Apu y la Nueva Inquisición
Por Abel Muñoz Hénonin | 20 de noviembre de 2018
Sección: Opinión
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Si bien muy poco de lo que pasa en Los Simpson sigue teniendo interés, a finales de octubre en el mundo anglosajón hubo una avalancha de tweets e información, mayormente oportunista y falsa, anunciando la desaparición de Apu porque es “ofensivo” para la “comunidad indoamericana”.[1] Aunque nadie vea ya la serie, y aunque estemos ante mentiras que buscan atraer audiencias o ante declaraciones tramposas, es de agradecer que, al menos hasta donde sabemos, Apu vaya a seguir atendiendo el Kwik-E-Mart. Desaparecerlo equivaldría a darle un nihil obstat a la serie para mantenerla fuera del Index librorum, es decir, sería una práctica inquisitoria.
Apu es moreno, tiene un acento raro y caricaturesco y trabaja de dependiente. Además es un migrante. ¿Era una de las piezas que estaban en Los Simpson (The Simpsons, Matt Groening, 1989 a la fecha) para molestar rednecks? Ya no importa porque ahora ofende a quien se deje ofender. Lo curioso es que nadie se tomaría en serio a un grupo de personas que encontraran ofensivo al personaje más grotesco de toda la serie, o sea, a Homero, seguramente porque esas personas serían votantes de Trump, tan gordos, desconsiderados y protestantes como él –me refiero a Homero–; sólo se diferenciarían en que serían blancos en vez de amarillos –me sigo refiriendo a Homero. ¿Está bien ofender a algunos nada más?, ¿sólo al heteropatriarcado?[2]
Hay mucho que hacer para buscar la igualdad y sin duda somos los más privilegiados, los hombres heterosexuales –y aún más los blancos, gordos, desconsiderados y protestantes– quienes tenemos que perder, que seguir perdiendo, preponderancia. Sólo que en el presente existe la tentación de lanzar cacerías de brujas –ahora mayormente brujos– desde el smartphone, siempre a la mano. Y las cacerías de brujas, ante las que no valen argumentos ni hechos, conllevan el riesgo de terminar en hogueras.
Uno de los signos de nuestros tiempos es la aparición una especie de Nueva Inquisición. Sus hogueras son escándalos mediáticos o chismes en los que se condena personas sin un juicio que no sea la acusación misma y donde la réplica suele considerarse una confesión y no una defensa legítima. En consecuencia da miedo tocar algunos temas. Y hay un punto en el que es inútil intentar exponer un punto de vista “herético”,[3] es decir, fuera de alguno de los dogmas de la Nueva Inquisición porque como las acusaciones vienen de retóricas del trauma se asume que sólo quien las sufre y nadie más puede entenderlas,[4] por lo que la empatía sólo es deseable cuando se dirige a mí, y yo, en cambio, puedo excusarme de sentirla hacia algunos. Una empatía compleja, en cambio, expulsa del solipsismo del trauma y de las posturas de poder o de superioridad moral que lo acompañan. Si la empatía es excusable, optativa, no hay modo de hacer comunidad, porque las comunidades nos obligan a negociar e incluso a declinar parte de nuestras certezas y valores por un bien mayor.
En este contexto ocurre una ironía: los estereotipos resultan deseables porque nos obligan a ver lo que no queremos ver. Quienes los hemos cuestionado probablemente no habíamos visto la paradoja que conllevan: son un cliché, un aplanamiento que sustituye a una comunidad por un rasgo que la representa y la falsifica a la par, pero por eso siempre son un campo de disputa, un ámbito de discusión y de redefinición. No hay estereotipo que no tenga implícita la crítica que lo desmonta. Y esa crítica permite no sólo empatizar con el otro (con los inmigrantes bengalíes a través de Apu; con los padres de familia gordos, torpes y protestantes, los gringos promedio, a través de Homero…) sino establecer relaciones con entes sensibles y, quizás, conocer a quienes piensan distinto que nosotros y podrían tener razones válidas y valiosas que nos contraríen.
Hay necios con quienes no se puede entablar conversación y los seguirá habiendo, como seguirá habiendo cocodrilos destrozando ñúes en África –a menos que extingamos a los cocodrilos o a los ñúes– y como seguirá habiendo catástrofes que nos recordarán que somos un bichito insignificante con deseos de grandeza. Porque hay necios y hay Mal, humano e inhumano, no podemos darnos el lujo de nosotros ser los necios que quitemos a Apu ni a una personalidad acusada de lo que sea sin que haya sido juzgada –lo reitero y subrayo para que no haya dudas, porque yo también tengo miedo de hablar: sin que haya sido juzgada– sólo porque nos molestan o porque el Mal nos inquieta. Que yo recuerde, a quienes les encantaba desaparecer las representaciones que les desagradaban eran a la Inquisición, a los iconoclastas, a los nazis, a los estalinistas y similares, y nada justifica que comencemos a parecernos a ellos ni siquiera por agendas justas. Al final lo que estaríamos borrando o intentando tapar sería nuestra capacidad de ver el Mal e inquietarnos por él, e irónicamente también, nuestra capacidad de ver al otro. En un caso hipotético y desmesurado, unos Simpson sin Apu pronto irían desapareciendo a todos los personajes molestos y terminarían estando habitados sólo por anglosajones protestantes. Ese podría ser el espejo distópico de las indignaciones: cómo por querer un mundo a la medida se terminaría fortaleciendo un mundo opresor: la segunda paradoja de desaparecer los estereotipos sería que al dejar de deliberar sobre lo problemático nos despoliticemos pensando que estamos hiperpolitizados y favorezcamos a quienes ya dominan y no quieren perder su lugar en el poder. Y esto ya no es una distopía sino una parte muy siniestra del presente: así ganaron Bolsonaro y Trump.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Estudia el doctorado en Filosofía, Arte y Pensamiento Social en la Escuela Europea de Postgraduados. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel
[1] Para explorar la controversia a detalle puede leerse: “‘The Simpsons’: A Simple Solution to the Problem with Apu”.
[2] Por cierto, ¿qué no heteropatriarcado es una tautología?
[3] Sin dar todos los pasos intermedios, digamos que hereje deriva del griego αἱρετικός [hairetikós], quien elige.
[4] El concepto y la explicación son de Achille Mbembe. Mbembe tiene una segunda definición útil, la de trauma: «lo que es mío y no puede ser compartido». Comentarios finales a la ponencia “What Kind of Institutions Do We Need at Present?” impartida en conjunto por Sarah Nuttall y Achille Mbembe en la sesión octubre 2018 de la Escuela Europea de Postgraduados, Biblioteca Nacional de Malta, La Valeta, 20 de octubre de 2018.
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