Acapulco Shore
Por Jeremy Ocelotl | 27 de junio de 2017
Sección: Crítica
© MTV / Litopos Producciones
Televisión basura, telenovela millennial, confirmación de la debacle de MTV… Todas estas etiquetas pueden fácilmente adjudicársele a Acapulco Shore, el más reciente fenómeno televisivo de la otrora cadena de videos musicales. Y sin embargo este reality show es mucho más, pues al tiempo que sirve como una radiografía social del país por las representaciones sociales nada sutiles que hace de ciertos sectores de la población mexicana, ha expandido su influencia más allá de la plataforma televisiva donde se gestó.
Heredero ideológico del reality show Jersey Shore (SallyAnn Salsano, 2009-12), Acapulco Shore (Litopos Producciones, 2014 a la fecha) sigue la premisa básica del programa al pie de la letra: un grupo de jóvenes son invitados a pasar un verano de vacaciones todo pagadas en una residencia de alguna playa, con todo lo necesario para la fiesta, dónde vivirán un sinfín de excesos etílicos y sexuales para el beneplácito de la audiencia. Pero la versión nacional de un reality show que ha sido replicado en países como España, Inglaterra y Polonia destaca por el hecho de que también se nutre sin empacho alguno del racismo, clasismo y machismo rampantes dentro de nuestro país, glorificándolos en la mayoría de los casos.
Las implicaciones simbólicas del programa que actualmente se encuentra en su cuarta temporada son muchas, comenzando por su localización. Resulta demasiado sospechoso/conveniente que la acción se sitúe (por lo menos en sus primeras tres temporadas) en el puerto de Acapulco, no sólo por la prominencia turística que ha perdido ante destinos como Cancún o Puerto Vallarta, sino por tratarse de uno de los municipios más asediados por la violencia, el narcotráfico y el tráfico sexual en el país. Así, el programa obvia todos estos elementos y el retrato que se hace del famoso puerto se acerca más al anacrónico y paradisíaco destino del que cantaba Frank Sinatra en “Come Fly With Me”, con casas, hoteles y bares de lujo, fiesta sin fin, hermosas playas, mujeres despampanantes, hombres en exceso masculinos y machos, y dinero de sobra para mantener ese estilo de vida, en una especie de promocional turístico extendido.
Por supuesto, la artificiosa naturaleza de la realidad representada dentro del programa se expande hacia todos los elementos que la componen. Comenzando por el hecho de que sus integrantes se apegan de manera peligrosa al estándar de belleza occidental, todos ellos más cercanos al espectro de tez blanca que a una piel morena; las mujeres con delgados y tonificados cuerpos, además de enormes senos y traseros (producto de la cirugía plástica en la mayoría de los casos), mientras los hombres son altos, “mamados”, y con rasgos faciales inequívocamente masculinos. Esto resulta preocupante no sólo porque promueve un ideal de belleza hegemónico que se aleja de los rasgos físicos de una gran parte de la población nacional, sino que denota un racismo interiorizado en la concepción de belleza por parte de los productores y partícipes del programa. Asimismo sobresale cuando se compara con los físicos de los integrantes de otros Shores, por ejemplo Snooki de Jersey Shore quien era bajita, además de gordita, y que logró ser una de las estrellas del programa. O las integrantes de Geordie Shore (Lime Pictures, 2011 a la fecha), que si bien también cuentan con una gran cantidad de cirugías, distan mucho de tener las espigadas figuras de las mujeres de Acapulco Shore. Por otro lado, si bien en su última temporada el reality show contó con un integrante netamente moreno llamado Tony, el mismo se vio acosado por sus compañeros mediante insultos y peyorativos, como “lanchero”, o “chacal”. Cosa que resulta impensable que pasara en Geordie Shore con un integrante como Nathan, el único negro entre ingleses estereotípicamente blancos.
Al mismo tiempo el clasismo se hace presente y es puesto en práctica de manera indiscriminada por sus integrantes en cada uno de los episodios, quienes no dudan en utilizar palabras como “gata/o”, “criada”, “reggaetonero” o “asalariado” para insultarse ya sea entre ellos mismos, o a las personas con quienes interactúan fuera de la casa, cuando van a fiestas o antros. No solo hay un nada disimulado desprecio por las clases bajas, sino que se establece esta dicotomía “belleza”/estatus económico de manera tácita, que refuerza estereotipos donde para ser una persona “exitosa” o con cierto poder adquisitivo se debe ser poseedor de características físicas específicas. Así los integrantes del reality show se encuentran muy cercanos a las lobukis y mirreyes mexicanos –incluso uno de ellos se autodenomina de esta manera. Y cuando se analiza el conjunto de las actitudes, la configuración estética y el lugar donde se encuentran, no es difícil pensar en estandartes del mirreynato como Luis Miguel (a quien constantemente mencionan) o Roberto Palazuelos. Pero el clasismo no es solamente hacia fuera, dentro del propio programa podemos encontrar un sistema de castas, donde un grupo de miembros forma parte del “consejo”, en el cual se encuentran los autodenominados más bellos y ricos de la casa, quienes ejercen presión en la toma de decisiones y han llegado a expulsar a miembros del reality show por el simple hecho de despreciarlos o no encajar con su estilo de vida.
© MTV / Litopos Producciones
Para rematar, es necesario hablar del sexismo tan arcaico y detractor de la liberación sexual que promueve. No solo es el hecho de que los hombres de la casa se refieran a las mujeres como «putas», sino que las propias mujeres utilicen este vocablo tan agresivo, para autodefinirse o para atacar a compañeras o extrañas, de quienes se sienten celosas por estar cerca de “sus hombres”. En cualquiera de los dos casos resulta más que cuestionable la utilización del vocablo para calificar a su propio género, debido a la connotación negativa que lleva, y solo refuerza la idea de que el sexo casual aún es visto como un rasgo negativo en el género femenino, mientras que es celebrado y funciona como reforzador de masculinidad entre los hombres de la casa. A esto hay que sumarle la más que dudosa representación de la diversidad sexual dentro de la casa, pues Karime, la única integrante abiertamente bisexual del programa, se acerca más a la fantasía machista de una mujer que mantiene tríos con “su hombre” (Potro) y otras mujeres para complacerlo. Basta con ver un episodio del programa para darse cuenta que sería imposible que Potro tuviera un trío con otro hombre y Karime. Y mientras que versiones del reality show como Geordie Shore cuentan con integrantes masculinos abiertamente homosexuales, en la versión nacional hombres y mujeres utilizan la palabra «puto» como insulto ante la frágil masculinidad machista de sus integrantes; al tiempo que acosan a su compañero Christian para que admita ser gay por el simple hecho de no encajar en sus parámetros de masculinidad.
Todos estos elementos se conjuntan en un programa que muy fácilmente podría volverse repetitivo, pero que se apoya en una estructura narrativa y dramática que retoma los elementos más efectivos del melodrama televisivo clásico, para que su fórmula no se agote tan rápidamente y mantener regresando al espectador con cada nuevo episodio. Si bien el programa se deja ver fácilmente, pues uno puede encender el televisor en cualquier momento y encontrar gente embriagándose, teniendo peleas, aventándose bebidas alcohólicas en la cara, o incluso manteniendo relaciones sexuales; también existen conflictos dentro del show que se alargan por varios episodios. El programa satisface al mismo tiempo al espectador casual que sólo busca saciar su morbo o una distracción, y a su audiencia cautiva que busca saber el desenlace de los conflictos que van surgiendo entre los integrantes de la casa.
Para esto el programa ha establecido de manera muy clara distinciones entre sus integrantes, dividiéndolos en protagonistas y secundarios. Entre los protagonistas encontramos las duplas Mane/Jawy y Karime/Potro, todos ellos amigos entre sí, además de ser los más clasistas y racistas dentro del programa, ser las parejas románticas por antonomasia del show, y tratarse de los cuatro miembros que han aparecido en todas las temporadas del programa. El resto de los miembros del reality show (que pueden haber aparecido en una o más temporadas) orbitan alrededor de ellos, su toma de decisiones, los conflictos que se suscitan a partir de las mismas, pero no son indispensables para los arcos dramáticos, y tienen la característica de ser sustituibles. Así en esta telenovela millennial nos encontraremos con intrigas románticas donde las parejas protagónicas sufrirán infidelidades, truenes, peleas por el amor y atención de sus respectivas parejas, al tiempo que se enaltecen los excesos sin fin. Pero si en la telenovela clásica la protagonista suele ser buena, noble y bien intencionada, esta neotelenovela tiene como protagonistas absolutas a Manelyk y Karime, dos mujeres que se alejan del prototipo mártir de María la del Barrio y se acercan a una versión contemporánea de Soraya Montenegro, pues son maquiavélicas, intrigosas, inseguras y no dudan en llevar a cabo acciones en detrimento de los demás.
Esto resulta importante porque el show cumple con una función discursiva aspiracional como lo hacen las telenovelas, trasladando al espectador a escenarios y contextos que difícilmente conocería de otra forma (tomando en cuenta el alto índice de pobreza en México) y que se convierten en ideales a seguir. Pero a diferencia del discurso de la telenovela, donde la persona pobre logra llegar a una posición económica de éxito con base en su esfuerzo o el amor, aquí los pobres son excluidos de un mundo exclusivo de ricos. Y es el reality show mismo, quien dicta la configuración de estas personas (ricas), mediante características físicas e ideológicas, que son aprehendidas y replicadas por sus seguidores, pues el comportamiento y actitudes que emulan son propios de las personas que admiran.
Y es que la influencia de Acapulco Shore es enorme, colocándose como uno de los programas, más vistos de MTV alrededor de Latinoamérica y territorios como España e Italia, acumulando más de 50 millones de espectadores. Ante esto sus integrantes se erigen como modelos a seguir de los jóvenes millennials, quienes no dudan en apoyar sus carreras como cantantes en el caso de Manelyk y Jawy, o como vlogger en el caso de Karime, además de acumular millones de seguidores en distintas redes sociales. Y aunque los productores han negado que los integrantes sean modelos a seguir, un sector de la juventud podría ver en ellos una representación a la cual aspirar. Esto podría explicarse en parte con la falta de oportunidades laborales y la cada vez peor remuneración hacia los millennials en todos estos países: Acapulco Shore representa este espejismo inalcanzable, una vida no sólo de seguridad económica sino de excesos y lujos que muchos de sus espectadores probablemente nunca alcancen, una salida fácil ante el capitalismo depredador. Al mismo tiempo el programa reafirma la nula o poca importancia que se le da a formas de violencia que no sean físicas, y lo normalizadas que se encuentran en nuestra sociedad. Pero sobre todo reafirma una cultura de la imagen donde lo importante es verse fabuloso y tener dinero. Todo lo demás viene sobrando.
Jeremy Ocelotl colaboró en el departamento de programación en distintas ediciones del FICUNAM. Ha escrito en publicaciones como Cultura Colectiva y F.I.L.M.E.
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