Infiltrado en el KKKlan

Infiltrado en el KKKlan

Por | 9 de noviembre de 2018

Las ideas de la supremacía blanca son paradójicamente reduccionistas y complejas. Por un lado, lo convierte todo en una dicotomía: el hombre blanco contra todos los demás. Y, a la vez –desde el lugar de los discriminados– la otredad mantiene una serie de matices: desde la mujer blanca, que siempre estará en desventaja frente al hombre; hasta negros, latinos, judíos, homosexuales… Todo aquel que no haya tenido la fortuna de nacer hombre y blanco, se enfrentará en algún momento a algún grado de discriminación. Infiltrado en el KKKlan se toma el tiempo de acercarse al asunto hasta ver estos matices y así recordarnos que el mundo no es blanco y negro.

Spike Lee (Atlanta, 1957) retoma el libro autobiográfico de Ron Stallworth, el policía negro que se infiltró en el Ku Klux Klan en los setenta, para ocuparse de algo mucho más grande que la cruzada personal de un hombre. Él, cineasta negro y comprometido hasta la médula con su causa, nos obliga a nosotros, espectadores de todos los colores, a confrontarnos con la realidad extremista de la discriminación: al final, son muy pocos los que se salvan. Cuando Flip (Adam Driver), el policía con quien colabora, se ve obligado a negar una y otra vez sus raíces judías para ser aceptado por los supremacistas blancos, suelta uno de los descubrimientos más poderosos de la película: uno puede navegar por la vida sin pensar demasiado en las implicaciones sociales de sus orígenes, su color de piel, su género, hasta que la jodida realidad nos alcanza y nos golpea en la cara. Flip reconoce que nunca se había sentido afectado por el hecho de ser judío, hasta que hubo quien lo señaló y le recordó que él tampoco es el hombre blanco.

El despertar de Flip, quien, tras pensar en renunciar termina aún más comprometido con la investigación, se vuelve más potente en contraste con otro personaje que decide ignorar la discriminación y maltrato de los que es víctima en su cotidianidad. Connie (Ashlie Atkinson), esposa de uno de los supremacistas blancos, mientras se entrega incondicionalmente a los objetivos del KKK, es humillada, menospreciada y, finalmente, puesta en riesgo por su esposo. Ella tampoco está en la cima de la pirámide social, pero la avala, la sostiene.

Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman, 2018) no es otra película sobre el orgullo negro. A la par de señalar –con un humor tan puntual como incómodo– la ridiculez perenne de David Duke y todos sus seguidores: se permite retratar la diversidad de los rostros, las inquietudes y los miedos de los oprimidos. El problema del racismo no tiene una salida tan inmediata o burda como los actores blancos con pintura negra en el rostro de El nacimiento de una nación.


Ana Laura Pérez Flores edita Icónica y es asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura