10 películas para entender la Época de Oro
Por Icónica | 27 de junio de 2016
Sección: Historia(s)
La Época de Oro del cine mexicano es referida como uno de los momentos más importantes de nuestro cine, debido a la cantidad de películas que se produjeron y la calidad que muchas de ellas alcanzaron. Para muchas personas son conocidos nombres como Emilio Fernández, Gabriel Figueroa, Pedro Infante, Tin Tan o Ismael Rodríguez, pero la Época de Oro fue un periodo que, de la mano de directores, actores, productores y todo tipo de artistas, mostró historias complejas que reflejaban los problemas y las ansiedades de la sociedad mexicana. Seleccionamos diez filmes para comenzar entender una de las etapas más interesantes del cine de nuestro país.
¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935)
Las dos obras mayores de Fernando de Fuentes, El compadre Mendoza (1933) y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935), podrían ocupar este sitio por las mismas razones: son retratos descarnados de la Revolución, una desde la óptica de los terratenientes y otra desde la del pueblo llano. En ambos casos la guerra se pinta como una tragedia a la que, por supuesto, los poderosos se acomodan mejor. De cualquier modo se trata de resistencia a la narrativa revolucionaria (institucional) que comenzaba a oficializarse en esa época. Un par de años después ya era imposible realizar películas con este tono. Si elegimos ¡Vámonos con Pancho Villa! es porque está ligada a la historia fílmica mexicana por su héroe, el Centauro del Norte, figura central en el cine al grado de haber firmado un contrato en 1914 con la Mutual Film Corporation que no sólo filmaba sus batallas, sino que, en ocasiones, también las reconstruía para ofrecer un mejor espectáculo en los cines estadounidenses.
Allá en el Rancho Grande (Fernando de Fuentes, 1936)
La producción de esta cinta es reflejo de las calidades entre las que deambularon las películas de la Época de Oro. Luego de haber creado dos obras de gran calidad pero poco atendidas en taquilla, Fernando de Fuentes produjo una obra abiertamente comercial que, entre cantos, amoríos, bailes y frases del habla popular, quiso convertirse en un referente. Y lo logró. Allá en el Rancho Grande fue proyectada a nivel internacional y consiguió un éxito económico irrefutable. El folklor mexicano usado como un valor de exportación complaciente.
La otra (Roberto Gavaldón, 1946)
Una colaboración entre Roberto Gavaldón y José Revueltas para adaptar un relato de Rian James. Este drama criminal, protagonizado por Dolores del Río, explora las contradicciones y el sinsentido de la condición humana. ¿Hasta dónde puede llegar alguien con el fin de salir de la miseria? La protagonista es una gemela que, por celos y envidia, asesina a su hermana para heredar la fortuna del marido millonario de ésta. Fotografiada por Alex Phillips, esta cinta utiliza magistralmente recursos del cine negro.
Campeón sin corona (Alejandro Galindo, 1946)
El complejo del mexicano ante los extranjeros es bien conocido como un estigma del siglo pasado. Y esta película de Alejandro Galindo lo describe cruelmente. Un vendedor de nieves interpretado por David Silva se convierte en un boxeador brillante hasta que se enfrenta a un contrincante estadounidense que, a pesar de ser inferior en el ring, lo vence sencillamente por hablarle en inglés. Una película necesaria para entender a un sector de la sociedad que detenía su progreso al enfrentarse a obstáculos que no podía superar debido a la escasez en los ámbitos educativo y económico.
Enamorada (Emilio“El Indio” Fernández, 1946)
Cuatro nombres que representan lo mejor del cine mexicano: Emilio Fernández, Gabriel Figueroa, María Félix y Pedro Armendáriz. Un relato revolucionario que sentó un precedente del que las telenovelas abusaron hasta el hartazgo. El ejército de Emiliano Zapata toma Cholula y uno de los líderes despoja a los más ricos de sus pertenencias para imponer un nuevo orden. Sin embargo, se enamora de una hermosa mujer, la hija de uno de los hombres más adinerados de la región. Los espléndidos escenarios de esta película construyeron parte del imaginario que sirvió a México para mostrar al extranjero su espectacular naturaleza.
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Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948)
Más allá de la triste historia de Pepe “El Toro” (Pedro Infante) y su sobrina Chachita (Evita Muñoz), de “Amorcito corazón”, de la playera a rayas y la pelea en la cárcel, Nosotros los pobres es probablemente la película que más ha influido en el imaginario mexicano: muchas frases de la película se han incorporado al habla cotidiana, definió un acento mediático para el habla popular de la Ciudad de México, los nombres de la Guayaba y la Tostada se usan para referirse a las parejas de comadres. Además de todo lo anterior es probablemente la cinta más citada por otras producciones del país. Éste es el punto toral para entender el alcance popular del cine de la Época de Oro y, probablemente, el modelo para que nuestro cine alcance de nuevo a las audiencias populares (Eugenio Derbez lo comprendió perfectamente, por ejemplo, en No se aceptan devoluciones [2013]).
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Pueblerina (Emilio “El Indio” Fernández, 1948)
Una de las cintas más importantes de Emilio “El Indio” Fernández, narra la historia de Aurelio (Roberto Cañedo), que regresa a su pueblo después de cumplir una condena en prisión por vengar la violación de su novia Paloma (Columba Domínguez). Pero encuentra que las cosas son muy distintas y se ve obligado a enfrentar situaciones adversas. Con una fotografía impecable de Gabriel Figueroa, en conjunto con una trama sencilla y directa, esta cinta es un drama contundente.
Calabacitas tiernas (¡Ay qué bonitas piernas!) (Gilberto Martínez Solares, 1948)
Esta cinta fue la primera de treinta colaboraciones entre Tin Tan y Gilberto Martínez Solares. La historia es conocida: Tin Tan se hace pasar por un empresario en bancarrota, lo que desenreda un relato cómico donde además hay episodios musicales, romance y una crítica sobre uno de los temas recurrentes de la Época de Oro: el dinero. Una de las cintas más divertidas que guió el resto de la filmografía de Tin Tan, referente de nuestro país no sólo por su humor y carisma, sino también por su vestimenta y su personalidad.
Los olvidados (Luis Buñuel, 1950)
Los olvidados es una de las obras cumbre de Luis Buñuel y uno de los puntos más altos de la industria mexicana en términos narrativos, estilísticos y conceptuales. Se trata de una historia de la miseria y de los círculos perversos que la hacen prevalecer. Su relevancia histórica, más allá de sus méritos estéticos indudables, está en ser el punto donde el cine artístico a la europea se encontró con el público mexicano y abrió camino para el desarrollo del cine autoral posterior a la Época de Oro.
El vampiro (Fernando Méndez, 1957)
Las historias misteriosas y terroríficas que rodean a nuestro territorio nunca fueron mejor representadas en el cine como en El vampiro y El ataúd del vampiro, ambas de 1957, por las que además Germán Robles fue reconocido como uno de los mejores vampiros no sólo de México, sino del mundo. En la primera, una mujer que quiere visitar a su tía enferma se encuentra repentinamente con una carreta que transporta el mal desde Hungría. Envuelta por un halo enigmático y al mismo tiempo elegante, El vampiro abrió un camino al que el cine mexicano regresó una y otra vez: la producción de películas de culto.
Agradecemos a José Luis Ortega Torres y Fernando Mino por su asesoría y colaboración en esta serie.
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