Comedia mexicana made in USA
Por José Felipe Coria | 22 de mayo de 2018
A saber cómo, la comedia nacional cinematográfica tiene bastante tiempo estancada en un esquematismo que se pretende gracioso por presentar un excesivo registro de chistes que van del pastelazo a la gritadera, de la exageración al lugar común, de lo ridículo a lo absurdo. Su conceptualización recuerda las comedias iniciales del cine mexicano en los años 1930. No es nuevo el reproche. Sí lo es que pasen años y se insista en hacer lo mismo: historias lineales protagonizadas por estereotipos cada vez más huecos. Lo peor es que parece como si el estilo de comedia de los 1980, que tan exitosa hiciera la generación de Alfonzo Zayas y demás cómplices –en especial el siempre llorado y plagiadísimo Alberto Caballo Rojas–, se hubiera reciclado perdiendo muchos de los elementos que la hicieron si no valiosa, al menos provocadora y genuina. Ahora todo es moralista e hipócrita. Lo curioso es que ya no basta con hacer la cinta en México. Hay que importarla.
Caso singular de esto es ¡Hombre al agua! (Overboard, 2018), primer filme del especialista en teleseries Rob Greenberg. Aquí Kate (Anna Faris, sin ninguna gracia), trabajadora madre de familia, es agredida por el majadero Leonardo (Eugenio Derbez, vuelto el Rafael Inclán metrosexual siglo XXI región 4 que nos merecemos), quien aparentemente es un erotómano compulsivo. Que nunca mantiene ninguna relación consistente. Por un accidente queda amnésico. Como es un hígado intragable, nadie quiere reconocerlo, empezando por su hermana Magdalena (Cecilia Suárez). Aunque la situación será ideal para la venganza de Kate, quien finge que es su marido.
El tono reiterativo de la historia, hecha a base de un sólo chiste (la amnesia de ese millonario bastante mamón), se debe al guión original de Leslie Dixon. Esa es la novedad: la neocomicidad nacional ahora se basa en basura reciclada de un gran estudio, en este caso una filmada para MGM por Garry Marshall: Hombre nuevo, vida nueva (Overboard, 1987), vehículo de lucimiento para la entonces pareja de moda Kurt Russell y Goldie Hawn.
Reescrita por Greenberg y Bob Fisher, sobre el original de Dixon, la cinta recurre al anacrónico estilo del pastelazo… a la vieja usanza. El héroe vive diversas circunstancias como trabajador inmigrante en Estados Unidos. Y los gags, que parecen sobrantes de No se aceptan devoluciones, (2013), incluyen porrazos simpáticos, un grupo de amigos cábulas que hacen burla de las desgracias cotidianas del personaje, y esta vez no una, sino tres niñas (que afortunadamente no mueren, uf), para sublimar la falsa paternidad del personaje. El rosario de estereotipos clasistas, sobre indocumentados y sus vertientes de éxito y fracaso, son demasiado similares a las aventuras del involuntario stunt man de No se aceptan devoluciones, que en este caso aspira Cómo ser un latin lover: Leonardo rutinariamente a todo lo largo de la película intenta seducir a Kate. Lo logra al final con una historia metida como calzador que explica cómo suenan tres veces las bocinas de un barco cuando se echa en reversa y que aquí es visto como lo más sublime del romanticismo chatarra –que se pretende irónico– pero que resulta, en realidad, nauseabundamente cursi: la cereza del pastel en esta antología de lugares comunes. Que funcionan para lucimiento de la simplona comicidad del productor Derbez y sus contlapaches, quienes confirman cuán exagerada es la circunstancia del héroe sin densidad emocional, excepto la pulsión ultraconvencional de pudoroso eros gratuito.
El malentendido que se reitera a lo largo de la cinta confirma cómo Hollywood le abrió las puertas a un tipo de comedia que no es ni original ni vanguardista ni nostálgica ni valiosa. Es como hacer en inglés una mala copia de una vieja cinta mexicana del tipo Destrampados en Los Ángeles (Víctor Manuel Güero Castro, 1987) y en lugar de incluir como patiños a Pedro Weber Chatanuga, José Natera y Polo Ortín, se incluye a Jesús Ochoa, Omar Chaparro y Adrián Uribe. O sea, nada nuevo bajo el sol. Eso sí, reciclado y made in USA.
¡Hombre al agua! se avienta a aguas profundas, sin salvavidas ni medir consecuencias; es un traje dizque nuevo confeccionado para una olvidada cinta mediocre. ¿Por qué hacer otra versión, ahora de quinta; otra absurda comedieta deplorable totalmente pasada de moda? Tal vez porque la taquilla funciona con estas cintas hechas con recursos mínimos (costando por ahí de los cinco millones de dólares para recaudar en dos fines de semana poco más de 31 millones nada más en los Estados Unidos). Hay que reconocerle a este tipo de cintas que su “originalidad” está en hacer lo mismo que hacía el cine mexicano de los 1970/1980: apostar a un público cautivo. Sin aspiración mayor que travestir una cinta mexicana made in USA. Simple comercio. Y bastante malito.
José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como Reforma, Revista de la Universidad, El País y El Financiero.