Charlie Charlie… y el nuevo cine de te

Charlie Charlie… y el nuevo cine de terror

Por | 4 de junio de 2015

Hay dos fenómenos que se replican en las películas de terror de los últimos años: 1) los fantasmas y espíritus pueden ser vistos a través de aparatos tecnológicos como las cámaras de video o de fotografía y 2) la mayoría de los relatos dicen estar basados en historias reales o, en su defecto, se presentan como si fueran documentales o parte de una grabación real que fue encontrada por casualidad.

Como pocos géneros, el de horror tiene sus objetivos claros: exponer una fábula que produzca miedo. Y para conseguirlo usa recursos audiovisuales sofisticados. (Un apasionado de este tipo de filmes detecta cuando una película utiliza herramientas predecibles y aburridas, como subir el volumen repentinamente en una escena.) Cada tanto, se dan a conocer relatos que revelan una forma inesperada para que el espectador vuelva a experimentar una sensación de angustia. Lo hizo El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project) en 1999 empleando un par de cámaras y echando mano de una estrategia publicitaria sumamente eficaz, donde se difundió a través de una página de Internet que la película había sido encontrada en un bosque (una estrategia parecida a la de Guinea Pig: El experimento del Diablo) y en 2007 Rec, valiéndose de planos secuencias y prescindiendo de música.

Con cada vez más frecuencia el cine de terror echa mano de elementos extracinematográficos para crear atmósferas lúgubres donde el espectador se sienta vulnerable. No obstante, todavía ninguna cinta ha podido usar las redes sociales para lograr un proyecto atractivo. El último tropezón es el de La horca (The Gallows, 2015), cuya campaña trascendió sus límites. En las semanas recientes se viralizó a través de videos y comentarios de todo tipo un juego de terror bien conocido entre los niños de Estados Unidos y México. No obstante, Charlie Charlie no fue un fenómeno espontáneo: los productores de The Gallows (también responsables de Actividad Paranormal y La casa del demonio) lo difundieron para promocionar su película.

El resultado de esta campaña fue impresionante, aunque seguramente en una dirección opuesta a la que fraguaron sus creadores: cientos de personas filmaron sus propios cortometrajes de terror jugando Charlie Charlie, independizándose de la película y resignificándola, en cierto sentido. La mayoría de estos cortometrajes obtuvieron como resultado un relato cómico en lugar de uno de horror.

Mientras que El proyecto de la bruja de Blair usó esa estrategia con éxito para infundir medio y al mismo tiempo ganar dinero (invirtió alrededor de 22 mil dólares y recabó casi 250 millones), The Gallows tendrá suerte si un porcentaje mínimo de la gente que jugó Charlie Charlie en estos días se entera que todo fue parte de una campaña.

Lo cierto es que, como ningún otro, el cine de terror está buscando medios ajenos a la disciplina no sólo para obtener beneficios económicos, sino también para que el público interesado experimente sensaciones inusitadas. ¿Cuál será el primer filme que logre articularlo eficazmente? Probablemente la respuesta no tarde mucho en llegar.


Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.