Gilmore Girls: A Year in the Life

Gilmore Girls: A Year in the Life

Por | 30 de noviembre de 2016

Gilmore Girls (Amy Sherman-Palladino, 2000-07) siempre tuvo un halo de fábula: la historia de una madre soltera que, al tener a su hija a los dieciséis años, decide huir de su privilegiada vida y sus padres opresores para llegar a vivir a un pueblito fantástico lleno de personajes pintorescos y situaciones simpáticas donde luchará por sus sueños. Conocimos así la relación de complicidad entre madre e hija y, a su vez, la relación conflictiva entre Lorelai (Lauren Graham) y su propia madre, Emily (Kelly Bishop). Vimos a estas tres generaciones de mujeres enfrentarse con los distintos obstáculos y dilemas de cada una de las etapas de la vida que representaban. Logros y decepciones profesionales y escolares, amores y desamores, conflictos intrafamiliares: crestas y valles que alteraban sus universos sin alejarse nunca demasiado de una zona relativamente segura, cómoda. Las siete temporadas televisivas funcionaron con un tono reconfortante, todo parecía una esfera de nieve inmune al mundo real. Pero la realidad siempre nos alcanza.

La última vez que vimos a Rory (Alexis Bledel) estaba saliendo de la universidad mientras Lorelai intentaba hacer las paces con la idea. Todo parecía marchar tranquilamente y dirigirse hacia un lugar pacífico y feliz. Ahora, nueve años después de que la primera se embarcó como periodista para cubrir la campaña de Barack Obama, la situación es otra y parece que la esfera de Stars Hollow tampoco ha podido permanecer completamente ajena a esto. Sin demasiadas alusiones a la gran situación actual pero con una sensación sombría de que algo está pasando más allá, en el mundo, vemos a estos personajes enfrentarse con la dureza del cambio desde sus microuniversos. En los nuevos capítulos producidos por Netflix bajo el título de Gilmore Girls: A Year in the Life (2016) la realidad se vuelve ineludible. Lorelai lleva desde el final de la séptima temporada en una relación estable, pero eso no significa que las dudas y miedos hayan desaparecido; a nuevas etapas, nuevos temores. «Estoy sintiendo mi mortalidad», le dice a Rory en un momento de vulnerable y doloroso. Emily tiene que enfrentarse, por primera vez en cincuenta años, a una existencia sin su recién fallecido esposo y parece insoportablemente perdida. Una Rory treintañera no ha alcanzado a lograr nada de todo lo que su impecable historial académico parecía prometerle; además, se ve incapaz de relacionarse de una manera sana y adulta con sus parejas. El tiempo ha pasado y retomar esta historia después del cierre esperanzador –y un poco cursi– que vimos en 2007 nos recuerda que los finales felices dependen de dónde detengamos el relato.

Los finales satisfactorios hollywoodenses son artificiales. En realidad no todos los cabos pueden terminar atados ni se responderán todas las preguntas. El tiempo pesa: la gente muere, nuestras exparejas eventualmente seguirán con sus vidas, las expectativas no siempre se cumplen como quisiéramos y seguramente nuestros planes irán mutando a lo largo de los años. Y está bien, tanto realidad como ficción necesitan movimiento. Gilmore Girls logra en esta nueva entrega mantener la sensación de apapacho familiar al regresar a aquellos lugares tan queridos por el público (mucho fan-service, muchos cameos y guiños a quienes hemos seguido de cerca la serie desde el principio) y retratar nuevamente la esencia de la aclamada relación entre madre e hija. Y es justo esta zona conocida la que permite que los personajes permanezcan anclados durante los torbellinos que están atravesando.

A la par de la nostalgia, Sherman-Palladino (Los Ángeles, 1966) permite que el mundo exterior permee este pequeño universo y el paso del tiempo sacuda a sus personajes. Sí, las mujeres Gilmore están enfrentándose a la adversidad desde una plataforma de privilegio, pero ya no pueden evitar voltear a ver lo que sucede más allá porque cada vez está más cerca. El entorno de fábula que albergó siete temporadas de crecimiento ahora alberga también duelo, miedo, frustración y, ante todo, cambio. Regresar a Stars Hollow nos recuerda que siguen existiendo rincones cálidos donde todo es un poco más sencillo pero esto, a pesar de lo que nos ha repetido incesantemente Hollywood, no anula la incertidumbre del futuro. La belleza no se encuentra exclusivamente en la comodidad.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura