Game of Thrones, 7ª temporada
Por Abel Muñoz Hénonin | 29 de agosto de 2017
Este texto tiene muchísimos spoilers. Ponemos la advertencia porque ustedes, lectores, merecen el respeto que Game of Thrones dejó de merecernos.
I. La temporada
Pensémoslo así: Jon Snow nunca resucitó. Lo que queda de él es una cáscara. Ni siquiera su participación más notable de la temporada, cuando se rebela ante Daenerys y le dice «No necesito su permiso: soy un rey» lo salva de ser un juguete de acción, un ente sin psique que sólo está ahí para acometer actos, mayormente torpes, cuyos únicos fines son generar emociones y hacer que la trama avance. Adiós a su nobleza, su humanidad y su rectitud. O casi. El único momento en que aparece su antiguo yo es cuando sostiene ante Cersei Lannister que no puede hacer promesas que no va a cumplir. Jon Snow volvió de la muerte vacío. Y como si la serie hubiera muerto y resucitado con él, en general, se ha convertido en un teatro de muñecos de trapo. Varys, Arya –esa tía solterona y amargada en el cuerpo de una adolescente–, Jamie Lannister, Davos y sobre todo Tyrion Lannister –el personaje con personalidad más única y marcada hasta hace poco– perdieron su rasgos.
Cuando parecía que Jon había resucitado creímos que la serie, después de ser una tragedia, se había convertido en una épica. Pero no. Si Jon ha probado algo después de su resurrección es una idiotez inconmensurable. Es un personaje tan incapaz de razonar que se lanza como imbécil, no importa si contra los ejércitos de los Bolton o contra cientos de miles de white walkers. ¿Dónde quedó el líder, dónde el soldado reflexivo, dónde el escuincle que no sabía nada? Antes de su muerte. Lo que reanimó Melisandre, sin duda, es un zombi. Y como él es el eje de la serie lo que ha quedado es una gran historia de zombis contra zombis. Zombis buenos con cuerpos humanos contra zombis malos ya sea azules o medio podridos. A fin de cuentas, creaturas que actúan más o menos porque sí.
Con todo lo que se escribe alrededor de cada episodio no estoy diciendo nada nuevo. Si acaso le estoy dando una forma metafórica. Ya se ha dicho que los personajes siguen ahí sólo para que la trama gire, que lo que sucede es ilógico dentro de la propia premisa de una serie con zombis de hielo, dragones y frankensteins, que los eventos se han apelmazado por recortar la temporada y que ahora los efectos son más interesantes que los personajes. Todo esto es cierto, pero el problema está en otra parte. Es muy triste pero era previsible: los showrunners, David Benioff (Nueva York, 1970) y D. B. Weiss (Chicago, 1971), nunca estuvieron a la altura de su propio proyecto.
Game of Thrones (2011 a la fecha) durante cinco temporadas fue un proyecto intelectual y un fenómeno pop a la vez. Todos sabemos que su médula está en Canción de hielo y fuego (1996 a la fecha), la “saga” literaria de George R. R. Martin (Bayonne, Nueva Jersey, 1948), y que, si bien, su forma escrita cercana tanto al manual como al guion televisivo no corresponde a los estándares de la Ilustración ni los valores del Arte, está sustentada en largas reflexiones sobre el carácter de los personajes, el azar de los sucesos, el poder y la justicia, la venganza, los límites de la causalidad y la historia del último periodo de la edad media. Sin la mente cultivada, reflexiva e irónica de Martin, Benioff y Weiss se quedaron con los pobres recursos que aprendieron estudiando esa engañosa carrera llamada Escritura Creativa donde sólo parece que se enseñan estándares procedimentales: giros de tuerca y rescates de últimos minuto. Haber egresado de esa carrera no hace a nadie forzosamente sumiso a ningún canon, pero tampoco hace a nadie, precisamente, creativo. Ningún oso o dragón zombi, ningún proyecto adaptado, ni tampoco una cantidad de recursos de producción y postproducción inauditos para una serie de televisión pueden suplir la falta de ideas. Y si los líderes de un proyecto no las tienen es improbable que dejen que surjan en el equipo de guionistas o que siquiera las sepan ver y aprovechar. Si a alguien le queda alguna duda sobre la falta de imaginación de todo el equipo creativo sólo piense en este diálogo entre Jon y Beric Dondarrion:
—[Daenerys] es nuestra última esperanza.
—No. Hay otra.
Cuando ya no tienes argumentos cita El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back, Lucasfilms, 1980). Es la salida más económica y parece un culteranismo pop. Por si eso no fuera suficiente avisa, en boca de Cersei, que la batalla final o una de las batallas finales de la próxima temporada va a ser una réplica de la Batalla de los Campos de Pelennor, con elefantes y todo. Bravo. También El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, Peter Jackson, 2001-03) cabe.
Y sin embargo, como siempre pasa en el cine pop hay algo más allá de las intenciones de los autores que deja entrever el contexto de la filmación. Es momento de hablar por fin de Daenerys Targaryen, el personaje que quiso ser el principal de la serie y fue sólo chocante. Probablemente porque recayó en Emilia Clarke, quien tiene un registro actoral tan extenso como una uña de gato.
Daenerys de la Tormenta, Rompedora de Cadenas, Madre de los Dragones y Legítima Heredera del Trono de Poniente [Westeros] es la viva imagen de la obsesión por el poder. Ensoberbecida por la adoración que se ganó en el continente oriental de Essos al liberar a los oprimidos en la Bahía de los Esclavos asume que la gente de Poniente la adorará sólo por tratarse de una supuesta heredera legítima a la que nadie ha visto y que gobierna en tierra extraña, aunque sea la tierra en la que nació, como les sucede a los hijos de los migrantes. Convencida de que su visión del mundo debe primar por ser la más justa es capaz de acometer injusticias, por ejemplo, quemar un batallón entero de un ejército —en la que probablemente sea la secuencia más espectacular de la serie, cuando Drogon destruye toda una columna de Lannister y Tarly. Es la cabeza de una invasión a un territorio ajeno para demostrar a través del poder militar sus principios morales. A fin de cuentas el mejor retrato del militarismo orgulloso y prepotente de Occidente, en particular de Estados Unidos. ¿Quién pudo pasar de largo su melena rubio platino? ¿Quién que uno de sus objetivos sea defender un muro que no puede mantenerse en pie?
II. Los episodios 1 y 7
A)
El hecho de que Jon Snow sea Aegon Targaryen, Legítimo Legítimo Heredero al Trono de Poniente y sobrino de Daenerys, es uno de los puntos menos interesantes de toda la serie. Se trata de un asunto de una previsibilidad tan espantosa que no hubo modo de hacerlo emocionante más que dejándolo en suspenso toda la temporada. Y ya. No hay nada más que decir. Es otro giro de tuerca.
Tal vez valga la pena hablar del Rey de la Noche montando un dragón zombi y destruyendo el muro. Eso sí que fue emocionante y terrible. El invierno, la señal que los walkers esperaban, por fin se extendió por Poniente y la guerra definitiva va a comenzar. Por lo menos eso hace que den ganas de ver una última temporada que no estará envenenada con sorpresas imprevisibles sino con vuelcos en la trama. De aquí se puede sacar una conclusión parcial: una serie no debería de analizarse por temporadas, porque va cambiando. El resultado final es la serie entera y el único modo de no hacer análisis provisionales o tentativos es estudiar el proyecto entero. Nadie presenta la crítica de media novela o de un movimiento de un concierto que tiene cinco. Pero los medios necesitamos lectores. Quizá habría que replantear toda la idea de crítica de series.
B)
La temporada empieza cuando Arya, con el rostro de Walder Frey, asesina a sus decenas de hijos. Arya, alguien sin rostro, es la justicia, hasta que decide volver a ser una Stark y termina siendo una simple verdugo, que ejecuta una sentencia de su hermana Sansa. Si su acto, a pesar de ser bárbaro, no está injustificado es porque resulta de un juicio y sobre todo de la meditación de Sansa, personaje trágico, que tras haber sufrido ha aprendido y crecido y actúa conforme a derecho, eso sí, de acuerdo con el canon medieval de la serie. Sansa es lo que Daenerys debió haber sido.
De cualquier modo, el personaje más interesante de toda la serie ahora es Cersei Lannister, que por suerte, tiene sustento en una actriz notable, Lena Headey, quien ha logrado mantener un personaje interesante: una madre-viuda endurecida por el dolor de haber perdido a todos sus hijos y obsesionada con que su familia no desaparezca. Desde que Cersei fue condenada por el Gorrión Supremo y sobre todo perdonada mediante una penitencia vergonzosa ha quedado más que claro que es un personaje trágico. Aferrada al poder, al dinero y al renombre, es decir, aferrada a ilusiones, es el personaje que mejor evidencia que el juego de los tronos, ese que según ella si no se gana lleva a la muerte, es un juego de espejos. Su fragilidad es la de todos los reyes que disputan o disputaban la corona y la de toda la gente con poder: el autoengaño de que lo efímero no lo es porque uno, vanamente, está convencido de que su persona y su investidura son una cosa y no un cuerpo y una efigie que se tocan por un periodo, largo o corto, para distanciarse para siempre.
Cersei es Game of Thrones.
III. HBO Go
Millones de personas experimentamos el fracaso de HBO Go, un fracaso debido al éxito de Game of Thrones. Aunque en el momento de escribir este texto todavía no se tienen los datos definitivos de audiencia sólo pensemos en que cada episodio de la temporada fue visto en unos 30.6 millones de aparatos en distintas plataformas legales más o menos de manera simultánea. Más allá de la frustración compartida, ¿algún servicio de streaming estaba listo para esto? Yo añoré la eficiencia de la piratería, pero pensándolo objetivamente no había precedentes para lo sucedido. Me quedo con una sospecha: ¿será que esta serie es el fenómeno pop más importante de las imágenes en movimiento después de La guerra de las galaxias (Star Wars, Lucasfilms, 1977 a la fecha)?
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine y en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel
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