Animales fantásticos y dónde encontrar

Animales fantásticos y dónde encontrarlos

Por | 25 de noviembre de 2016

Pertenezco a esa primera generación que vio nacer y desenvolverse el fenómeno de Harry Potter mientras teníamos la edad de sus protagonistas. A los diez años devoré el primer libro y desde entonces esperé ansiosamente cada nueva entrega. Así como yo, ha habido muchos más: niños que crecimos para ser lectores gracias a este fenómeno cultural y que encontramos, tanto en libros como en películas, algo que no habíamos encontrado antes en nuestras jóvenes búsquedas.

Aunque la saga original haya concluido, hoy, la relevancia de Harry Potter se mantiene con películas y libros a los que regresamos, y nuevos proyectos, como la obra de teatro que retoma la historia del trío protagonista y sus hijos 19 años después. Aunque los personajes estén en otro momento de sus vidas, son los mismos y cargan con la historia que nos fue narrada en las primeras siete entregas. Todo parece familiar. Y funciona. Entonces, ¿por qué hacer un spin-off que se desprende tanto del universo original como Animales fantásticos y dónde encontrarlos (Fantastic Beasts and Where to Find Them, Heyday Films, 2016)?

Esta historia es llevada al cine revirtiendo la lógica del bestseller que se vuelve blockbuster. Se trata de un relato construido en función de la industria cinematográfica –aunque también se publicó el libro, que en realidad es el guión y que ya es bestseller. No existe una novela original, sólo el esbozo de un personaje, Newt Scamander, mencionado durante la saga y la publicación, un bestiario, donde se reúnen los resultados de sus investigaciones –y que fue lanzado por J. K. Rowling en 2001 en apoyo a una causa de caridad. El libro original ya era una adenda marginal al universo de Harry Potter.

El espectador casual de las películas de Harry Potter entenderá rápidamente que se trata del mismo mundo mágico pero que, a la vez, todo cambia. Ya no estamos en Inglaterra, sino en Estados Unidos y ahí los asuntos se manejan de otra manera, desde las leyes hasta los términos para referirse a las cosas. También estamos en un momento histórico distinto y no hay un solo personaje que hayamos visto antes. Así como el protagonista que llega a un país extraño, nosotros también estamos en territorios desconocidos.

El mago inglés Newt Scamander (Eddie Redmayne) se dedica a estudiar los animales del mundo mágico y está trabajando en el libro que ya mencionamos. Desde su llegada a Nueva York choca una y otra vez con lo ajeno. Dejando de lado la evidente defensa a la biodiversidad que enarbola el personaje –que también podría leerse como una metáfora más sobre las diferencias y su comprensión–, lo verdaderamente interesante es cómo él mismo se sitúa en un entorno de extrañezas y represiones. Él, como extranjero, destaca en cuanto pronuncia un par de palabras y deja ver no sólo un acento, sino toda una ideología distinta. El hombre que accidentalmente se convierte en su cómplice al no ser mago es un forastero frente a todos los eventos y problemas que se van desatando. La mujer con quien se encuentran trabajaba para el gobierno mágico de Estados Unidos pero ha sido despojada de su puesto y ahora es una especie de outsider dentro del mismo sistema. Hay otro personaje importante que tiene una gran fuerza dentro de sí mismo pero, al no conocerla ni saber cómo controlarla, se ve obligado a reprimirla. Todos son seres extraños en su entorno y, a la vez, son partícipes de una segregación mayor al pertenecer a un mundo mágico que tiene que esconderse del mundo no mágico. Sus peculiaridades se engloban en una gran diferencia que los separa del resto de la humanidad.

«¿A quién estamos protegiendo escondiéndonos?», pregunta un personaje hacia el final de la película. Y, aunque parece evidente cuál es el bando bueno y cuál es el malo, uno no puede dejar de cuestionarse hasta dónde debemos permitir el dominio de la norma y hasta qué punto lo correcto sigue siendo vigente. Lo moral siempre es cuestionable y si hay algo que ha sido enfatizado desde la primera entrega de Harry Potter es que no hay nada completamente blanco ni completamente negro. Nada es tan claro y ésta, más que una fábula de héroes y villanos, es una mirada sobre la complejidad de las diferencias. Sí, el universo construido por J. K. Rowling está hecho para un público infantil pero, a diferencia de las tradicionales estructuras fabuladas condescendientes, describe una gama de matices que se contrapone a la polarización de los bandos. Tal vez ahí es donde radica su ­aparentemente inagotable atractivo: son relatos que tratan a su público con respeto, como seres capaces de comprender que la luz y la sombra funcionan en conjunto, que no se trata de categorías mutuamente excluyentes.

El desplazamiento dentro de este universo ficticio conocido nos permite mirar, desde una plataforma familiar, una nueva zona, y señalar algo que debería ser obvio: en todos lados existe algo diferente y que, a su vez, la extrañeza opera en distintas capas, algunas menos visibles que otras. Antes que intentar aleccionar sobre la tan insistentemente manoseada idea de la tolerancia, recuerda que hace falta trabajar por la visibilización y el reconocimiento de las diferencias. Todo es más complejo que su superficie.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura