Tenemos la carne

Tenemos la carne

Por | 30 de marzo de 2017

El cine de ruptura y transgresión no es algo nuevo ni mucho menos escandaloso. El antimainstream cultural de los años setenta y posteriores lo absorbió y convirtió en parte de ese todo en contra de lo que pontificaban: hicieron de él una nueva moda. Es el sarcasmo del consumismo de lo anticonsumible. Peor aún cuando la original carga contestataria que daba cuerpo y valor a este antiproducto cultural se pierde en aras del protagonismo del individuo (el antiartista vuelto falso profeta) y se convierte en una inofensiva obra de adquisición instantánea.

El reciente cine nacional ha lanzado algunas obras-berrinche que a la manera de un eructo postrresaca, se lanzan descarada y hediondamente en el comedor de quien te ha dado de cenar y beber. La industria del cine mexicano, sus instancias públicas, distribuidoras, festivales y exhibidoras comerciales terminan mimando y hasta premiando los exabruptos de esos párvulos creadores que se suponen (sólo a sí mismos) enfants terribles con la sacra misión evangelizadora a cuestas de formar a nuevos públicos con la falsa promesa de un cine escandalizador, sin tomar en cuenta que todos vivimos ya en un país que no se espanta de nada. Ejemplos hay varios: Navajazo (Ricardo Silva, 2014), Rebeldía y pornografía (Mauricio Parra, 2013), Los muertos (Santiago Mohar Volkow, 2013), Me quedo contigo (Artemio Narro, 2014) y la más reciente Tenemos la carne (2015), opera prima de Emiliano Rocha Minter.

El debut de Rocha Minter (Ciudad de México, 1990) es, según sus propias palabras en distintos foros donde ya se ha presentado (los festivales de Morelia, Mórbido, Masacre en Xoco…), «una idea que surgió en una peda». De ahí en adelante lo que se pueda deducir es responsabilidad del espectador luego de ver 89 minutos de provocaciones en cascada donde no falta ningún “tabú” por ser puesto en la pantalla: desnudos, sexo explícito, gore, fluidos varios, incestos y demás, a partir de la interacción de una pareja de jóvenes y un hombre maduro encerrados en una casa derruida que habrán de convertir en un útero límbico donde la muerte y la vida son una en espacio y tiempo, y el gozo sensorial es la única obligación.

Técnicamente lograda, Tenemos la carne es un ejercicio de cine pánico con cuatro décadas de retraso. El poco fondo va acompañado de un diseño de arte donde la plástica y la fotografía techno son la base medular de una cinta cuyo trasfondo provocador está más cercano a una indigestión con los filmes de Rafael Corkidi, Juan López Moctezuma, el teatro de Roland Topor y, but of course, Alejandro Jodorowsky. El verdadero aprendizaje no se mide ni demuestra con la saturación de las formas vistas, sino en la correcta aplicación de las enseñanzas aprendidas, aunque éstas sean pocas.

De la misma manera en que ese útero (¿o será un intestino grueso?) imaginario expulsa a sus hijos a una realidad para nada transgresora, Tenemos la carne inicia, sigue y concluye, tratando de derribar barreras que tampoco existen. No más allá por lo menos de la febril imaginación onanista de Rocha Minter: el actual cine mexicano continuará apapachando a sus hijos de manera cálida y le obsequiará a cada uno de ellos su pedacito de confort. Los quiere a todos por igual, aunque algunos resulten miopes, feos o lerdos.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. Es uno de los autores de Mostrología del cine mexicano (2015). @JLOCinefago