Isla de perros

Isla de perros

Por | 10 de mayo de 2018

Sección: Crítica

Directores:

Temas:

¿Qué más se puede decir de Wes Anderson sin caer en los calificativos redundantes que eleven todavía más el pedestal desde el que es admirado? Su estilo está más que identificado, idealizado y memorizado por sus fanáticos, seguidores, críticos y demás. Cuando vemos una obra de Wes Anderson (Houston, 1969), esperamos ver una obra de Wes Anderson: simetría en la imagen, armonía cromática, personajes extravagantes, soundtrack sesentero, tono de comedia subversiva, romanticismo nostálgico, Bill Murray. ¿Qué decir entonces de su nueva película sin repetir lo ya conocido? En un principio no se puede, el calificativo es inevitable, sale de la boca sin pedir permiso: Isla de perros es bella de principio a fin.

Dicho lo anterior, habría que puntualizar entonces que la segunda incursión del director en la animación stop-motion tiene toda su marca distintiva, pero también es una obra que debe ser comprendida desde el medio que utiliza. Isla de perros (Isle of Dogs, 2018) es un trabajo de animación artesanal en el que las marionetas, maquetas, animación 2-D y uno que otro elemento generado por computadora juegan ingeniosamente con el movimiento de objetos inanimados. Es perceptible una mayor seguridad y control de los medios a diferencia de su predecesora, El fantástico señor Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009). El movimiento se siente más fluido y los riesgos son mayores: cambio de perspectivas a partir de zooms y movimientos de cámara, mayor dinamismo en las escenas (sobre todo hay más explosiones y peleas al estilo Looney Tunes), diversidad de escenarios y una escena memorable con la preparación de sushi. Si hubiera que hacer una comparación con otra película, tal vez la más cercana sería Kubo y la búsqueda samurái (Kubo and the Two Strings, 2016), que también sobresalió por su manejo del stop-motion en grandes maquetas y recurrir a la mitología japonesa. La idea de realizar la película en animación cuadro por cuadro corresponde adecuadamente a la naturaleza de su historia: una fábula protagonizada por un niño y un grupo de perros parlantes. Al igual que el señor Zorro, la personificación de los animales resalta el tono cómico de la historia al contrastar sus buenos modales (el pedigrí en este caso) y fidelidad a sus amos con sus instintos salvajes.

Después de sus exploraciones en ambientes extranjeros como el paisaje indio en Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007) y la Europa de entreguerras en El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), Anderson ahora voltea hacia territorio asiático. En un Japón distópico e hipermoderno, Isla de perros sigue a Atari, el pupilo de doce años del alcalde Kobayashi. Cuando por un decreto todos los perros son exiliados al basurero de la ciudad de Megasaki, Atari viajará a ese lugar para rescatar a su mascota-guardaespaldas, Spots. Junto a una jauría de perros, el chico comienza una búsqueda que decidirá el destino de toda la provincia. Las referencias a la cultura y al cine de Japón son múltiples y variadas: de Kurosawa a los seifukus, de Hokusai a los kimonos, y de los haikús a Yoko Ono, entre muchas otras. Justo por ello, en tiempos regidos bajo la ley de lo políticamente correcto, la película fue acusada de apropiación cultural indebida. El homenaje, sin embargo, asimila y trasciende los clichés para celebrar el legado artístico del país a partir de, sí, la caricaturización y el uso de la estética asiática, pero también, de detalles trascendentales como la elección preservar el idioma original de los personajes humanos (salvo en un par de necesarias excepciones).

De nueva cuenta la película es protagonizada por niños-adultos y un elenco multiestelar de personajes estrafalarios. En el fondo permanece uno de los temas recurrentes en la filmografía de Anderson: la desconexión y reivindicación de la figura paterna. Al grupo conformado por Royal Tenenbaum, Steve Zissou y el señor Zorro (con sus respectivos hijos desatendidos), y Monsieur Gustave y el capitán Sharp (con sus jóvenes pupilos protegidos), se le puede agregar Chief, el perro callejero que ante una muestra de cariño lo único que puede hacer es morder. El cariño de Atari domestica el lado emocional del perro, sin que éste renuncie completamente a su lado salvaje. El perro-guardaespaldas está ligado a la figura paterna que protege y procura al niño.

Isla de perros es una confirmación más del talento de Wes Anderson para crear universos propios. Podríamos sabernos de memoria su línea estilística y temática, parodiarla fácilmente, convertirla en pastiche, analizarla sesudamente para desbaratarla y, sin embargo, con esta película continúa fascinando. Dentro del cine de animación es remarcable todo el diseño de producción y la capacidad de Anderson (junto con el equipo de animación) para dotar de vida y ritmo cada elemento dentro de los escenarios. El placer visual es innegable y el calificativo también. Wes Anderson sigue siendo Wes Anderson.


Israel Ruiz Arreola forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado.