David Oubiña habla de la crítica en América Latina
Por David OubiñaIcónica | 14 de marzo de 2017
Sección: Opinión
Temas: Crítica cinematográficaDavid OubiñaEl AmantePeriodismo culturalRevistas de cine
Fotograma de Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire. Elia Kazan, 1951), portada del primer número de El Amante (diciembre de 1991).
El número 287, ahora sólo digital, de la revista argentina El Amante trajo una noticia terrible: su cierre. Se trató de una publicación seria y arriesgada, que durante años fue la revista de cine más destacada en lengua castellana. El Amante fue una de las escuelas de Icónica y, queremos creer, de un par de generaciones de críticos hispanoamericanos. Por eso decidimos hacerle un homenaje, que se fue haciendo grande y se convirtió en una serie de textos que parte de la publicación porteña para ocuparse, en la medida de lo posible, de la crítica en Latinoamérica.
Empezamos, como debe ser, por el sur, con el periodista, crítico y guionista David Oubiña (Buenos Aires, 1964), colaborador de El Amante y autor de una importante cantidad de libros, cuyas entregas más recientes son Una juguetería filosófica: Cine, cronofotografía y arte digital (2009) y El silencio y sus bordes: Modos de lo extremo en la literatura y el cine (2011).
Aquí puedes las demás entrevistas de esta serie: Eduardo A. Russo, Carlos Bonfil y Nelson Carro.
Luego de la revolución digital, cada vez más medios impresos han desaparecido sin encontrar la forma de relacionarse con un público cercano a las computadoras y los celulares, ¿por qué la crítica de cine en América Latina ha padecido especialmente este fenómeno?
Tal vez porque las tradiciones críticas no estaban muy afirmadas. En la Argentina, al menos, la historia de la crítica cinematográfica es breve y no posee demasiadas variaciones. En este sentido, se trata de un campo cultural que no estaba muy preparado para esos cambios: el pensamiento de la crítica no había agotado una etapa de desarrollo cuando, de pronto, se vio obligado a modificar sus protocolos. Las revistas de cine, en particular, nunca dejaron de copiar modelos extranjeros que, en otras partes, ya habían realizado todo un recorrido y podían abrirse a nuevas experiencias. A la vez, hay que decir que la “revolución digital” ha promovido otros canales muy ricos que todavía hay que explorar: han surgido muchos blogs y páginas web por donde circula mucha de la crítica que hoy se hace en el país.
Hace poco más de 10 años, los editores de revistas de cine, y de arte y cultura en general, atendían más a sus intuiciones profesionales que a los números de Google Analytics. En la actualidad han tenido que cambiar sus hábitos de comunicación con el lector sin saber cómo construir una publicación reflexiva y crítica, ¿a qué crees que se deba?
No me guío por Google Analytics y no sabría hacerlo. En la actualidad participo del comité de dirección de dos publicaciones periódicas (Las ranas: Arte, ensayo, traducción y Revista de cine): en ninguno de los dos casos hemos mencionado nunca la palabra Google Analytics. Es cierto que no son revistas que pertenezcan al circuito comercial: tienen baja tirada y su subsistencia depende de los aportes de sus integrantes más que de las ventas. Pero quizás ésa sea la única manera de hacer lo que uno cree que hay que hacer sin presiones exteriores. En todo caso, no veo otro motivo para querer sacar una revista que el deseo por compartir ciertas intuiciones. Pero creo que, en cualquier caso, es fundamental resistir a ese tipo de imposiciones.
¿Cuál fue el legado de El Amante, y qué pierde la crítica cinematográfica ahora que ha desaparecido esta publicación?
La crítica de cine en la Argentina ha perdido su publicación más longeva. Pero sobre todo ha perdido una publicación que, en los años 90, contribuyó a la renovación del cine y de la crítica. En esos años, e incluso luego del 2000, una gran cantidad de nuevos críticos comenzó a escribir en las páginas de El Amante. (Yo mismo puedo decir –con cierta vanidad– que fui el primer colaborador que se sumó al proyecto, ya que me incorporé tempranamente, a partir del número 2.) En un primer momento, la revista poseía un tono provocador, irreverente y desprejuiciado que confrontó con la crítica adocenada de los diarios (que era, por otra parte, lo único que podía leerse sobre cine hasta ese momento). De todos modos, más allá de que siempre resulta lamentable la desaparición de una revista, es cierto que las publicaciones poseen sus ciclos y hay que saber advertir cuándo se ha cumplido el momento en que era posible aportar algo en vez de continuar sólo por costumbre: los críticos que participaban del último período de la revista no se han retirado sino que continúan su tarea por otras vías y en otras instancias. En ese sentido, diría que el mayor legado de El Amante es haber demostrado que se podía hacer crítica seria y apasionada: probablemente muchos de los críticos actuales no se habrían dedicado a escribir si no hubieran leído la revista.
Desde ciertas filosofías europeas, algunos personajes como Fredric Jameson, Alain Badiou, Jacques Rancière o Slavoj Žižek han utilizado al cine para explicar fenómenos políticos, sociales, culturales o económicos contemporáneos. Sin embargo, buena parte de la crítica de América Latina se resiste a apropiarse de esta perspectiva y en su lugar prefiere seguir abordando al cine como si se tratara de una disciplina aislada en la que se tiene que calificar la calidad de la fotografía, las actuaciones, la escenografía, los efectos especiales o la historia. ¿Qué piensas de la crítica que realizan los autores arriba mencionados? ¿Por qué en América Latina se sigue apostando más por una crítica relacionada con la estética y la narrativa que con las ciencias sociales?
En el extremo, la crítica puramente formalista resulta tan limitada como la utilización del cine por las ciencias sociales. Por supuesto que es totalmente legítimo aprovechar los films para estudiar procesos sociales; pero, a menudo, en ese tipo de estudios, las películas tienen sólo un valor instrumental y los analistas se acercan a ellas como narrativas no específicas (como si no hubiera diferencias entre una novela, un cuadro o un film). No es el caso de los autores mencionados que, además de su expertise en determinadas disciplinas, revelan un saber sobre los funcionamientos del cine que es paralelo a su campo de estudio. Digamos: además de cientistas sociales son cinéfilos. En mi caso, prefiero a Rancière antes que a Jameson; pero, en general, se puede decir que la lectura de los textos de estos autores resulta estimulante porque no usan (o no sólo usan) las películas para pensar ciertos problemas sino que piensan esos problemas con y desde las películas. Asimismo, los críticos cinematográficos que más me interesan son aquellos que, a partir de un conocimiento específico sobre los films, pueden pensar más allá de la estética y la narrativa; es decir, pueden analizar cómo desde la materialidad específica del cine es posible encontrar una perspectiva para entender fenómenos sociales: André Bazin, Serge Daney, Peter Wollen, Ismail Xavier.
¿Crees que hay una visión o varias de la crítica desde América Latina? ¿Cuáles son? ¿Estás de acuerdo con ellas?
No conozco tanto de la crítica fuera de la Argentina como para hacer un diagnóstico. Creo, sí, que hay un esquema que se repite en los distintos países de la región: un cierto enfrentamiento entre la crítica académica y la crítica más ensayística e intuitiva. Una y otra suelen funcionar de manera excluyente como si sus territorios no pudieran comunicarse. O se pertenece a una dimensión o se milita en la otra. Sin embargo, tengo la sensación de que los críticos más estimulantes siempre han sido aquellos que logran circular libremente entre una y otra.
Aquí puedes las demás entrevistas de esta serie: Eduardo A. Russo, Carlos Bonfil y Nelson Carro.
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