Cine estadounidense de los 30 (1/3)

Cine estadounidense de los 30 (1/3)

Por | 6 de noviembre de 2018

Bad Girl (Frank Borzage, 1931)

El panorama que inaugura la década de los años treinta del siglo pasado prometía cambios importantes para el cine estadounidense: la incorporación del sonido produjo asombro infinito y grandes producciones llenaban la pantalla con paisajes antes inimaginables. Al mismo tiempo, el ímpetu convulso, optimista y frenético que se apoderó de la nación después del triunfo en la Primera Guerra Mundial se comenzaba a debilitar debido al desencanto producido por la Gran Depresión.

El ánimo de la aventura se contraponía con el auge de la decadencia, lo que se manifestó por medio de un cine bélico enfocado en exaltar virtudes o señalar defectos. Los escenarios urbanos se convirtieron en cuna de la miseria, la enfermedad y la muerte; se busca el amor en tierras lejanas y estalla el ritmo de la música. En estas tendencias contrastantes se debaten impulsos que influirán en el carácter fílmico de la década y en la manera en que la sociedad estadounidense define el papel del cine. Ya se vislumbra un espíritu crítico, al igual que la abrumadora prioridad que Hollywood otorgará al éxito y el asombro sobre el valor estético.

En esta contienda, es claro que hay una parte que ya no tiene futuro: el cine mudo. La aparición del sonido en pocos años obligó a reformular las formas cinematográficas. Las últimas producciones mudas eran testimonio del pasado. El futuro lo encarnaban directores que supieron aprovechar las posibilidades de la incorporación del sonido para expandir el registro temático y estilístico del cine.

Por todos estos motivos, presentamos aquí una selección diversa de una época contradictoria donde el cine no sólo tuvo que abandonar sus viejas formas para atender a los avances de las nuevas técnicas, sino que debió plantearse el lugar que ocuparía en una nación que, después de su primer gran fracaso, empezaba a cuestionarse a sí misma. Ésta es la primera de nuestras tres entregas sobre el periodo.

 

Frank Borzage

El séptimo cielo (Seventh Heaven, 1927) fue un pilar para la carrera de Borzage. En 1928 compitió por la mejor película en la primera premiación de los Óscares. Perdió contra Alas (Wings, 1927), aunque ganó la mejor dirección y se convirtió en el primer director en recibir la estatuilla doradaLa película se trata de dos almas que se encuentran en la miseria pero siguen buscando la felicidad. Esta trama romántica muestra las aspiraciones de una artista del cine mudo en Estados Unidos y su amor ideal mientras una guerra se avecina. 

Con el advenimiento del cine sonoro, el estilo del director se volvió más versátil. La generalita (Filtration Walk, 1931) siguió la moda de los musicales que se aferraban al tema del amor en la guerra. Bad Girl (1931) retrata el cinismo de dos escépticos que no creen en el amor. A la par del auge de su cine, la Generación Perdida escribía en tintes semejantes. Borzage se acerca a las actitudes de este círculo literario por la intensidad con que retrata las emociones y la fascinación por la miseria. Debido a esta afinidad, Fitzgerald colaboró como guionista en Tres camaradas (Three Comrades, 1938), que cuenta un historia por demás cruenta: tres soldados alemanes se enamoran de una mujer enferma de tuberculosis. Ernest Hemingway también fue adaptado por el director en Adiós a las armas (Farewell to Arms, 1932).

 

In Old Arizona (Irving Cummings, 1927)

Esta película fue el primer western que incorporó sonido y el primer talkie –nombre que designaba en esa época a las novedosas películas sonoras– que se filmó en exteriores. Los poderosos paisajes de la cinta recuperan el sentido de lo inconmensurable que acompaña al Viejo Oeste y lo convierten en un escenario ideal para la disputa entre tres personajes pintorescos. La trama sigue los pasos de Cisco Kid (Warner Baxter), un ladrón sentimental que después de asaltar una diligencia intenta viajar a Portugal con su amante, Tonia María (Dorothy Burgess). En su camino se interpone el sargento Mickey Dunn (Edmund Lowe), a quien sus superiores comisionaron la captura de Cisco Kid. Se desencadena así una historia de hipocresía y desencanto, donde el bandido, aunque actúa fuera de la ley, es el único que permanece fiel a un ideal de libertad, lealtad y felicidad. Esta figura, casi arquetípica, alimentó buena parte del imaginario de los westerns que estaban por venir.

 

Alas (Wings, William A. Wellman, 1928)

Dos jóvenes se enlistan para pelear en la Primera Guerra Mundial. Ambos se convierten en prodigios de aviación y la competencia que una mujer despierta entre ellos eventualmente se convierte en un fuerte lazo de amistad. Así, la trama exalta el compañerismo, el valor y el patriotismo de los soldados. Alas fue una película tan arriesgada en el aspecto técnico que tan solo unos años más tarde Howard Hughes intentó reproducir acrobacias semejantes en Los ángeles del infierno (Hell’s Angels, 1930), resultando en la muerte de tres pilotos. Además de presentar complejos combates aéreos, esta cinta recurre a ágiles movimientos de cámara en las escenas más convencionales: una obligada referencia para el cine bélico posterior.

 

¡Aleluya! (Hallelujah!King Vidor, 1929)

Hallelujah! cuenta la historia de una familia de afroamericanos que trabaja recolectando algodón en una plantación. Zeke (Daniel L. Haynes), el hijo mayor, entra en contacto con una apostadora de nombre Chick (Nina Mae Mckinney) y su secuaz Hot Shot (William E. Fountaine), quienes lo estafan. Después, Zeke se hace predicador, cae en el pecado, asesina y finalmente regresa con su familia.

King Vidor adopta los prejuicios tradicionales de Hollywood. Los afroamericanos de su película son estereotipados: infantiles, supersticiosos, ingenuos y criminales. No se plantean, ni remotamente, los problemas de la segregación en una película en la que se recoge algodón cantando y bailando.

Cabe mencionar que, con la llegada del sonido, los musicales se popularizaron. El público norteamericano se precipitó a escuchar los filmes cantados para maravillarse ante la coincidencia de las palabras y los movimientos de los labios de los intérpretes.

Vidor, además de contar con las composiciones de Irving Berlin, recurrió a auténticos músicos afroamericanos que trabajaban fuera de la industria cinematográfica. La riqueza de la cultura musical afroamericana, que por aquel entonces había consolidado el jazz, impulsaba el blues y el gospel y prefiguraba el rocanrol, elevó la calidad y la fuerza de los números musicales de Hallelujah! Junto con esto, la película empleó una técnica innovadora que permitía mezclar el sonido grabado en locación con el sonido grabado en el estudio. Estas características permitieron que la música se presentara como un recurso con el ímpetu suficiente para guiar el desarrollo de un filme. Las bases para el auge del musical quedaron así establecidas.  

 

John Ford

Al comienzo de la década de los treinta, a pesar de su corta edad, John Ford tenía en su haber los créditos de un veterano. Había actuado en más de diez películas y había dirigido casi setenta. Su inagotable capacidad de trabajo lo mantenía en un continuo estado creativo. No es extraño entonces que haya sido uno de los primeros directores en apropiarse del sonido. Aunque su primera película completamente sonora, The Black Watch (1929), es un tratamiento trivial de temas estereotipados, no pasó mucho tiempo para que el sonido se integrara a la maestría profusa del director.

Su estilo destaca por la eficacia narrativa, la cual le permitió navegar por géneros disímiles con resultados positivos, muchas veces geniales. En El delator (The Informer, 1935), adaptación de la novela homónima del célebre escritor irlandés Liam O’Flaherty, Ford retrata el drama interior de un exmiembro del Ejercito Republicano Irlandés, Gypo Nolan (Victor McLaglen), quien traiciona a un compañero por veinte libras. Los encuadres sobrios se alían con actuaciones bien enfocadas, donde cada gesto y matiz contribuye a definir el carácter del personaje al mismo tiempo que desarrolla la acción narrativa. Nada sobra. Ni los sentimientos son exceso ni la expresividad visual es artificio. Los diálogos certeros y bien estructurados permiten sostener la tensión dramática y favorecen un montaje sucinto, lo cual otorga prioridad a la lógica narrativa sobre la lógica visual pura. Así, la presencia del sonido se integra orgánicamente con la imagen.

En Young Mr. Lincoln (1939) Ford mezcla la biografía y el drama legal de manera brillante. La personalidad de Abraham Lincoln (Henry Fonda), que se retrata en la primera mitad de la película mediante episodios aislados el nacimiento de su interés por el derecho, su amor trágico hacia Anne Rutledge, su cercanía a los valores del individuo común, es el motor que sostiene la segunda mitad, donde el futuro presidente de Estados Unidos funge de abogado defensor en el juicio de dos campesinos falsamente acusados de asesinato. El estilo versátil de Ford sirve tanto para expresar la formación interna de Lincoln, como para poner en juego las pasiones que se dirimen en la arena objetiva de un tribunal.

La completa integración entre acción interior y exterior acontece en La diligencia (Stagecoach, 1939), donde un grupo variopinto de personajes intenta llegar a la ciudad donde les aguarda la resolución de sus destinos. Su vida está en peligro, pues corren el riesgo de ser capturados por los apaches en el trayecto. Sus motivos individuales se entrelazan en un viaje de dimensiones épicas. La secuencia de persecución de este filme es tan emblemática porque, además de ser un tour de force por cuenta propia, pone en vilo la resolución de los conflictos individuales. El drama personal es así indisociable de la acción pura. Esta conjugación da lugar a un realismo total cuya fuerza narrativa es equiparable a la de Dickens o Tolstói.

 

Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, Lewis Milestone, 1930)

Basada en la novela homónima de Erich M. Remarque, esta cinta narra la travesía de siete jóvenes alemanes que abandonan el colegio, llenos de fervor patriótico, para combatir por su país en la Primera Guerra Mundial. El entusiasmo que los motiva desaparece rápidamente al verse envueltos en el horror de la guerra y experimentar la crudeza de la vida en las trincheras.

La cinta fue un éxito comercial debido a que, lejos de dejarse seducir por el aspecto romántico y ofrecer una visión idealizada de los campos de batalla, Lewis Milestone introdujo claramente una postura pacifista –la guerra es el infierno para ambos bandos– sin acercarse en lo más mínimo al panfleto propagandístico. Tal fue el impacto de su mensaje antibélico, que la película fue prohibida durante muchos años en Alemania, Francia y Austria por temor a que desmoralizara a sus fuerzas armadas.

 

Max y Dave Fleischer

El cine de animación de los hermanos Fleischer recurre a atmósferas enrarecidas y personajes idiosincráticos para jugar con motivos, gestos y situaciones. El resultado son filmes donde la improvisación, la sorna y lo macabro se valen de una expresividad casi surreal para dar cuenta de las posibilidades creativas de la animación. La libertad con la que se tratan temas maduros fue una apuesta que sirvió de contrapeso a las edulcoradas tramas de Disney. Así, los hermanos Fleischer legaron a la animación norteamericana la posibilidad de extender el registro temático y estilístico en direcciones menos convencionales.

Popeye el marino (Popeye the Sailor, 1933-43)  surge como un spin-off de las tiras cómicas de Timble Theater creadas por Elzie Crisler Seagar. Los hermanos Fleischer vieron el potencial cinematográfico de un personaje secundario: el marinero adicto a las espinacas, con las cuales cobra una fuerza extraordinaria y pelea con Brutus por una chica, Olivia. Popeye es un ejemplo temprano de esa forma de masculinidad que viaja de la fragilidad a la fuerza y la decisión, para salvar a una princesa, un arquetipo ahora muy cuestionado, pero fundamental para entender la historia de las mentalidades que cruza las imágenes en movimiento fabricadas en Estados Unidos.

Betty Boop (1932-1939) fue una serie que aprovechó el cine sonoro para hacer números musicales con una estética oscura y bizarra que adopta el jazz de la época, junto con el concepto de la chica flapper, con el vestido escotado y la liga de pierna visible, símbolo de su atractivo sexual. Además, la caricatura fue inspirada por Helen Kane, cuya carrera musical fue el apogeo del jazz de los veinte.

Uno de los cortometrajes más famosos de Betty Boop, St. James Infirmary (1933), es una sátira de Blancanieves donde Koko el Payaso tiene un número musical con la voz de Cab Calloway, mientras la madrastra lo convierte en un fantasma. Un secuencia tétrica que hace buen uso de la elasticidad propia de las caricaturas: los hermanos Fleischer crearon inintencionalmente un video musical.

 

Tabú (Tabu: A Story of the South Seas, F.W. Murnau, 1930)

La historia se sitúa en la isla Bora-Bora, un paraíso en medio del Pacífico. El idilio de Matahi (Matahi) y Reri (Anne Chevalier), dos jóvenes enamorados, se frustra cuando la tradición divina la designa como doncella sagrada, por lo que debe dejar su hogar para confinarse en una isla lejana. Así, Reri es convertida en tabú, es decir, queda prohibida a todo hombre bajo pena de muerte. No obstante, la voluntad de los amantes los lleva a luchar en contra de la tradición.

Originalmente, el filme era un proyecto de Robert Flaherty, quien en los créditos aparece como guionista y coproductor. Flaherty, fiel a su concepto, quería construir una historia que mostrara a los tahitianos como un ojo etnográfico, cosa que nunca terminó de convencer a sus productores. Murnau, en cambio, no se limitó a observar costumbres nativas y registrarlas con minuciosidad científica. Él era ante todo un artista y se había determinado a representar, con un dejo de nostalgia, la historia de un amor prohibido que desafía incluso al designio divino. Tabú no sólo fue la última gran película del cine silente, sino que también significó el final de la carrera de Murnau, quien murió en un accidente automovilístico una semana antes del estreno.

Aquí puedes leer la segunda parte de esta lista.

Redacción: Diego Pacheco Illescas, quien dirigió la investigación, Octavio Rivera Ramírez y Abraham Villa Figueroa, quien coordinó las revisiones.

Agradecemos a Carlos Rodríguez su asesoría en esta serie.