Cine estadounidense de los 90 (1/3): Aut

Cine estadounidense de los 90 (1/3): Autores

Por | 6 de octubre de 2017

El club de la pelea (The Fight Club, David Fincher, 1999)

En los 90 el cine estadounidense tuvo otra época de oro sustentada, por un lado, en su propia tradición, y por otro, donde gracias a la influencia del videoclip, que maduró justo en ese periodo, se exploró con cortes excesivamente breves y con las posibilidades materiales de mezclar formatos fílmicos y de video. También, se trató de una época de cinismo sarcástico, quizá influida por la novedad radical en el tono de la comedia y la crítica que inauguraron Los Simpson (The Simpsons, Matt Groening, 1989 a la fecha)

Para iniciar nuestro recorrido por el periodo, comenzamos como siempre por los grandes autores que se consolidaron en la década larga. Por el tamaño inconmensurable del cine de Estados Unidos hemos vuelto a decidir no repetir autores que ya habían aparecido en los recuentos ya publicados como Martin Scorsese, Jim Jarmusch o Spike Lee…

 

Oliver Stone

Asesinos por naturaleza (Natural Born Killers, 1994)

La filmografía de Oliver Stone está radicalmente perforada por una necesidad personal: revelar las sombras que se mueven tras la máscara bienhechora de Estados Unidos, destrozando así su visión chovinista. Cinta tras cinta, Stone critica el comportamiento del gobierno y la sociedad de su país con tanta certeza que es capaz de señalar culpables puntuales. Es acertado suponer que ese propósito personal estuvo fuertemente influenciado por su episodio como soldado durante la guerra de Vietnam, puesto que utilizando el contexto bélico reproduciría el trastorno humano ante el horror de la guerra en su trilogía Pelotón (Platoon, 1986), Nacido el cuatro de julio (Born on Fourth of July, 1988) y Entre el cielo y la tierra (Heaven & Earth, 1993). Simultáneamente realizó cintas biográficas como The Doors (1991) y cintas de corte histórico como JFK (1991), Nixon (1995) y W. (2008) donde desentrañó los verdaderos mecanismos del poder analizando el paso por la presidencia de tres importantes personajes estadounidenses. Estas cintas fueron criticadas por una ligereza histórica de los hechos oficiales, especialmente JFK, puesto que introduce la posibilidad de un complot para asesinar a Kennedy por su reticencia a invadir Cuba. En Asesinos por naturaleza (Natural Born Killers, 1994) su crítica a apunta a la mediatización y frivolización de la violencia, en este caso, además, reforzando su argumento con una mezcla de formatos fílmicos que pasan de 35 a 16mm, de película a video y de color a blanco y negro con toda naturalidad.

 

Clint Eastwood

Los imperdonables (Unforgiven, 1992)

Con una larguísima carrera actoral y unos veinte años en la dirección, a los 62 años el ícono silencioso del western, Clint Eastwood se colocó como una de las figuras autorales más relevantes del cine estadounidense y por lo tanto, del cine mundial. Su estilo no tenía nada de novedoso, de hecho es una apropiación del mejor cine popular de Hollywood: el que cuenta historias emocionantes y profundas haciendo invisible el aparato fílmico. Sin embargo, sus personajes son, generalmente, marginales sin tragedia: ancianos, madres de familia, chicos pobres intentando forjar su American dream. Basta enlistar algunas de su cintas para querer repasar su legado: Los imperdonables (Unforgiven, 1992), Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1994), Jinetes del espacio (Space Cowboys, 2000), Río místico (Mystic River, 2003)… Nadie sabe cuándo llegará a la madurez creativa.

 

Quentin Tarantino

Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992)

Actor, guionista, productor y director, Tarantino ha creado una obra que se nutre de la historia del cine y es un constante ejercicio de intertextualidad. Ya sea a partir de otras películas –Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992), Django sin cadenas (Django Unchained, 2012)–, obras literarias –Jackie Brown: La estafa  (Jackie Brown, 1997), adaptación del libro de Elmore Leonard– o momentos históricos –Bastardos sin gloria (Inglorious Basterds, 2009)–, su cine recupera elementos de distintas fuentes para construir una voz propia. En Perros de reserva ya se vislumbraban algunas de las claves en el cine de Tarantino: la relectura de las convenciones de los géneros cinematográficos –en este caso, con recursos muy claros de neo-noir–; el desenvolvimiento del relato de manera novelística –en capítulos, con revelaciones graduales y saltos en el tiempo que juegan con la cantidad de información con la que cuentan tanto espectador como personajes–; el diálogo prolongado como herramienta de descripción de los personajes; y, los que son posiblemente sus rasgos más identificables: la psicología de banqueta y esa violencia cruda, explosiva y, sin embargo, cuidadosamente escenificada. En Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) llevó esta violencia hasta extremos cómicos e incluso incómodos. Esta película es un buen ejemplo de otro de los ejes de este autor: los extremos dilemas morales por los que atraviesan sus personajes violentos y los códigos de honor que hay incluso entre criminales. Kill Bill (2003-04) es su obra más claramente referencial, una historia de traición y venganza que orquesta recursos de wuxia, kung fu, anime, música pop, diseño sonoro, juegos de cámara y montaje efectistas. En su película de guerra, Bastardos sin gloria, se permite retratar la Segunda Guerra Mundial con toda su visión autoral y los recursos que bien conocemos, mientras logra que el que posiblemente sea su elenco más sólido entregue actuaciones sumamente potentes llevando el texto a todo un nuevo nivel de complejidad emocional –que también se sostiene por las variaciones en los idiomas. En cintas como Jackie Brown y Django sin cadenas, Tarantino lleva su cine a zonas incómodas para la sociedad estadounidense al poner en evidencia la explotación histórica de los negros que caracteriza a Estados Unidos de manera conscientemente controvertida. Tarantino es, sin duda, un provocador.

 

Richard Linklater

Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995)

El cine de Richard Linklater imita la vida tal como él la entiende: su paso lento, sus cuestiones existenciales, sus episodios inconexos y sus finales inconclusos. Su estilo deja a un lado los rigurosos cánones de lo clásico en busca de cierta naturalidad narrativa. Así desarrolla personajes realistas envueltos en tramas sencillas, sin ínfulas de héroes o elegidos. Desde Slacker (1991) imprime uno de los rasgos más característicos de su filmografía, un guion sólido compuesto por largas conversaciones y monólogos. En su trilogía Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y Antes de la medianoche (Before Midnight, 2013), una historia sobre la madurez del amor de creación indudablemente colaborativa, demuestra que es mediante los diálogos que se caracteriza a los personajes con mayor profundidad. Aunque su preocupación por la imagen parece menos potente que su interés por lo narrativo, incursionó en la experimentación visual con Despertando a la vida (Waking Life, 2002), una cinta animada que utiliza la técnica de la rotoscopía, que consiste en reemplazar los fotogramas originales por dibujos animados. Este proceso técnico tenía un propósito narrativo puesto que Linklater buscaba reproducir el universo onírico. Posteriormente, la misma técnica le permitió crear una atmósfera psicótica en Una mirada a la oscuridad (A Scanner Darkly, 2006). Como en sus cintas anteriores, se presentan los diálogos extensos y las discusiones filosóficas sin finales concluyentes, que nos dicen una vez más cómo es la vida para Richard Linklater.

 

Kevin Smith

Clerks (1994)

Kevin Smith es un autor clave para el cine indie de Estados Unidos. Su primer largometraje, Clerks (1994) fue realizado en una tienda donde él trabajaba y con un presupuesto muy limitado (que él mismo consiguió). Filmada en su natal Nueva Jersey, Clerks sienta las bases de sus obsesiones: las relaciones filiales, la comicidad en lo cotidiano y el diálogo como creador de sentido –que podría ser considerado como el gran fuerte de su obra. Ahí narra la historia de dos amigos que, durante una jornada laboral, se encuentran con una serie de personajes diversos y excéntricos. Sin pretensiones, esta película cautivó al público convirtiéndose en un fenómeno de taquilla y un gran éxito en los festivales. Su siguiente película, Mallrats (1995) sigue la línea de la anterior situándose esta vez en un centro comercial donde dos amigos se enfrentan desde la cotidianidad a cuestiones aparentemente superficiales que, sin embargo, trastocan sus formas de ver la vida y el amor. Mi pareja equivocada (Chasing Amy, 1997) vuelve a retratar una pareja de amigos esta vez construyendo un extraño triángulo sexual y detonando el conflicto de uno de ellos al descubrir que la mujer de la que está enamorado es lesbiana. Una cinta que aborda la diversidad sexual de una manera cómica y a la vez muy sincera. No es seguro que el resto de la obra de Smith tenga la relevancia de sus tres primeras películas, pero este terceto tiene un valor indiscutible.

 

David Fincher

Seven (1995)

Ver una película de Fincher y no reflexionar al finalizarla es casi improbable. Desde sus primeros trabajos demostró una habilidad para articular argumentos complejos que recrean miedos, perversiones y los instintos más ocultos del ser humano. Seven (1995), la historia de un asesino serial que interpreta la postura del “justiciero” para cometer atrocidades utilizando como patrón los pecados del título es la mejor muestra de hacia dónde va su búsqueda. Después de probar su habilidad para crear ambientes perturbadores, el director se muestra aún más provocador con El club de la pelea (The Fight Club, 1999), adaptación de la novela homónima de Chuck Palahniuk. En el filme, un vendedor de seguros (Edward Norton) se pone en contradicción con él mismo y su monótona vida de bienestar cuando conoce a su alter ego, Tyler Durden (Brad Pitt), especie de activista contra la modernidad capitalista y sus formas de dominación burocrática, que basa su programa en un club de peleas clandestinas mano a mano. Uno de sus aspectos notables son las imágenes que aparecen por unos segundos a lo largo de la película, sin relación definida con la trama. Posteriormente, con Zodiaco (Zodiac, 2007) continúa en la línea de Seven. En ella un asesino acorrala a los detectives David Toschi (Mark Ruffalo) y Paul Avery (Robert Downey Jr.) a través de enigmáticos mensajes y criptogramas irresolubles. Hasta este momento, los conflictos de suspenso habían sido una constante para Fincher, pero con Red social (The Social Network, 2010) hizo un cambió al describir al creador de Facebook, Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg), a partir del libro The Accidental Billionaires de Ben Mezrich (2009). Aunque la historia retoma el proceso creativo y legal del proyecto, también desmitifica la figura de su fundador para encontrar al nerd antisocial y metódico que propuso una nueva forma de evadir la intimidad en línea. En general, el cine más personal de Fincher se pregunta por los aspectos más sombríos de una sociedad obsesionada con el dinero y que somete a él todos los demás valores. Por otro lado, si bien la formación de este director haciendo spots publicitarios y videos musicales dista del thriller perfeccionista que hoy lo caracteriza, quizá allí aprendió a compaginar su filmografía con un soundtrack memorable. Uno de los ejemplos más notables de esta relación en su obra es la aparición de “Where Is My Mind?”, de Pixies, en El club de la pelea.  

 

Paul Thomas Anderson

Magnolia (1999)

Lo dijimos en este texto donde analizamos los aspectos fundamentales de su obra y lo repetimos aquí: Paul Thomas Anderson es el único cineasta estadounidense relativamente joven que mantiene viva la gran tradición fílmica de su país. En su primer largometraje, Sidney (Sydney/Hard Eight, 1996) pueden vislumbrarse algunos de los recursos que se han consolidado en su carrera posterior: es una historia de dos hombres solitarios que cargan con sus respectivos pasados mientras tratan de lidiar con los problemas del presente. Uno de ellos busca dinero para enterrar a su madre y el otro le enseña a apostar. Desde entonces, el cine de Anderson se ha dedicado a criticar a todo un sistema retratando a personajes marginados como estos, que al intentar incorporarse al contrato social ponen en evidencia sus grietas. En Juegos de placer (Boogie Nights, 1997) retrata a varios trabajadores del porno de los setenta, sus perversiones, sus vulnerabilidades y cómo, desde ahí, buscan insertarse las estructuras de poder de la industria. En Magnolia (1999) parte de la idea de las coincidencias para hablar del peso del pasado y los destinos personales. En Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, 2002), un hombre cuya realidad está completamente dislocada de su entorno encuentra la esperanza en una mujer que lo comprende. El peso de una sociedad con perversiones, de las figuras patriarcales –clarísimas en cintas como Juegos de placer, Magnolia, y The Master: Todo hombre necesita un guía (The Master, 2012)–  y el pasado están presentes como factores determinantes en el presente de cada uno de sus personajes. Sin embargo, en medio del juicio que emite de la sociedad estadounidense, siempre mantiene cierta esperanza. Por otro lado, no podemos dejar de mencionar los experimentos formales que enriquecen sus relatos: desde sus impactantes planos secuencia hasta un diseño sonoro que explota el poder expresivo de la música. Es una especie de autor de la impresionante década de los 70 en pleno siglo XXI.

 

Darren Aronofsky

π: El orden del caos (π1998),

Las dos primeras películas de Darren Aronofsky pueden servir para trazar una línea doble desde la que ha desarrollado su carrera. π: El orden del caos (π1998), una película que utiliza la cábala para desarrollar un thriller que termina siendo una revelación en su sentido más religioso, marcó un punto de encuentro entre la ciencia ficción y la religiosidad que más tarde continuó en La fuente de la vida (The Fountain, 2006) y Noé (Noah, 2014). Por su lado, Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000), una historia sobre adicciones, inauguró una línea dramática sobre los marginados de Estados Unidos, que dio su mejor resultado en la que es indudablemente la obra mayor del director hasta el día de hoy El luchador (The Wrestler, 2008). En sus dos primeras películas, Aronofsky exploró contrastes en el tempo, pasando de largos silenciosos a microfragmentos superacelerados de carácter más poético que narrativo, pero más tarde renunció a la experimentación para realizar obras que se insertan perfectamente al mainstream estadounidense.

 

 

M. Night Shyamalan

El protegido (Unbreakable, 2000)

La obra de M. Night Shyamalan transita entre la fantasía, la ciencia ficción y el suspenso, pero su estrategia más relevante es usar las cargas emocionales de los personajes como elementos decisivos de la historia. Un ejemplo es Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), donde la capacidad del pequeño Cole Sear (Haley Joel Osment) para ver personas que fallecieron de forma violenta tiene en realidad menor importancia que el encuentro entre el niño y su psicólogo, Malcolm Crowe (Bruce Willis), quien ve en sus terapias una forma de hallar el equilibrio perdido desde el suicidio de un paciente anterior. Las películas posteriores, El protegido (Unbreakable, 2000) y Señales (Signs, 2002), coinciden en que los protagonistas sufren traumas personales con los cuales se derrumba su entorno. En el primer filme David Dunn (Bruce Willis), un guardia de seguridad, tras salir ileso de un accidente ferroviario donde todos los demás pasajeros murieron, intenta descubrir su misteriosa resistencia física mientras su vida sentimental está al borde de la ruptura. Por otro lado, Señales ubica a Graham Hess (Mel Gibson), como un pastor que rompe con sus convicciones religiosas tras el fallecimiento de su esposa en un accidente. En medio de este caos interno, aparecen extrañas figuras geométricas en sus maizales que despiertan la inquietud de la llegada de criaturas alienígenas. En la siguiente etapa de Shyamalan, los largometrajes le dieron mayor atención al contexto social y el caos colectivo. La aldea (The Village, 2004) relata la aventura de una joven ciega, Ivy Walker (Bryce Dallas Howard), que cruza las fronteras de su comunidad aislada en busca de medicamentos para su prometido (Joaquin Phoenix), sin embargo, cuando ingresa al bosque que por años ha sido evitado, rompe una tregua con las extrañas criaturas que ponen en riesgo a los aldeanos. En El fin de los tiempos (The Happening, 2008) se recrea la psicosis colectiva que vive Elliot Moore (Mark Wahlberg) cuando se percata que una toxina vegetal ocasiona en los humanos extraños suicidios. Estas dos últimas películas se rodaron después de los atentados terroristas en Estados Unidos y, quizá, sus argumentos sugieren un escenario de vulnerabilidad ante un peligro no identificable. Más adelante, el director continuó con algunos títulos de ciencia ficción y suspenso sobrenatural menos notables, hasta Fragmentado (Split, 2016), donde exploró el interior de la psique humana por medio de Kevin Wendell Crowe (James McAvoy), un hombre con 23 personalidades distintas.

 

Redacción: Mariana I. Miranda, Abel Muñoz Hénonin, Ana Laura Pérez Flores y Juanita Porras.

Agradecemos a César Albarrán Torres su asesoría y colaboración en esta serie.