Fernando Eimbcke y una nueva historia de

Fernando Eimbcke y una nueva historia del cine mexicano

Por | 24 de mayo de 2016

Si estableciéramos dos polos que caracterizaran la historia del cine mexicano sería muy sencillo colocar como contrapuntos la sordidez, ya sea sufridora, ya sea solemne (el melodramón de los 1950, Arturo Ripstein, Iñárritu, Carlos Reygadas…), y la comedia idiota (gran parte del cine popular de la Época de Oro, Capulina y la India María, lo que se consume hoy mismo en cartelera). Una evaluación pausada de estos polos puede confirmarlos, naturalmente ignorando muchos matices y borrando distintas intenciones. Son útiles para trazar el carácter o el tono general de nuestra historia fílmica. Y como todo parámetro aclaran la excepciones, por ejemplo, gran parte de la obra mexicana de Buñuel, las películas de luchadores o el videohome o un fenómeno con mucha vigencia: un cine de lo cotidiano, autoral y amable, iniciado por Fernando Eimbcke.

Eimbcke, en su extrema normalidad, es un ente extraño en el cine mexicano. Su obra se conforma, en términos generales, por familias absolutamente comunes que experimentan sucesos totalmente corrientes sin aspavientos. Un llavero, un cuadro, una barra de desodorante indican su falta de excepción, siempre encuadrada en una búsqueda formal contenida pero sólida. Y en esa falta de excepción y de aspaviento hay algo excepcional: las familias de clase media han sido retratadas como familias de clase media, que se divorcian, experimentan una muerte y ven a los hijos crecer mientras están de vacaciones, se mudan de casa o arreglan un coche descompuesto. En México no había relatos de lo cotidiano calmo hasta la aparición de Temporada de patos (2004). Pagar la luz, preparar el desayuno, hacer la cama mientras pasa la vida, sin llanto por la renta que no se puede pagar o sin azotes filosóficos por el sinsentido de la vida, era inviable desde las lógicas del espectáculo lacrimógeno telenovelero o del gran arte dostoievskiano del siglo XIX. Y sin embargo, lo nimio, lo casero, lo clasemediero, como terreno de exploración del cine mexicano del siglo XXI tiene una potencia notoria. Probablemente sea el terreno que más películas de valía, de distintos autores, ha dado.

Hay que situar a Fernando Eimbcke, junto a Alejandro González Iñárritu, Carlos Reygadas y quizá Nicolás Pereda, como piedras angulares de caminos estéticos inaugurados en el cine mexicano junto con el siglo. Iñárritu, como sobra decir, en realidad es un gran cineasta de Hollywood; Reygadas es el eje nodal del cine autoral clásico, tipo Cannes; Pereda, cercano al videoarte, es único. Eimbcke abrió la posibilidad de algo nuevo y quienes han seguido de algún modo su camino (historias de clase media, emotivas y con humor) se parecen poco a él porque tienen búsquedas estéticas muy personales. Pienso inmediatamente en Claudia Sainte-Luce (Los insólitos peces gato, 2013), Alonso Ruizpalacios (Güeros, 2014), Samuel Kishi y su equipo (Somos Mari Pepa, 2013), y me siento tentado a extender la línea hasta Costa Rica para incluir Por las plumas (2013), de Neto Villalobos. Si vale la pena enlistarlos es porque, además de la calidad de sus películas, han abierto la posibilidad de un tono nuevo en la historia fílmica mexicana, cotidiano, cálido, melancólico.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014).