Mickey 17: Una vacía eternidad en una t

Mickey 17: Una vacía eternidad en una trama vacía

Por | 6 de mayo de 2025

En Mickey 17, Bong Joon-ho, crea una distopía ecologista con tintes satíricos basada en la novela Mickey 7 de Edward Ashton. Es el año de 2054. Mickey Barnes y su amigo Timo deciden alistarse como tripulantes de una nave espacial cuya misión es colonizar el planeta Niflheim. Más que interesarles lo que habrán de encontrar en el espacio exterior, ambos intentan huir de su situación financiera en la Tierra, luego de adquirir una enorme deuda por un negocio fallido. La función de Mickey en la nave es la de un “prescindible”: se le asignan tareas de alto riesgo después de las cuales muere y una máquina (como si se tratara de una impresora) hace un cuerpo nuevo (una copia más) con sus memorias intactas.

El filme de Bong (Daegu, 1969) está repleto de preguntas que, a través de la ciencia ficción, intentan una respuesta. Por ejemplo, la relación que el personaje principal establece con la muerte y la vida, el temor que le tiene a la primera pese a que lo más usual de su rutina sea fallecer una y otra vez. O la identidad que se fragmenta cuando, tras caer por una fisura de hielo y ser rescatado por los creepers (habitantes del planeta helado), Mickey se encuentra con otra copia de sí mismo. Ambos comparten los mismos recuerdos, pero, semejante a El vizconde demediado de Italo Calvino, uno de ellos encarna la bohonomía mientras que el otro la adustez. A esto se suman los personajes Ylfa y Marshall, quienes comandan la expedición y fungen como una alusión al ímpetu de la conquista del espacio exterior, el sueño contemporáneo de las élites, de un Elon Musk.

Todo esto se muestra cautivante en los primeros minutos de la película; sin embargo, el planeta helado de Bong, además de las extrañas criaturas que lo habitan y de la excentricidad de sus personajes, no logra construir un espacio intermedio entre la trama y el espectador. Del propósito de llegar y conquistar Niflheim lo único que se descubre es la nieve, no alcanza más profundo, Bong no nos hace mirar detrás, cuestionar, quizá, o aterrarnos de que las ideas de dominación siguen aquí, manifestándose únicamente de otras formas. Pero tampoco era necesario una crítica de este tipo. Bastaba con que sus personajes habitaran las preguntas sobre el cuerpo, la identidad, el deseo de llegar al espacio exterior y conquistarlo que él mismo vertió en ellos. Y es que, más allá de la gran actuación de Robert Pattinson al diferenciar a un Mickey 17 de un Mickey 18, la superficialidad con que ven su muerte quienes lo rodean y, por tanto, él mismo, conduce a un vacío del cual volvemos sin encontrar nada.

En ese sentido, creo, que la ciencia ficción no sólo es la hipótesis de mundos imaginarios. Ni tirar los dados para ver qué combinaciones hacen falta llenar. Si en vez de Marte tenemos un planeta en el que sólo hay nieve, puede que la distinción no importe si la trama nos deja flotando ante espejos cuyas preguntas no terminan por desempolvarse lo suficiente para que podamos ver al menos una silueta. Falta la máscara de plata, inexpresiva, con la que esconde sus sentimientos, el marido de Ylla antes de matar a aquel hombre de la Tierra con el que su mujer sueña cada noche en Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. El impacto que esta imagen crea en el lector hace que por un momento ya no importe el género en que la historia se inscribe. Los estragos que nos hacen experimentar los celos de aquel habitante de Marte son tan semejantes a las consecuencias que devienen de que Desdémona pierda el pañuelo que Otelo le regaló. En Mickey 17 ni siquiera la historia de amor entre el protagonista y la agente de seguridad Nasha logra decir algo. Más allá de lo cómico que resulta la aparición del otro Mickey y la petición de Kai a Nasha de repartírselos.

La exploración de mezclar diferentes tonos, partiendo del satírico hacia un final en el que la trama se resuelve mediante la acción, influye, sin duda, en los tropiezos de la trama. Una dispersión semejante a la de las preguntas que Bong esboza sin que sus personajes logren aterrizar. Sin embargo, estas variaciones en el ritmo ocurren de forma armónica, lo cual nos lleva a imaginar la posibilidad de otra película, de desear que, al igual que en Parásitos (Gisaengchung, 2019), el humor desgarre la máscara de eso que llamamos diferencia de clases. Ojalá el planeta helado hubiera logrado eso con el Musk que caricaturizan Ylfa y Marshall o con la vacía eternidad de Mickey.


Ofelia Ladrón de Guevara es una de las editoras de Icónica. Obtuvo mención honorífica en el XIV Concurso de Crítica Cinematográfica “Fósforo” Alfonso Reyes,  categoría «Ex alumnos y público en general», en el marco del FICUNAM 2024. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2023-2024).