese, quien no oculta su fascinación por la envolvente personalidad del integrante más joven de los Beatles, hilvana un ensayo que de un enfoque llanamente biográfico en su primer cuarto, se convierte en la reconstrucción interior del universo espiritual y melódico que desde la banda de rock más popular del mundo sentó la piedra de toque para un giro decisivo en la música occidental. Entre líneas, el documental sobrevuela además una idea fugaz pero irreductible: es precisamente este espíritu de experimentación profunda y esa especie de ensimismamiento creativo encarnados en el trabajo conceptual de Harrison (más enfocado en la evolución musical y el desdoblamiento espiritual que en los derivados de la fama, cualesquiera que estos sean), el principal responsable de llevar la música de los Beatles a su más alto nivel de virtuosismo.

Probablemente y pese al extraordinario trabajo de edición a cargo de David Tedeschi, quien suaviza los contrastes de tiempo y espacio para crear una lograda narración en una sola pieza entre testimonios e imágenes de archivo, la transición en la música, el estilo y la ideología de los Beatles, del pegajoso y dulzón rock and roll de los primeros discos al estilizado art rock de su era más emblemática, no se encuentre del todo delimitada, una desventaja que podrá ser rápidamente pasada por alto cuando nos internamos en el brillante cuarto final de la primera mitad. Es aquí, cuando tras la enganchadora introducción de casi una hora a la particular cosmovisión harrisoniana y sus paulatinos efectos sobre la música y la identidad de los Beatles y el rock en general, toman verdadero significado. El hallazgo de la meditación (promovida por gurús y músicos, como el virtuoso de la cítara Ravi Shankar), la breve pero trascendental experiencia con psicotrópicos y la subsecuente evolución conceptual de Harrison en su etapa de mayor actividad musical, son traídas como a través de un torrente. La separación de los Beatles y la creación del seminal álbum triple (el primero de este tipo en la historia) All Things Must Pass (1970) poco tiempo después, forman el sedimento de la segunda parte de la película. A pesar de su emotividad y riqueza en detalles, el filme no volverá a alcanzar el nivel narrativo de los primeros cien minutos, una verdadera lástima para un largometraje que pese a sus marcados cambios de ritmo contiene algunos de los momentos más logradas en la carrera de Scorsese como documentalista de rock.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 1, verano de 2012, pp. 52-53) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Gustavo E. Ramírez Carrasco es redactor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional.