Estar presente: El cine de Céline Sciam

Estar presente: El cine de Céline Sciamma

Por | 5 de febrero de 2021

Sección: Ensayo

Temas:

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019).

Hay una experiencia compartida en la filmografía de Céline Sciamma. Su breve pero notorio listado de películas, todas escritas y dirigidas por ella, se ocupa de historias protagonizadas por figuras femeninas en distintas etapas de la vida (en la niñez, en la adolescencia y en una adultez que sigue siendo cercana a la juventud), y en todas ellas, la directora francesa manifiesta la intención de romper con la idea de estar observándolas desde lejos, para acercarnos a un ángulo más íntimo, en el que el espectador puede sentir que, más que mirar, está con los personajes. 

Su filmografía creció al mismo tiempo que sus protagonistas: mientras que en su opera prima retrató a una joven en la pubertad, en su último largometraje muestra a dos adultas que ahora lidian con sus propias dificultades. Pero además, podría decirse que hay un elemento común en el modo en que sus personajes establecen relaciones entre ellos: la complicidad entre mujeres que se desarrolla, primordialmente, en momentos donde la presencia masculina es casi nula y en sitios como habitaciones, vestidores, la cocina o hasta una isla; lugares que parecieran estar reservados solo para ellas. ¿Cuánto tiempo se le habrá dedicado a incluir esas dinámicas –que también forman parte de la experiencia femenina– en una historia? Ésa es quizá la particularidad del cine de Sciamma (Pontoise, 1978), la de dirigir su mirada hacia ese mundo que ella conoce. Si nos preguntáramos, entonces, cómo se puede filmar esa complicidad, la respuesta, para esta directora, está en los momentos que elige mostrarnos cuando sus personajes comparten el cuadro.

En Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019) lo hace constantemente, a partir de que deja solas a sus protagonistas, Héloïse y Marianne, en un enorme castillo de la Bretaña francesa, a finales del siglo XVIII. Con la ausencia de la autoridad –que recae en la madre– deja que todas las habitaciones les pertenezcan, y entonces las vemos hacer un uso del espacio que en otras circunstancias sería impensable para dos mujeres aristocráticas: comen en la cocina, se despojan de sus ropas formales en la playa, duermen en el piso… y es gracias a ese uso libre de los lugares, que su interacción personal también empieza a cambiar, permitiendo el encuentro y descubrimiento entre ambas, así como el lazo de amistad que construyen con Sophie, la única sirvienta que las acompaña. 

Entre esas secuencias en las que las tres aparecen leyendo el mito griego de Orfeo y Eurídice, o se comparten remedios para los malestares de cada mes, hay una escena sencilla pero simbólica que habla del poder de la sororidad para disolver las jerarquías sociales: a través de una toma larga y un plano fijo de Héloïse y Marianne preparando el desayuno para las tres, mientras que Sophie está sentada haciendo un bordado, y todas están en silencio; los papeles están invertidos y, por un instante, se han colocado en el mismo nivel. 

Algo similar ocurre durante la escena de una fogata, donde están reunidas otras mujeres del pueblo, quienes teniendo el espacio nuevamente sólo para ellas –no porque no haya hombres en la isla, sino porque simplemente la directora eligió no mostrarlos–, entonan un canto a capela en latín, que dice «Non possum fugere» y «Nos resurgemus», una adaptación de una frase de Nietzsche que dice «Cuanto más nos elevamos, más pequeños parecemos a aquellos que no pueden volar».  No es casualidad que el respaldo a una de las decisiones de Sophie, se vea cobijado por un canto que habla de la libertad; tampoco lo es que coincida con el momento en el que Héloïse y Marianne experimentan una transformación, casi literal, en su relación.

Sciamma sabe incluir, entre líneas, los temas que le interesan, sin perder de vista sus argumentos principales, pues mientras en Retrato… habla de un amor que nace en el acto de observar y ser observado, se toma la libertad de incluir otras ideas en breves escenas que quizá otros directores omitirían. A través de ellas, muestra su postura sobre aspectos como las relaciones femeninas y el impacto positivo que estas pueden tener en situaciones cotidianas, puntos que se repiten constantemente a lo largo de sus cuatro películas. 

De esta forma, para hablar de la igualdad, no sólo de género, sino también social, la directora encuentra sus propias maneras de poner los asuntos sobre la mesa sin recurrir a la palabra. Al contrario: elige una manera un poco más complicada pero justa, cuando le escribe su propio viaje a personajes que parecieran secundarios. La presencia de Sophie siempre tiene una función importante, y es en su desarrollo donde aborda otro de los grandes temas de la actualidad, el aborto; todos detalles que para ella suponen una forma en que «el cine puede traer más igualdad sin estar en una fantasía».

En ese sentido, podría decirse que también ha elegido filmar a las adolescencias de contextos a veces marginados, manteniéndose fiel a sus temas. La sororidad no solo está presente en su último trabajo, Girlhood (Bande de filles, 2014), su tercer largometraje, es una tesis dedicada enteramente a hablar sobre la hermandad y la revelación personal por medio de un sistema de apoyo femenino. En ella, los momentos de intimidad igualmente entregan información al mostrar, por ejemplo, que la idea de diversión de un grupo de adolescentes, consiste en alquilar un cuarto para ellas solas, en el que pueden despreocuparse, ataviarse y bailar por la habitación. El entretenimiento depende de ellas mismas. 

Las secuencias de baile en esta película sugieren un momento especialmente liberador para Marieme, una adolescente de los suburbios de París, que se siente perdida ante la falta de una relación cercana con su madre e intimidada por la presencia controladora de su hermano. En este filme, la intención de Sciamma era, primordialmente, representar cómo la amistad puede ayudar a dar voz propia a alguien que pensaba que no la tenía, ahora, en un contexto contemporáneo. Y lo refleja cuando la relación de Marieme con su propia apariencia empieza a cambiar, de la misma manera en que transforma su forma de interactuar con su contexto. Cuando la directora habla de transmitir la experiencia de las mujeres, se refiere a esto, a traspasar la barrera de retratarlas con uniformidad, para mostrarlas como seres complejos, con sentimientos tan congruentes como contradictorios y con un mundo propio.  

Quizá a eso corresponda su interés por filmar las distintas etapas de la vida, donde cada edad presenta su propio conflicto, en relación a la madurez con la que miran su circunstancia: en la niñez, el hacerse consciente de que habitamos un cuerpo; en la pubertad, la incertidumbre apenas inocente sobre la identidad; en la adolescencia, el sentido de pertenencia, mientras que, en las etapas siguientes, hay que enfrentarse a las consecuencias de las elecciones del pasado.  

En su opera prima Lirios de agua (Naissance de pieuvres, 2007), el descubrimiento se aborda a través de una niña que quiere pertenecer al equipo de nado sincronizado, por la curiosidad que le genera una de las integrantes. Paradójicamente, ese descubrimiento sucede entre la teatralidad de las actuaciones del equipo, con sus coreografías perfectamente estudiadas, y el performance que a veces las mujeres eligen representar frente al mundo, idea que luego retomó a profundidad en Tomboy (2011), su segunda película. 

Si en su trabajo más reciente, los lugares terrenales son el espacio del que hay que apropiarse, en Lirios de agua tomó una actividad física que por tradición les corresponde a ellas, para darle sentido a la analogía de que los lirios crecen completamente en la corriente y florecen en la superficie; de ahí que se despida con el último plano de dos chicas flotando en la piscina.

El cine de Sciamma es sobre estar con ellas, sentarse en la misma habitación. Sciamma imagina qué harían sus mujeres cuando nadie las mira y lleva la cámara ahí: por debajo de las sábanas, frente al espejo de un baño. Y ya en esa intimidad, descubre sus manías y los pensamientos que no compartirían con nadie más que entre ellas mismas. Sólo así, dándoles su espacio, se puede transmitir su experiencia, acompañar, estar con ellas. Así podría explicarse la filmografía de Céline Sciamma como una representación intimista de las dinámicas grupales femeninas y de personajes completos, pero también como un cine que muestra el descubrimiento de la identidad sexual como parte del crecimiento. 


Grecia Juárez estudia Comunicación y Medios Digitales en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y forma parte de la redacción de Icónica. Fue parte del jurado Young Canvas del festival Black Canvas 2020.