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La estrategia del caracol: Un retrato atemporal de la desigualdad en Colombia

Por | 4 de diciembre de 2020

En palabras de Gabriel García Márquez, La estrategia del caracol «es la película que mejor refleja a Colombia en toda la historia del cine nacional»[1] y es que, aunque se haya estrenado en 1993, su argumento logra sincronizarse profundamente con las peticiones que miles de colombianos manifestaron el pasado 21 de noviembre, en una de las movilizaciones sociales más grandes en la historia del país.

Ese reflejo del que habló Gabo no gira en torno al café o al narcotráfico, sino que hace referencia a la realidad que sigue haciendo de Colombia el país más desigual de América Latina en distribución de tierras, el mismo desafío que enfrentan los inquilinos de la Casa Uribe, protagonistas de La estrategia del caracol (Sergio Cabrera, 1993), tras recibir una amenaza de desalojo por parte del propietario del inmueble. Aunque una historia como esta parece rutinaria para América Latina, su relato adquiere un sentido particular para Colombia, el país con más desplazados internos del mundo, un fenómeno que no cede a pesar de la firma de los acuerdos de paz con las FARC, en 2016, donde la distribución de la tierra fue el primero de los seis temas acordados.

Las cifras de pobreza y violencia que Colombia sigue registrando en la actualidad, no son la única evidencia de la atemporalidad del filme y de su estrecha concordancia con la desigualdad estructural del país. Si bien la película llegó a los cines en la primera mitad de la década de los noventa, su guion fue basado en una noticia de 1975, según explica Sergio Cabrera, su director. Específicamente, se trata de una nota del diario El Tiempo titulada “Se evapora inquilinato”, en la que un juez encontró que la casa que pretendía desalojar, había prácticamente desaparecido después de que sus habitantes se llevaron todo lo que pudieron, como único recurso para evitar perder la vivienda que durante años habían ocupado.

El cine colombiano no ha sido ajeno a la desigualdad del país. Desde documentales como Chircales (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1972), pasando por cintas animadas como Pequeñas voces (Óscar Andrade y Jairo Eduardo Carrillo, 2010), hasta largometrajes de ficción como Rodrigo D. No Futuro (Víctor Gaviria, 1990) o La vendedora de Rosas (Gaviria, 1998), dan cuenta de la marginalidad y de la violencia estructural que ésta trae consigo. No en vano, al proponerse hacer un recorrido por la historia del cine nacional, el documental Pirotecnia (Federico Atehortúa Arteaga, 2019) sugiere que «para hablar de Colombia, hay que hablar de la guerra».

Así, La estrategia del caracol es en parte resultado de un contexto marcado por el conflicto y la pobreza constantes y hasta cierto punto naturalizados, pero también, de un singular proceso de producción que empezó a finales de los ochenta, con diversos aspectos que marcarían un antes y un después para el cine colombiano, como el abaratamiento de los costos que supuso el video digital, cambios a nivel de talento con profesionales mejor capacitados y, además, la entrada en funcionamiento de entidades públicas como la Dirección de Cinematografía y Proimágenes en Movimiento.[2]

Al mismo tiempo, la renovación del cine en Colombia coincidió con eventos clave del panorama nacional, determinados por el aumento del poder del narcotráfico, el desplazamiento forzado, la delincuencia y la marginalidad, temas que si bien no eran novedosos para el país, sí se hacían críticos en los entornos urbanos y por lo mismo, resultaban contingentes y particularmente intrigantes para la opinión pública de la época. El rodaje y proyección de La estrategia del caracol transitó todo ese proceso, lo que le otorga un papel relevante en el mismo.

A propósito de la ciudad, es en Bogotá donde se producen los hechos de la película (y los de la historia original que la inspiraron) y donde se concentraron las manifestaciones más numerosas del Paro Nacional en 2019. En ambos casos, además, quienes protagonizan los hechos no son sólo los locales, sino la población “de afuera”, quienes se desplazan a la ciudad como único recurso y con la expectativa de conseguir algo, como es el caso de los habitantes de la Casa Uribe en la cinta, y de los manifestantes de la llamada Guardia Indígena en las marchas, una organización de los pueblos originarios del Pacífico colombiano que se trasladó masivamente hasta Bogotá para participar del movimiento nacional.

De esta manera, el cine y la protesta se dirigen a la ciudad, con lo que la Colombia rural y la urbana se entremezclan, dentro y fuera de la pantalla, para hacer frente a un rival común. Estos códigos podrían dar muestra de ese periodo del cine, pero también, del momento de la sociedad colombiana.[3] En La estrategia del caracol, Cabrera hace una representación hasta cierto punto reivindicadora de la población vulnerable, no solo por el final de la historia, sino también por las características de algunos de los personajes, como la destreza verbal de El Paisa, el ingenio y habilidad técnica de Jacinto o el bagaje profesional de Romero, todos miembros de la comunidad. De hecho, el filme es probablemente el primero del país en contar con un personaje transgénero, otorgándole además un papel clave para la resolución del conflicto. No obstante, cabe también mencionar que varios de ellos recaen en estereotipos y roles de género hegemónicos, por ejemplo, al limitar el aporte de la mujer trans al uso de su cuerpo o al asignarle el liderazgo a dos hombres de la capital y otro de origen europeo.

En ese sentido, ¿qué significados pudo haber producido La estrategia del caracol que se vieran revelados en la Colombia del Paro Nacional?

La película inicia con el drama de una vivienda en plena operación de desalojo y un vecindario que se resiste. El violento intercambio entre la policía y la población termina en la muerte de un niño que habitaba el sitio, «uno de los detonantes de la acción de La estrategia del caracol». Detonante como el asesinato de Dilan Cruz, un joven que terminó por convertirse en uno de los mayores símbolos de la revuelta, al ser abatido por un disparo de la fuerza pública en medio del Paro Nacional.

Todos los desalojos que han dejado a un montón de gente sin techo y hogares llenos de luto, se deben única y exclusivamente a dos motivos: primero, la injusticia de la justicia, y segundo, la falta de estrategia de la clase inquilinal.
Gustavo Calle Isaza.

Calle Isaza, uno de los personajes más relevantes de la película, reconoce con este diálogo la injusticia que deben enfrentar, pero al mismo tiempo plantea el valor del ingenio de la población para hacer frente a esa problemática. En el caso concreto de la Casa Uribe, se evidencia un nuevo orden a través del papel activo que los personajes asumieron en sus formas de actuar, equivalente al escenario de las manifestaciones que tuvieron lugar en Colombia, donde métodos inéditos de participación, como el cacerolazo, ensancharon los límites de la protesta social, llegando a resignificar el acto de manifestarse. Así, el otorgar nuevos significados deriva en nuevos órdenes culturales.[4]

Por otro lado, los vínculos sociales de los vecinos en la película pueden asimilarse al tejido social de los manifestantes en la marcha. En la Casa Uribe se observa que, previo a su estrategia, los inquilinos tienen una relación distante e incluso confrontativa. Sin embargo, con el desafío común empieza a dibujarse un aparato comunitario más sólido, una suerte de “campo vecinal” que se asemeja al del Paro Nacional, cuando diversos campos como el académico, el artístico y el indígena, lograron confluir para conformar uno común y superior. Así, la sociedad de las marchas y de la película dejan ver una serie de signos comunes, como la lucha por la igualdad, que se denota a través de asambleas vecinales, el discurso por la dignidad y la ciudad ruralizada y diversa. Asimismo, los dos eventos coinciden en un significado connotativo caracterizado por la resistencia ingeniosa, colectiva e intencionalmente pacífica.

Las imágenes no pueden limitarse al pasado o a su función de registro o entretenimiento,[5] por lo que es preciso reconocer su valor histórico y el efecto individual y cultural que consiguen. Así, La estrategia del caracol constituye una pieza que además de reflejar la realidad del país, busca hacerle contrapeso a la desigualdad y reivindicar el papel de la ciudadanía a través de su propuesta de sentido, en este caso, a punta de pericia y solidaridad, palabras que también caben en esa realidad que describió García Márquez. Con obras como esta, el cine reafirma su importante función social como un canal para las representaciones que la sociedad hace de sí misma[6] y de las memorias colectivas que conserva.


Camilo Sánchez, publicista dedicado a la comunicación en organizaciones sin fines de lucro, estudia la maestría en Comunicación Social de la Universidad de Chile. Diplomado en Fotografía por la Universidad Nacional de Colombia y en Guión Cinematográfico por la Escuela de Cine de Chile.


[1] Casimiro Torreiro, “‘La estrategia del caracol refleja lo que es Colombia’, según Sergio Cabrera”, El País, Madrid, 7 de julio de 1994.

[2] Oswaldo Osorio, Realidad y cine colombiano: 1990-2009, Universidad de Antioquia, Medellín, 2010.

[3] Jacques Aumont, Alain Bergala, Michel Marie y Marc Vernet, “Cine narrative: Objeto y objetivos de estudio”, en Estética del cine: Espacio fílmico, montaje, narración, lenguaje, Paidós, Barcelona, 1985.

[4] Zymunt Bauman, La cultura como praxis, Paidós, Barcelona, 2002.

[5] David Freedberg, El poder de las imágenes: Estudios sobre la historia y la teoría de la respuesta, Cátedra, Madrid, 1992.

[6] Jacques Aumont et al., op. cit.