La mano de Dios, el ojo del cine

La mano de Dios, el ojo del cine

Por | 26 de junio de 2018

Hace 32 años y cuatro días exactamente, también eran tiempos de Copa del Mundo. Por lo menos para quienes nos interesamos en el futbol un poco más allá de la inmediatez de los encuentros o el seguimiento mediático de torneo-tras-torneo, la secuencia es bien conocida: el mediocampista Julio Olarticoechea recibe el balón y da un toque al joven Diego Armando Maradona poquito adelante del círculo de la media cancha; Diego recibe la pelota y transita con levedad entre varios jugadores de la selección de Inglaterra, mientras su paso habilidoso (demasiado seguro, casi grácil) va abriendo un remolino inclinado entre los defensas de blanco. El dribbling mágico evoluciona en un pase para el delantero Jorge Valdano al oriente del área rival, luego en un rebote inglés que hace flotar el balón hacia el rectángulo del área chica y la portería, que por fin ha aparecido a la izquierda del cuadro –en 4:3– de la transmisión televisiva. Entonces, sucede uno de los momentos más emblemáticos de la historia del futbol: Maradona, que bajo la inercia del ataque argentino ha penetrado en el área rival y se encuentra solo frente al portero Peter Shilton bajo la mirada suspendida de todos, embiste el balón en un salto, un poco con la cabeza, un poco con el corazón, pero mucho más con la mano izquierda. La esfera, que hace «sapitos» al cruzar la línea gol termina incrustándose en el fondo de la portería británica. El narrador argentino de la televisión argentina chilla el gol, los ingleses reclaman, los de azul se agrupan y se abrazan; el sonido del estadio pletórico hierve en los micrófonos y va diluyendo los comentarios en el hiss uniforme de la vociferación.

Claro que fue ilegal, pero vaya que contó. Tres décadas más tarde, la imagen de «La mano de Dios» –bautizada así por el mismo Diego–­, el milagrito argentino de los cuartos de final de mundial de México 86 frente a la selección de Inglaterra, permanece con firmeza. En algunos casos, incluso, como en una rara implantación de la memoria colectiva, es recordada por los que todavía no habíamos nacido, ni somos argentinos y ni siquiera sudamericanos. Y es que la osadía de Maradona representó una hazaña en al menos tres formas: deportivamente, llevó a la selección de su país a las fases finales de la copa que unos días después ganarían frente a Alemania; históricamente, creó la figura mítica de un Maradona que trascendió los bordes de las canchas y se diseminó en la corriente del fervor popular; y políticamente, representó una revancha simbólica por la Guerra de las Malvinas, que el Estado argentino había perdido hace apenas cuatro años frente a una potencia británica en ventaja militar. Y todo eso es el futbol.

Para el momento en el que Maradona anotaba aquel gol, probablemente el más famoso en la historia de los mundiales, el registro de la imagen en movimiento –surgida a finales del siglo XIX en los experimentos de locomoción que Eadweard Muybrigde llevaba a cabo por cierto no muy lejos del pub londinense donde se firmó el nacimiento oficial del futbol moderno– ya se había encargado de construir un sinfín de mitos a través del cine de todo el mundo. Y si la potencia de todo lo cinematográfico producido en los sets y fuera de ellos a lo largo del agitado siglo XX había sido capaz de llegar tan lejos en el imaginario colectivo de buena parte del mundo, el futbol, una práctica incluso más democrática en su capacidad de producir fantasías populares, también llegaría a hacerlo de manera contundente.

Por supuesto que el registro de los goles de ese 22 de junio de 1986 en la cancha del Azteca no fue el primero, ni había sido el único instante emblemático del balonpié en ser captado por las cámaras de cine para ese bien avanzado momento en la tecnología de la imagen. Atrás habían quedado ya las estampas inmortales de otras copas mundiales: el trágico Maracanazo de Brasil 1950 con sus muertos imaginarios, por ejemplo; o el glorioso triunfo de la selección de ese mismo país y su «Rey Pelé» en el México 1970 de nuestros padres… Pero lo de Maradona en ese partido ante el equipo que más de cerca representaba la era de Margaret Thatcher fue un apartirdeaquí; algo así como la construcción mediática de lo que no se puede explicar fácilmente con palabras. En meros términos de imagen, al menos, la puerta quedara abierta para que el registro documental del futbol, su narración casi literaria, su obsesiva atención al movimiento de los cuerpos, y su hipnótica belleza de repetición y cámaras lentas construyan héroes y ensoñaciones para pueblos enteros.


Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_