Capitán América: Civil War

Capitán América: Civil War

Por | 6 de mayo de 2016

Crítica y público se ponen de acuerdo, como pocas veces sucede, en decir que Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, 2016) es la mejor película de los estudios Marvel. Si bien un servidor no se atreve a ratificar tal enunciado (ahí están la saga X-Men dirigida por Brian Singer y Guardianes de la Galaxia), acepto totalmente que se cuenta como uno de los filmes más maduros producido por cualquiera de los sellos primordiales del mundo del cómic llevado a la pantalla grande.

Tal madurez no es nueva en el mundo de la historieta impresa y Civil War es prueba fehaciente de ello, sin embargo, se hacía casi imposible llevar en su totalidad a la pantalla esta macro saga que involucró prácticamente a todos los superpoderosos del universo Marvel, por lo que fue necesaria una adaptación sumamente elaborada –por Christopher Markus y Stephen McFeely– al arco argumental desarrollado para los cómics por Mark Millar a partir de diversas ideas de Brian Michael Bendis. El resultado para la pantalla es una disección a las distintas motivaciones de los líderes de la historia, el Capitán América (Chris Evans) y Iron Man (Robert Downey Jr.), desde una perspectiva que trasciende al mero pretexto del uso y abuso de sus habilidades metahumanas para irse directo a la ética, moral y política de quienes están bajo las máscaras: hombres, por principio de cuentas.

El arranque es similar al de la historieta: un accidente a causa del poder desatado de los héroes en medio de una población provoca la muerte de civiles inocentes. Ello junto a los desastres provocados en Sokovia y en el corazón mismo de los Estados Unidos (en el anterior díptico de Los Vengadores), provocan una iniciativa gubernamental apoyada por más de un centenar de gobiernos nacionales que obligará los superhumanos a registrarse y trabajar para la ONU, que decidirá administrativamente en qué situaciones deben o no inmiscuirse, viéndose reducidos prácticamente a una oficina burocrática. Ante ello surgen dos posturas: la de Iron Man, quien aquejado de culpa por cargar en sus hombros la muerte de inocentes, acepta registrarse; y la del Capitán América, quien ve en la iniciativa el atropello de los derechos civiles y humanos, la pérdida del libre albedrío y hasta el posible nacimiento de una nueva era de sometimiento. Un registro de índole fascistoide que por sus principios rechaza.

La madurez argumental viene acompañada de una puesta en escena dirigida por los hermanos Anthony y Joe Russo asombrosa desde las primeras secuencias por el punto de vista donde se sitúa, cuando la acción se lleva de manera cruenta a ras de piso, en persecuciones y luchas cuerpo a cuerpo filmadas con cámara al hombro ganando un verismo inusitado en este subgénero de filmes, lo que la acerca de buena manera a las más posmodernas cintas bélicas, con las que sin duda también emparenta. Ese primer enfrentamiento en un tianguis africano pone al espectador en el demencial centro de la batalla con un pulso verdaderamente frío.

Los Russo, además, logran desmarcarse de una manera que se agradece bastante, de las gracejadas estilo Joss Whedon, quien exageró en los momentos de humorismo en el díptico de Los Vengadores por él dirigido, llegando incluso a montar rutinas slapstick de me-pegas-te-pego entre Thor y Hulk, personajes que, atinadamente, no tienen cabida en este filme ya que Thor es un dios y Hulk un Mr. Hyde, pero ambos alejados de las pulsiones primigenias que mueven a este filme: los más enconados rencores, egoísmos personales y lealtades viriles ciento por ciento humanas. Eso sí, no quiere decir que CACW carezca de humor, lo tiene, y resulta funcional y congruente.

La amistad recuperada y la fracturada se unen en un vórtice donde el pundonor a ultranza del Capitán América hace que se ponga en marcha una rueda del destino que descubre un secreto que enviará a segundo plano la iniciativa de registro y la lucha de facciones, centrando el último tercio del filme en una lucha hombre vs. hombre desatada por el orgullo herido y la confianza traicionada.

En efecto existen los villanos del filme, y los hay de dos clases: por un lado los burócratas impertinentes, soberbios y sobrados de sí mismos; y por el otro, Zemo, el perpetrador de un plan maquiavélico que desata el caos. Ante este panorama, a todas luces resultan más peligrosos los primeros, hombres de traje y corbata dueños de un poder fáctico que nada tiene que ver con mutaciones o poderes adquiridos, sino con el cinismo de saberse dueños de una maquinaria de Estado que deshace carreras, vidas, naciones de un sólo puñetazo, y que se acomoda conchuda y camaleónicamente a las circunstancias políticas políticas en boga, sin temer enviar a complejos carcelarios flotantes en medio del océano a esos elementos incómodos que otrora fueran sus paladines justicieros (perdón, ¿alguien dijo Guantánamo?). Zemo, en cambio, no es más que aquél sobreviviente de Sokovia herido en lo sentimental, es decir, en el ámbito de lo privado.

Capitán América: Civil War, es un filme muy bien logrado donde el enfrentamiento de los titanes –a diferencia del visto en Batman vs. Superman (2016)– tiene un trasfondo real, empático y donde la pérdida de los padres y amigos de verdad tiene un peso específico no sólo para el despliegue de CGI, sino también para hacer de Steve Rogers y Tony Stark, personajes profundos, resentidos pero con una fe inquebrantable en sus posturas. Un par de hombres que a puño limpio y en tiro derecho dirimen sus diferencias, pero sobre todo, que se escupen verdades. Y quizás, también, capaces de volver a chocar las manos: hombres, a fin de cuentas.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional.