Festivales y políticas públicas 1
Por Christian Sida Valenzuela | 20 de junio de 2019
Sección: Opinión
Temas: Festivales de cineFinanciamiento de festivalesIniciativas culturales ciudadanasIniciativas culturales privadasPolítica culturalPolítica y culturaPremios Fénix
Miguel Ángel Mancera, ex jefe de gobierno del Distrito Federal, en la pasarela de los Premios Fénix.
Escribiré una serie de textos para Icónica sobre el financiamiento para festivales de artes en México contrastando mis experiencias comenzando un nuevo festival independiente en Durango y manteniendo, con un grupo de emigrantes, el Festival de Cine Latinoamericano de Vancouver por 17 años, sin palancas, sin amistades gubernamentales. ¿Cómo se le hace? Otorgando fondos a concurso en todos los niveles gubernamentales para asociaciones civiles y, obviamente, sin dar un peso discrecional a nada ni a nadie, así sea la mejor idea del mundo, porque sólo de ese modo se puede hablar de democracia.
De por qué decir no a festivales gubernamentales
y a festivales que sólo tengan un medio de financiamiento
Los institutos o direcciones culturales en los estados y municipios de México han operado en materia de creación de festivales culturales literalmente como se les ha antojado, es decir, sin una política cultural.
El año pasado Plácido Domingo fue a dar un concierto al Festival Revueltas, en el estado de Durango, y cobró al erario de mis paisanos la cifra 16 millones de pesos. Ésa fue la parte buena del evento en términos de curaduría –si se pasa el robo que implica facturar esa cifra, mucho mayor que los honorarios del tenor– porque igual que a Domingo han programado a Ana Bárbara y a Edith Márquez. El Revueltas es un festival sin curaduría, sin un equipo anual, y, para fines de este texto, el mejor ejemplo de por qué los institutos locales sólo sirven de plataformas de promoción del góber o alcalde, a quien sólo le interesa tomarse la foto con las celebridades. Pero, mucho peor aún, a menudo se impone una línea ideológica: que un festival cultural sea organizado por el gobierno puede significar imponer qué intelectuales leer, qué directores de cine conocer, y la lista de imposiciones puede seguir. Mientras que los festivales de provincia sigan siendo realizados por funcionarios sin experiencia y con una visión del mundo casi nula, en vez de por un equipo de curaduría institucional con libertad de operación, la provincia mexicana seguirá como está.
De cualquier modo, no todo está echado a la borda. Hay buenos ejemplos en el país, aunque a medias: la Ciudad de México tiene un fondo para festivales culturales que puede servir de ejemplo a los otros estados, y entiendo que Sonora tiene algo similar, pero incluso esos institutos siguen creando festivales ellos mismos. En Canadá el gobierno no realiza festivales: todo el dinero se va para asociaciones civiles. Nosotros, en el Festival de Cine Latinoamericano de Vancouver, tenemos el orgullo de nunca haber invitado a algún funcionario público –aunque en una ocasión una miembro del parlamento llegó a la apertura y le pedí que diera unas palabras por el hecho de estar ahí. Pero en general, en México, el gobernador o alcalde en turno hacen de los eventos culturales sus mítines porque eso les reditúa políticamente.
No es coincidencia que la gran libertad en la Ciudad de México para los festivales culturales (aún con su deficiencia en financiamiento público) vaya de la mano de ser una ciudad de libertades como la próxima regulación de la Cannabis, la despenalización del aborto o el matrimonio igualitario. En la mayor parte del país, tal como pasa con el Festival Revueltas, los festivales no funcionan o funcionan mal, y luego desaparecen.
Están también las grandes ideas realizadas por un grupo de expertos, que deben de ser subvencionadas, sí, pero con fondos a concurso, para que no les pase lo que a los Premios Fénix y a muchos otros.
¿Qué le pasó a los Fénix?
Me puedo equivocar, pero por lo que entiendo, la nueva administración de la Ciudad de México les negó el apoyo que les otorgaba el (des)gobierno de Miguel Ángel Mancera. Supongo, supongamos, que les daría dinero, teatros, permisos, a lo mejor mucho dinero, porque Mancera incluso daba unas palabras en la ceremonia. Los Fénix eran una gran idea, son una gran idea –aunque los pudieron haber reducido de tamaño y buscar donaciones– pero al parecer, sigo suponiendo, el apoyo de la Ciudad de México era tan grande, que al momento que se terminó, los Fénix también. Esto no es privativo de los Fénix: le ha pasado a muchos festivales relevantes y organizados por gente seria.
Hice junto con Jorge Magaña, director y fundador del Shorts Festival –y con quien me identifico porque mi historia personal, al tratar -¡y lo logré!- de fundar el Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango a pesar de los pesares (en mi estado, como en la mayor parte del país, simplemente no hay fondos públicos para festivales), me recuerda a su trabajo para continuar con Shorts, que a veces tiene fondos de la Ciudad de México y a veces no porque luego cambian de reglas, pero lleva más de diez ediciones produciendo este festival dedicado al cortometraje– una breve lista, y recordamos algunos festivales que eran muy interesantes, como el Riviera Maya (que duró 4 años), la Fiesta del Cine en San Luis Potosí (que duró sólo una edición), Novel (que duró un año y se realizó en Puebla como un homenaje al cine nacional), Cine Capital en la Ciudad de México (una edición). La lista era más larga, pero estos son ejemplos interesantes porque eran grandes ideas que dependían demasiado de los vaivenes políticos. El financiamiento o las iniciativas gubernamentales por antojo de un político nunca son buenos. No es coincidencia que cuando cambian los gobernantes cambien los festivales.
Yo he sido jurado en dos ocasiones para el Consejo de las Artes de Canadá (Canada Council for the Arts), donde uno de los criterios que le da más puntos a un festival postulante es que tenga fondos diversos. Nuestro Festival, en Vancouver, tiene fondos del municipio, la provincia de Columbia Británica y la federación (y otros ingresos, sí, pero este texto es sólo sobre dinero público en festivales). La ventaja real en Canadá es que los fondos no desaparecen, no son ideas de un presidente, góber o alcalde. Tiene que haber un compromiso político de todas las partes. Si sucediera esto en México ni los gobernadores ni los alcaldes se subirían forzosamente a la tarima a pararse el cuello, esa hermosa tradición latinoamericana.
Por eso los festivales tienen que nacer forzosamente libres en todas sus facetas, originados por la sociedad civil del lugar, por gente que tenga una misión en la comunidad. Así si un fondo se pierde, existe el interés del equipo que originó el proyecto de buscar otros fondos porque cree que su iniciativa es necesaria para su colectividad. Yo en Durango le di forma por seis ediciones al Festival de Cine Mexicano que organiza el instituto de cultura local. Me llamaron en su tercera edición para levantarlo porque lo iban desaparecer. Lo levanté y lo hice parte de la comunidad. Al final el gobierno sólo daba el dinero. Y cuando la nueva administración me dijo que ya no me necesitaría, refundé el mismo festival bajo una asociación civil porque lo creemos necesario para la comunidad. No nos dejamos amedrentar si el gobierno estatal nos dejaba de apoyar. Así, hemos logrado dos modestas pero buenas ediciones, y sé que vendrán mejores si crecemos lenta, pero firmemente. La ambición de crecer rápidamente te desinfla igual de rápido, ¿qué no?
Christian Sida Valenzuela dirige el Festival de Cine Latinoamericano de Vancouver y el Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango. Ha sido jurado en los festivales de cine de Morelia, Guadalajara, Río de Janeiro, La Habana y Valladolid, entre muchos otros, y ha escrito sobre cine para las revistas Letras Libres y Cine Toma. @ChristianSida
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