Una serie de eventos desafortunados, 1ª

Una serie de eventos desafortunados, 1ª temporada

Por | 23 de febrero de 2017

Entre los puntos ciegos más notorios de los relatos audiovisuales está la presencia ocasional de un narrador literario. Los escritores en pantalla o bien suelen parecerse al artista genérico hollywoodense o suelen ser un estorbo para la historia. Hay excepciones, por supuesto, y una muy notoria es el Lemony Snicket de la versión ¿televisiva? de Una serie de eventos desafortunados (A Series of Unfortunate Events, Mark Hudis y Barry Sonnenfeld, estrenada en 2017).

Snicket (Patrick Warburton), claramente deprimido y fatigado, narra, desencantado y monótono, la historia de los hermanos Baudelaire mirando a la cámara y recordando siempre que su final será fatídico. En cierto modo es imposible creerle, a pesar de que los hechos comprueban una y otra vez que sus aseveraciones son correctas. ¿Nos habremos acostumbrado a los finales felices, a las historias donde los niños salen indemnes de las pruebas más crueles? No hay duda de que los creadores de la serie juegan con esa expectativa, o con ese adoctrinamiento, como, al parecer, lo hace el Lemony Snicket literario (pseudónimo de Daniel Handler, San Francisco, 1970) en sus colecciones de libros (Una serie de eventos desafortunados, 1996-2006, All the Wrong Questions, 2012-15, y varios más).

Los Baudelaire perdieron a sus padres en un incendio y son adoptados por un tío lejano y postizo, el conde Olaf (Neil Patrick Harris, en su intento más exitoso por dejar de ser Doogie Howser), interesado en una «enorme fortuna», mencionada una y otra vez, que pasará a manos de Violet (Malina Weissman), la hermana mayor, cuando sea una adulta por ley. Olaf es un actor fracasado, pero con seguidores incondicionales, que se convierte en una especie de dictador ególatra –¿basta con dictador entonces?– convencido primero de que si se casa con su hijastra se apoderará del dinero. Pero no cuenta con que los niños, letrados, ingeniosos –Klaus (Louis Hynes) es un lector voraz; Violet es una tecnóloga– y solidarios, descubrirán su plan y lo desmontarán. Eso los llevará de padre (tío) adoptivo a padre (tío) adoptivo y de artimaña de Olaf a artimaña de Olaf.

La lógica exacta en la primera temporada es: 1) nuevo padre-tío = remanso breve | 2) nueva aparición de Olaf muy mal disfrazado engañando a los adultos pero no a los niños | 3) nuevo desmonte del complot de Olaf | 4) nuevo destino. En dos puntos de cada historia se juega –¿lo hace Snicket?– con las expectativas más amables de los televidentes hacia los personajes para desbaratarlas. Esto se acentúa con la puesta en imágenes de Hudis (Tarrytwon, 1968) y Sonnenfeld (Nueva York, 1953) deudora, sin asomo de duda, de las estéticas de Tim Burton, Wes Anderson y Jean-Pierre Jeunet, con un toque estrambótico y ruidoso que podría provenir de Emir Kusturica. El resultado es repelente y atractivo, esa mezcla perfecta.

Los realizadores de la serie logran reproducir visualmente el tono de Snicket, quien efectivamente va narrando la serie valiéndose del recurso de advertirle al espectador-lector que dedique su tiempo a algo mejor y menos lúgubre para atraerlo. ¿La curiosidad mató al gato? Pues bien,  la curiosidad (curiositas) es un motor poderosísimo. San Agustín en sus Confesiones, la llamaba «lujuria de los ojos», una atracción hacia lo repelente dirigida, en su lenguaje medieval, por «la lujuria por hallar y saber». En nuestro caso nos enfrentamos a la curiosidad por saber si los Baudelaire sí terminarán mal y cómo escaparán de las manos del conde Olaf. Enfrentamos el peligro junto con los personajes desde la neutralidad del sillón, como en las películas de terror, como en los cuentos infantiles viejos.

Y sin embargo, los adultos estamos descolocados. Independientemente de si vemos la serie acompañados de niños, como es mi caso, que aceptan los sucesos más abiertamente. Nosotros, alentados por las referencias cultas hacia la literatura y el cine esparcidas por los episodios estamos doblemente atrapados por nuestra experiencia y nuestra incomprensión del mundo creativo de los niños. Como los personajes, terriblemente torpes ante la asertividad de los Baudelaire. Cegados o entumidos frente a su independencia y su creatividad por nuestra experiencia.

Snicket, personaje directo en los eventos, narrador de la serie y autor semirreal del relato, es decir presente en tres (¿o cuatro?) niveles estructurales, nos pone en evidencia y nos invita a jugar. El mejor ejemplo está en el séptimo episodio, cuando para explicar la diferencia de dos expresiones inglesas casi idénticas, to walk out of the forest (salir del bosque) y to walk out of the woods (salir de peligro), realiza una digresión que parte de Hansel y Gretel, pasa por Caperucita Roja y convierte un libro de ensayos, el Walden, en un ermitaño, que se parece demasiado a Thoreau. Al establecer una relación improbable provoca una relectura de la propia vida cultural donde tienen el mismo valor los textos infantiles y “serios”, que pone en juego la misma idea de cultura en la que él cree al nombrar a sus personajes con apellidos de escritores y músicos famosos: no sólo el ya evidente Baudelaire, sino también, Poe, Strauss, Sebald… Cada narrador es responsable de replantear una tradición –de inventar a sus predecesores, según la muy referida idea de Borges– y, por lo tanto, de invitar a nuevos modelos de lectura. Cosa que también hacen los responsables de la serie con su adaptación de la voz de Snicket a la summa Burton-Anderson-Jeunet.

Aunado a todo lo anterior el máximo logro en la presentación del narrador es que, de algún modo, Snicket al hablar está escribiendo. Es decir, que lo que presenciamos mientras vemos la serie es al mismo tiempo una historia y el proceso creativo que la está generando, con sus ajustes, sus digresiones y sus logros. De ese modo Una serie de eventos desafortunados escapa al punto ciego en el que usualmente se encuentra el narrador literario cuando entra a los mundos cinematográficos.

 

Tres preguntas al margen:

  • ¿Habrá algo tomado de El principito en personajes como el Señor (Sir)?
  • ¿Cómo se puede leer esta serie si se compara, por ejemplo, con El ladrón de orquídeas (Adaptation, Charlie Kaufman, 2002), donde Charlie Kaufman (real y ficticio) y su gemelo Donald Kaufman (totalmente ficticio pero anotado en los créditos reales), jalonean al trabajar un mismo guión desde una perspectiva autoral y desde una perspectiva espectacular, respectivamente? (Y no, no me equivoqué: la película es de Charlie Kaufman aunque esté dirigida por Spike Jonze.)
  • ¿Alguien vio Exbaterista (Ex-drummer, Koen Mortier, 2007)? Esta película basada en la novela homónima de Herman Brusselmans, narra en apariencia la historia de una banda de punk, The Feministis, en la ciudad flamenca de Ostende que invita al único personaje famoso del asentamiento, el escritor Dries, a tocar la batería con ellos. Pero Dries se desespera al tiempo que empiezan a sucederle desgracias al resto de los miembros del grupo, hasta que se revela que él los hace sufrir como personajes de una novela que está desarrollando, y que los odia. ¿Hay algún parentesco entre Dries y Snicket?

Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana y en la Escuela Superior de Cine. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel