¿Educación cinematográfica?
Por Abel Cervantes | 1 de julio de 2016
Sección: Opinión
Temas: Academia Mexicana de Artes y Ciencias CinematográficasCine mexicanoDiscurso de Paul LeducPaul Leduc
Este texto es la tercera entrega de una serie a propósito de “El invisible cine mexicano y la Secretaría de Cultura”, texto leído durante la LVIII entrega de los Arieles por Paul Leduc. ¿Por qué no se ve el cine mexicano? ¿Vale la pena ver todo el cine mexicano que se produce? ¿Falta educación en el público mexicano? Reflexionamos al respecto.
¿Deberíamos apoyar el cine mexicano? En un video que comenzó a circular en redes sociales hace unas semanas, la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica arroja datos avasallantes: México es el cuarto país que asiste más al cine a nivel mundial (296 millones de personas en 2015, que generan casi 14 mil millones de pesos); el año pasado se produjeron 140 películas nacionales, el máximo récord histórico; alrededor de 18 millones de personas acudieron a ver una película mexicana… En suma, vivimos el mejor momento de la industria; el cine es la mejor opción de entretenimiento.
En la última entrega de los Arieles Paul Leduc lanzó una frase lapidaria: no importa la cantidad de películas mexicanas que se produzcan, no se ven. Aunque la intención de Leduc era llamar la atención a distribuidores e instituciones gubernamentales sobre el poco apoyo que recibe el cine de nuestro país, existen otras aristas alrededor del problema. ¿Por qué el público mexicano no ve cine nacional? Y, más importante aún: ¿vale la pena ver todo el cine que se produce en nuestro territorio?
No seamos tímidos en decirlo: México es un país con un bajo nivel educativo, cuyos habitantes desarrollan con poco frecuencia una sensibilidad por las expresiones artísticas. Los motivos son, entre otros, económicos (en un país donde habita uno de los hombres más ricos del mundo la mitad de la población está preocupada por comer), políticos (el gobierno no cuenta con un programa educacional efectivo) y culturales (las personas están poco acostumbradas a ver el arte, el cine, el teatro, la literatura, etc., como actividades cotidianas que no sólo les brindan nuevas experiencias, sino que también cambian su posición ante el mundo). Por su parte, la clase media mexicana está poco educada y la que tiene la posibilidad de asistir a universidades entiende que la cultura y el arte son ámbitos alejados de sus intereses. ¿Cuántos ingenieros, médicos, abogados, etc., quieren acercarse al cine no desde el entretenimiento sino desde el goce estético luego de haber pasado por la universidad?
El tema es todavía más preocupante. En un texto reciente la periodista Lydia Cacho acusó a Las elegidas (2015) de David Pablos de romper el hilo narrativo una y otra vez y de construir «un relato inconcluso que deja irritada y horrorizada a la audiencia». Lydia Cacho es una periodista valiente que ha sabido infiltrarse en los lugares más peligrosos para conseguir información esencial para nuestra sociedad, pero su sensibilidad artística dista de saber distinguir entre un reportaje y una película de ficción que no tiene la obligación de denunciar la trata de personas. Se puede estar a favor o en contra de la película de Pablos. Se puede estar de acuerdo o no en sus posturas políticas, sociales, etc. Pero una persona que asiste al cine con frecuencia y se ha esmerado en entender el lenguaje de las imágenes en movimiento sabe reconocer cuando una película alcanza cierta calidad. Y la cinta de Pablos es una obra sólida que provoca cierta fascinación. El ejemplo es sólo uno de tantos. ¿Cuántos periodistas, comunicólogos y demás personas supuestamente preparadas en las ciencias sociales y las humanidades son capaces de analizar una película conociendo los códigos y los principios propios de la disciplina? Es impensable proponer una educación audiovisual en un país que tiene dificultades a la hora de sumar y restar porque los problemas más urgentes son otros. Sin embargo, nuestro bagaje y capacidad de interpretación cinematográficos es pobre.
Pero que el cine mexicano no se vea no es sólo culpa de las audiencias. ¿Cuántas películas alcanzan como mínimo la calidad de la cinta de David Pablos? Hace unos años la revista Sight & Sound mencionó cinco cinematografías emergentes que estaban revitalizando al cine mundial, entre ellas la mexicana. Nombres como Carlos Reygadas, Amat Escalante, Nicolás Pereda, Gerardo Naranjo o Fernando Eimbcke–y actualmente Jorge Michel Grau, Alonso Ruizpalacios, Samuel Kishi o el propio Pablos, por ejemplo– ayudaron en buena medida a que el cine nacional fuera considerado por la revista inglesa como parte de un grupo donde sólo estaba acompañado por Rumania, Argentina, Irán y Corea del Sur. Sin embargo, no todo el cine que se hace en nuestro país tiene la misma altura que el de estos directores. La forma de contar historias o de reflexionar alrededor de ellas raras veces alcanza un nivel de sofisticación admirable. Y para prueba, citemos un ejemplo audiovisual de la modalidad de moda. Las series de televisión producidas en México son torpes, engañosas y efectistas. Nada que ver con lo que se produce en otros lugares, donde muchas de ellas han logrado un estatus de verdaderas obras de arte. Un sector que produce malas películas o series de televisión no merece ser apoyado.
Si el cine mexicano se ve más en nuestro país no es por aquellas producciones que toman riesgos formales e intentan que el espectador enriquezca sus expectativas estéticas, sino por las historias displicentes que, precisamente, entienden al cine como un simple pasatiempo. Y como ejemplo pueden mencionarse algunas de las cintas más taquilleras de los últimos años: Ladies Night (2 millones de espectadores), Una película de huevos (4 millones), No eres tú, soy yo (2.9 millones), No se aceptan devoluciones (15.2 milllones). ¿Queremos seguir ese camino?
Aquí pueden leerse la primera y la segunda entregas de esta serie.
Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.
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