Cine estadounidense de los 2000 (2/3): Grandes películas
Por Icónica | 16 de febrero de 2018
Sección: Historia(s)
Comencemos por repetir algo: la contigüidad con el inicio de siglo es demasiada como para plantear con toda seguridad una lista como esta. La selección es tentativa a falta de distancia y, como resultado, también la reflexión con la que la presentamos.
El tamaño de la industria de Estados Unidos hace casi obvio que todo el tiempo aparezcan películas notables. Y a principios de siglo, parece que sucedieron dos cosas: 1) continuó una especie de desencanto con el conservadurismo y la sociedad del consumo, que se contrastó con 2) un conservadurismo disciplinante de carácter blanco, protestante y anglosajón disfrazado con una máscara liberal (en lo económico) y no necesariamente sólo masculino (Kathryn Bigelow parece estar en este lado del espectro político). Quizá en el cine se empieza a notar el giro en los valores de la cosa pública que afecta la realidad política mundial todos los días.
Como siempre hay películas que faltan, principalmente las de los autores que nos parecen fundamentales y que ya presentamos en los recuentos anteriores.
Los muchachos no lloran (Boys Don’t Cry, 1999)
Basada en la historia real de Brandon Teena (Teena Brandon), un adolescente transexual víctima de un sonado crimen de odio, Los muchachos no lloran de Kimberly Pierce ahonda con certeza en los temas de la identidad y la pertenencia.
La trama se centra en la llegada y estancia de Brandon en Falls City, Nebraska, mostrando la lucha perpetua de la protagonista por ser lo que en realidad es: un hombre. Para vencer, el personaje debe actuar como tal frente a las presiones de sus nuevos amigos, quienes desconocen su feminidad biológica, es decir, debe mentirles para alcanzar su verdad: un reto performativo que Brandon (Hilary Swank) logra de manera memorable. Por su parte, el conservadurismo terco del Estados Unidos más anquilosado es presentado como una amenaza omnipresente que acecha cualquier rasgo de otredad. Aquí todo es claro: las cosas son o no son, no hay puntos medios ni intersecciones, mucho menos fisuras que estén dispuestas a ser reconocidas. En la narrativa de Pierce, esta intolerancia es tal que no solo es capaz de volver a los hombres en verdaderas bestias sino que frustra el amor, la esperanza y todo tipo de escape.
Psicópata americano (American Psycho, Mary Harron, 2000)
La controversia generada por Psicópata americano en Estados Unidos llegó a tal grado que la adaptación de la obra homónima de Bret Easton Ellis, llevada a cabo por Mary Harron, fue considerada una apología de la misoginia y hasta una «guía para descuartizar y torturar mujeres». Si bien por cuestiones de censura la obra cinematográfica omite ciertos fragmentos donde se muestra abiertamente el carácter misógino del protagonista, Patrick Bateman, el trabajo de Harron recupera con lucidez los aspectos cotidianos de la vanidad del depredador de las ciudades modernas. Basta para ello recordar el detallado montaje de la rutina diaria de autocuidado de Bateman, quien tan sólo va un poco más allá en el hambre de estimulación y poder producida por una sociedad cuyas promesas y luces resultan tan atractivas como repulsivas dependiendo de la posición desde la que se observan. Vale apuntar que, a pesar de la agudeza de la obra para señalar la violencia a la que es sometido el individuo para distinguirse en las ciudades modernas, la contundente frase que titula la canción “It’s Hip to Be Square”, que acompaña a Bateman con el rostro cubierto de sangre, parece muy escueta ante la diversificación de las identidades que hacen del yuppie sólo una de las formas del enajenado empresario de sí.
Donnie Darko (Richard Kelly, 2001)
Donnie Darko es un thriller psicológico con guiños a la ciencia ficción que nos habla de la destrucción como una forma de creación. Tras su fracaso inicial se convirtió en una película de culto que retrata el estilo de vida adolescente y familiar de finales de los ochenta en Estados Unidos a través de Donnie, un joven mentalmente inestable que sufre de sonambulismo y alucina con un conejo llamado Frank, que anuncia la destrucción del mundo en veintiocho días y lo conduce a cometer una serie de acciones que desatarán finalmente una fatídica muerte. Bajo este desarrollo narrativo entre lo real y lo imaginario –que se fusionan hasta que los límites entre uno y otro son ambiguos– subsiste una crítica al sistema educativo norteamericano de la época y lo que pareciera ser un caso de esquizofrenia paranoica se transforma en una historia sobre universos paralelos, viajes en el tiempo y, primordialmente, sobre el destino.
La trilogía Bourne (2002-07)
Construida a partir de un argumento tan vasto y profundo que parece nunca caminar en falso y un ritmo frenético que lleva hasta el paroxismo, la trilogía sobre la búsqueda de identidad del agente de la CIA Jason Bourne se convierte en un ejercicio destacado en su género. Cada una de ellas Identidad desconocida (The Bourne Identity, 2002), La supremacía Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y Bourne: El ultimátum (The Bourne Ultimatum, 2007) no sólo mantiene la promesa de conducir satisfactoriamente a un clímax sino que alimentan y sostienen una narrativa que trasciende más allá de las excelentes secuencias de persecución, las actuaciones y los nuevos escenarios. Aunque la búsqueda de la identidad y el espionaje son temas recurrentes del género, esta trilogía basada en los libros de Robert Ludlum logra una mirada fresca e innovadora que es consciente del contexto político y social, de manera que reflexiona sobre las libertades para el desarrollo de proyectos secretos y la ambigüedad moral de las agencias al servicio del gobierno estadounidense.
Esplendor americano (American Splendor, Shari Springer Berman y Robert Pulcini, 2003)
Para huir del tedio que le causaba su vida como archivista en un hospital, Harvey Pekar comenzó a hacer una serie de cómics que tituló American Splendor. Contrario a la fantasía que uno puede imaginar cuando se habla de escapes, estas viñetas que realizaba eran representaciones fidedignas de la cotidianidad setentera en la que él sus seres cercanos están asentados: retratos de esa misma normalidad de la que intentaba alejarse. La cinta, homónima de la historieta (Esplendor americano, 2003), repite este proceso de narrar lo ordinario.
A lo largo de la película vemos un estudio minimalista desde el cual el mismo Pekar ofrece un recuento de su opaca carrera como escritor, su ascenso y caída en el programa de David Letterman, y más notablemente, la comicidad casi irreal de su amistades. Shari Springer Bermanen y Robert Pulcini, realizadores del filme, sustituyen las ilustraciones de la historieta por dramatizaciones con actores reales (Paul Giamatti como Pekar), pietage de entrevistas y clips rescatados de los primeros años de MTV. Así, este collage de imágenes da pie a una caricaturesca metaautobiografía (Pekar hablando de cómo él escribía sobre sí mismo), que sin dejar de ser sincera con el espectador, le concede al creador la distancia por la que todo empezó.
Primer (Shane Carruth, 2004)
Primer deslumbra por el poder de su narrativa, por la complejidad de sus diálogos, su montaje disruptivo y su calidad fotográfica. Se merece en toda su extensión la categoría de cine de autor puesto que con un bajo presupuesto el matemático Shane Carruth director, guionista, productor, actor principal, compositor musical y montajista, nos presenta una intrincada trama que poco piensa en el entendimiento del espectador para contar la historia de dos amigos científicos que descubren accidentalmente una máquina para viajar en el tiempo y se proponen viajar al pasado para ganar dinero invirtiendo en acciones. Esta cinta –especialmente por su adscripción a un género tan costoso como la ciencia ficción– es un ejemplo de que la calidad no depende de los recursos y exalta la complejidad narrativa que tanto se le ha demeritado al género. Lo que pone en evidencia una paradoja de la película: si para la producción de Primer el dinero no fue determinante; para sus protagonistas el tiempo, el viaje en el tiempo, debe traducirse en dinero.
Gracias por fumar (Thank You for Smoking, Jason Reitman, 2005)
En tiempos donde los cigarros y los fumadores son vistos con total desaprobación, un hombre interpretado por Aaron Eckhart encabeza una cruzada por defender sus derechos (y los de las empresas que los producen). Jason Reitman le imprime un tono de cinismo muy elegante a esta película con diálogos hilarantes y actuaciones que caen en el tono perfecto para permitir que la controvertida trama se desarrolle naturalmente. Es una cinta provocadora que demuestra que la comedia bien pensada puede ser tan divertida como incisiva. Más allá de ello, esta película es una entrada al trabajo de Jason Reitman, quien replanteó el humor cruel, aunque gris y no negro, a principios del siglo. Quizá a la larga resulte ser uno de los autores clave en el Estados Unidos de principios de siglo. Habrá que verlo, y, en todo caso, reescribir nuestra historia.
Secreto en la montaña (Brokeback Mountain, Ang Lee, 2005)
Dos pastores de ovejas que, por razones de trabajo, pasan meses aislados en Brokeback Mountain se enamoran. Son los 60 y, aunque ambos terminan conformando familias según los estándares de su tiempo, se reencuentran y comienzan a hacer viajes de pesca juntos. En el fondo siempre está la posibilidad de hacer pública su historia, como una fantasía oculta ante el deber ser familiar y el temor a ser linchados. Brokeback Mountain es un drama hollywoodense tradicional con una factura extraordinaria, relevante por poner de manifiesto la inhumanidad con que se ha tratado históricamente a la homosexualidad. Ang Lee recordó con esta película las alturas a las que puede llegar su cine intimista, que hasta ese momento seguía incólume tras sus incursiones en los cines espectaculares de China y Estados Unidos.
Juegos secretos (Little Children, Todd Field, 2006)
Aproximadamente a la mitad de Secretos íntimos (Little Children, 2006) hay una escena que funciona bien para dar sentido al recorrido inestable que Todd Field hace de su segundo largometraje como director: durante una oleada de calor que azota un tradicional suburbio estadounidense, un temido pedófilo entra a una alberca atiborrada de menores con snorkel y aletas. Aterrados, los padres de los niños corren al rescate de los bañistas hasta dejar al adulto nadando solo. Cuando la policía llega a retirarlo le grita a la muchedumbre que observa despavorida: «Tan solo me quería refrescar». Acciones poco pensadas y hasta cierto punto inocentes como ésta imprimen en la narrativa espiroidal del film un tono que combina fluidamente el humor con la tragedia; un desequilibrio que sirve a Field para cuestionarse desde un ámbito meramente freudiano cuáles son las consecuencias de no dejar de ser niños en una sociedad en la que nuestros deseos definen lo que somos…
El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, Andrew Dominik, 2007)
Además de ser considerada una fiel adaptación a la novela homónima de Ron Hansen, esta cinta es reconocida por su acertado ajuste a los hechos históricos y por la caracterización realista de sus protagonistas: la leyenda Jesse James y su asesino Robert Ford. Su narrativa acompasada por un ritmo lento y contemplativo permite reflexionar en torno a la atmósfera, el espacio, la música y la impresionante actuación de Cassey Affleck al encarnar a Robert Ford. Es mediante una fotografía impecable, que destaca por su manejo de la luz natural y por la maestría en el uso del espacio natural, que se nos cuenta la historia del asesinato de Jesse James (Brad Pitt) un famoso forajido del Viejo Oeste a manos de un integrante de su banda de ladrones que en algún momento llegó a idolatrarlo: Robert Ford. Escapándose de los lineamientos del género este film logra destacar entre tantos que anteriormente habían tomado a Jesse James como protagonista. Y en otro sentido es una película lenta, atípica del cine estadounidense, donde la morosidad, y la belleza visual, bucólica, de los grandes llanos, diluyen y, al a vez, potencian desde la contención la tradición actoral hollywoodense.
Mi historia sin mí (I’m Not There, Todd Haynes, 2007)
I’m Not There es una ficción biográfica sobre los primeros años de Bob Dylan. Pero para dar una visión más amplia y a la vez más precisa de diversos aspectos del cantautor Todd Haynes lo fragmenta en cinco personajes (interpretados por Cate Blanchett, Christian Bale, Marcus Carl Franklin, Richard Gere y Heath Ledger) filmados con tratamientos y tonos distintos. Así aborda una paradoja de las biografías: que la ficción no puede mentir mientras que la supuesta autodefinición sí. La película es extraordinaria formalmente, pero aún más si se compara con No Direction Home (2005), el documental sobre Dylan de Martin Scorsese. En este último, coincidente en casi todo con I’m Not There, el músico ocupa un lugar predominante contando su historia y así hace patente la construcción de su personaje publico, y en su autoficción, Dylan luce terriblemente falso.
Sólo un sueño (Revolutionary Road, Sam Mendes, 2008)
Estamos en los suburbios ordenados, optimistas, blancos, protestantes y llenos de electrodomésticos del Estados Unidos de los 50. Frank (Leonardo DiCaprio) que logró colocarse en una empresa comercial y comienza su ascenso económico, comenzó su vida como estibador: es el máximo sueño “americano”: un self-made man con una esposa rubia. Y esa situación le parece miserable. April (Kate Winslet), su mujer, quiso ser actriz pero tanto la vida en los suburbios como sus embarazos la bloquean. Asfixiada decide abortar a su segundo bebé. De jóvenes querían irse a París para vivir la bohemia, pero las estructura social y moral estadounidense los detiene. En esta lectura de la novela Revolutionary Road (1961), de Richard Yates, Sam Mendes la prosperidad capitalista se convierte en el instrumento disciplinario más radical: lograr tener una casa bonita y una familia de cartel, ser como los demás, importa más que el propio deseo. Así el sueño “americano” anula todos demás los sueños posibles.
WALL•E (Andrew Stanton, 2008)
WALL•E es un robot que fue creado para recoger basura en un futuro donde los desechos son usados para construir cosas. Vive en su rutina y diariamente vuelve a su hogar donde guarda pequeños tesoros que le parecen especiales. WALL•E es una película para niños, pero también una gran obra de ciencia ficción donde este robot y su coprotagonista, EVA, parecen más humanos que el humano (en especial cuando los humanos que vemos son seres patéticamente gordos e inertes). Esta cinta no es sólo una potente reflexión sobre la enajenación provocada por la tecnología y la autodestrucción del cuerpo del consumo desmedido, sino una historia sobre la rutina, la soledad y la compañía. ¿Será una fábula anticapitalista?
Zona de miedo (The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2008)
Kathryn Bigelow logró una de las películas de guerra más trascendentes y menos moralistas de los últimos años. Zona de miedo (The Hurt Locker, 2008) podría ser la mirada más íntima a las mentes y dilemas de las personas que se encuentran en las líneas de guerra. Basada en el libro de Mark Boal, periodista que narra sus experiencias en la guerra, este thriller, desarrollado en Bagdad, retrata de manera cruda e impactante el dolor de la guerra, poniéndoles rostro a quienes arriesgan sus vidas día con día en las zonas de conflicto y planteando preguntas sobre las que vale la pena pensar, ¿qué sucede en las mentes de quienes viven al borde de la muerte? Pero, aunque ambiguamente, a quizá un poco girada hacia la derecha, la película en un fondo muy superficial es reflexiona sobre la atracción hacia el peligro y hacia la violencia. ¿Qué papel juegan en el militarismo estadounidense?
Los vigilantes (Watchmen, Zack Snyder, 2009)
Watchmen es una película de superhéroes que fallan para rescatr el mundo. En cambio un plan político maquiavélico los usa como chivos expiatorios para una catástrofe global que genera la paz mundial. La película es oscura y un poco amarga y, probablemente, junto con la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan sea lo más alto en el género hasta el momento. Sin embargo, cabe preguntarse si detrás de la aparente crítica o deconstrucción de las películas de superhéroes hay una agenda superconservadora: el mundo se pacifica en los términos del sector más conservador de Estados Unidos. Vencen a los soviéticos, los blancos protestantes dominan la escena política mundial y es más importante ese orden de estabilidad aparente que la personas. Es difícil saber cuál fue la pieza clave para convertir un cómic crítico en una película que tiende a la derecha. ¿Fue DC?, ¿fue Zack Snyder? Pero si juzgamos por 300 (forma sobre fondo, Occidente venciendo a Oriente, conservadurismo político), la respuesta es Snyder. Y pensarlo en tiempos de Trump da escalofríos.
Redacción: Santiago Gómez, Abel Muñoz Hénonin, Ana Laura Pérez Flores y Juanita Porras.
Agradecemos a César Albarrán Torres su asesoría y colaboración en esta serie.
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