Animales nocturnos

Animales nocturnos

Por | 14 de febrero de 2017

Susan camina por la habitación. Las paredes son rojas como rojo es su cabello. También es rojo el fondo de una serie de videos de arte contemporáneo que se proyectan en una galería, mientras tres o cuatro mujeres gordas –excesivamente gordas– bailan. Y rojo es el color del amor y de la pasión, pero también de la violencia y de la muerte. Y de la sangre.

El segundo largometraje de Tom Ford muestra dos visiones de una misma historia amorosa que luego de 19 años parece haber regresado. Por un lado, la perspectiva de Susan (Amy Adams), que a sus veintitantos y luego de un aborto, abandona a Edward por un hombre exitoso; por otro, la de Edward (Jake Gyllenhaal), que a través de una novela testifica el final de la relación.

De Animales nocturnos (Nocturnal Animals, 2016) se puede decir todo lo que la crítica se ha limitado a decir: que el segundo largometraje del director estadounidense está confeccionado por un cuidadoso trabajo de fotografía, que la vestimenta de los personajes ofrece una cualidad inigualable, que el ritmo de montaje y la narrativa muestran la sofisticada visión de un estilista de la imagen. Y sí. Pero los logros de Tom Ford (Austin, 1961) son muchos otros.

Susan es una exitosa galerista que un día recibe la novela más reciente de Edward. La novela cuenta la historia de un matrimonio feliz –hija incluida– que se ve destruido luego de que en un viaje son secuestrados y ellas dos violadas y asesinadas. Susan se ve especialmente afectada por la lectura de la novela –homónima de la película– que, sin saberlo, es el testamento de la muerte de su relación amorosa. La ilusión novelesca devenida ilusión cinematográfica provoca que la memoria de la protagonista viaje 19 años atrás, cuando dejó a Edward. A partir de entonces, el espectador observa dos puntos de vista sobre la misma relación. Mientras Susan desgarra sus recuerdos línea a línea, se fragua un encuentro furtivo entre ella y Edward, que tendrá lugar en los próximos días. Susan es retratada con un gesto impasible y duro. Su casa está rodeada de lujo y de obras de arte. Afuera, un Jeff Koons; en su oficina, un Damien Hirst: artistas contemporáneos más ligados al mercado del arte que al ámbito de las ideas estéticas o temáticas, como si en el interior de la protagonista hubiera un vacío fomentado por el lujo, el dinero y la frialdad.

Jeff Koons y Damien Hirst, artistas contemporáneos más relacionados con el mercado que con las ideas.

Las imágenes formalmente impecables desde la perspectiva femenina producen una tensión insoportable cuando contrastan con las de la novela de Edward, que parecen haber salido de una novela de Cormac MacCarthy –cálidas, desérticas, como si transcurrieran en el viejo Oeste–, cámara en mano incluida. El ritmo de montaje conseguido por Tom Ford producen en el espectador un sin aliento que va de lo frío y lo formalmente impecable a lo crudo y desproporcionado. La memoria de los protagonistas es una bifurcación distorsionada que se arroja al espectador como un escupitajo.

Si bien las perspectivas de ambos personajes son totalmente distintas, coinciden en algo: Edward es un tipo amoroso que se lo relaciona con la palabra débil. Una de las razones por las que Susan decide –influenciada por su madre (Laura Linney)– iniciar una relación con un hombre adinerado y poderoso y dejar a Edward, es por la incapacidad que este último tiene de sortear la adversidad, tener un trabajo, aspirar a ser alguien dentro del mundo capitalista. Edward, por su parte, intenta justificar esa pretendida debilidad enlazando sus sentimientos con otros conceptos como romántico, amoroso o tierno. Para Ford, el neoliberalismo ha propiciado que la feminidad y la masculinidad hayan sido reducidos a simples campos semánticos donde la mujer debe ser protegida y el hombre debe brindarle un refugio –económico– del cual asirse. ¿Qué es el amor según Animales nocturnos? El final de la película revela no sólo un desencuentro amoroso sino el agotamiento que existe en el interior de las personas cuando inician una relación que se trunca por factores como la economía o la presión social. Susan muere por dentro durante 19 años; Edward se desvanece igualmente. La diferencia entre ellos es que mientras el personaje de femenino queda expuesto –desnudo– ante el espectador, el de Edward es sólo una sombra blanca que no logra materializarse. Para Ford el amor es una imposibilidad perpetua dotada del color de la sangre y de la muerte.

Animales Nocturnos muestra dos perspectivas de una misma historia de amor. Las composiciones de las imágenes están relacionadas con el arte contemporáneo. Arriba la perspectiva de Susan; abajo, la de Edward.

Al principio del filme, tres o cuatro mujeres gordas –que en este contexto podrían significar exceso, exceso de comida, exceso de dinero, exceso de lujo– bailan desnudas en un video de arte contemporáneo que se presenta en la inauguración de una exposición en una galería. Una de ellas porta en sus manos dos banderas de Estados Unidos. Puede vincularse esta imagen con los tiempos de Donald Trump, que ha recordado la influencia que este país americano tiene en el mundo, no sólo en la economía sino también en la cultura. La visión del ahora presidente de Estados Unidos es convertir un territorio multicultural en una empresa donde lo único importante es ser el número uno. Una nación donde no caben hombres débiles o amorosos. Y donde todo gesto artístico puede ser reducido a un Jeff Koons o un Damien Hirst.

Tom Ford proyecta una historia de amor haciendo una crítica a la visión que Estados Unidos tiene sobre las relaciones personales.

Abel Cervantes es comunicólogo y editor de Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM. @abel_cervantes4