Pienso en el final

Pienso en el final

Por | 18 de septiembre de 2020

Una joven de nombre incierto –Lucy o Louise o Lucia o Amy (Jessie Buckley)– acompaña en automóvil a Jake (Jesse Plemons), su novio, a la casa de sus padres. Afuera está nevando cada vez más fuerte. La tensión entre ambos es notable, señal de un noviazgo a punto de quebrarse. Ella no está nada entusiasmada con el viaje y está pensando en terminar las cosas. ¿Pero terminar qué? ¿Su vida? ¿Su relación con Jake? ¿Ambas cosas? Quién sabe.

En apariencia, esta sencilla premisa, adaptación de la novela homónima de Iain Reid, promete un relato simple. Sin embargo, Charlie Kaufman (Nueva York, 1958), no es reconocido por elaborar narrativas fáciles de digerir, y esta no es la excepción. Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things, 2020) es, en realidad, una compleja exploración de la laberíntica psique de un hombre acomplejado que no ha sabido aprovechar su vida y quien, en efecto, es el único personaje real de la película.

Jake es aquel viejo y triste conserje (Guy Boyd) que imagina los acontecimientos del posible relato del joven Jake y su novia, “la joven” (como aparece en créditos). Ella es una manifestación de la psique de Jake. Hay muchos indicios que así lo sugieren, como la foto en donde las dos identidades se disuelven, o el hecho de que él puede escuchar sus pensamientos, o que la voz en el teléfono de ella es la del conserje, etc. De esta forma, todo lo que ella piensa o expresa, en realidad es el sentir del viejo Jake, pensando en terminar las cosas.

La casa de los padres de Jake es un sitio inquietante. Todo es raro ahí: el pasar del tiempo, la actitud de los padres, el sótano, incluso el perro. Este no-lugar ajeno a las leyes físicas del espacio-tiempo es, en realidad, una suerte de prisión mental de Jake. Es la casa donde nació, creció y, por qué no, donde también envejeció. La relación que Jake tuvo con aquellos padres (Toni Collette y David Thewlis) excesivamente incómodos y complacientes, fue de una enorme dependencia mutua. Él se dedicó a cuidarlos devotamente, como la mujer joven le dice, sin haber podido dedicar tiempo a su propia vida e irse del hogar. De hecho, cuando Lucy o Lucia sugiere que es momento de irse de la casa, él le contesta que trae cadenas como pretexto para no partir de inmediato. ¿De qué tipo de cadenas habla Jake?

La actitud de Jake también es una señal de lo inconforme que está con su vida. Si bien, es un hombre culto que podría haber sido virólogo, pintor, poeta o estudiar física cuántica o gerontología, como Lucy o Amy, también es alguien iracundo y aprensivo. Guarda mucho resentimiento a causa de una existencia frustrada, o diligente quizás, como su madre siempre hace hincapié. Es también alguien sumamente temeroso y acomplejado. Cuando aparecen las chicas atractivas que atienden la heladería –idénticas a dos chicas crueles de la escuela en donde trabaja como conserje–, se siente intimidado y empequeñecido, siendo incapaz de hablar o de siquiera mirarlas.

Es tentador poder endilgarle los traumas psicológicos a alguien, dice Jake, aludiendo a la teoría freudiana que afirma que esos problemas los desencadena la relación con la madre. Es, de hecho, la madre de Jake quien le advierte a Lucy que él tiene a mal encerrarse en sí mismo y que, además, puede llegar a ser demasiado controlador. Ella admite tener algo de culpa, por lo que, se siente obligada a complacer sus caprichos. Un círculo vicioso de excesiva dependencia mutua, como ya se había mencionado. No obstante Lucy o Amy o la joven le dice a Jake que aquella teoría freudiana son puras tonterías misóginas: en la adultez uno debe ser capaz de asumir la responsabilidad de quién es. Asimismo, el cerdo con gusanos (quizás esa es la imagen que el viejo Jake tiene de sí mismo) le da una lección de sabiduría, haciéndole ver que todo en la vida es mejor cuando se deja a un lado la autocompasión y se enfrenta la realidad con entereza, sin intentar torcer el mundo para que se ajuste a uno mismo, sino reaccionando a la realidad tal cual es, justo como él lo hace, pese a ser un cerdo infestado de gusanos.

Al final, Jake recibe el “bien merecido” reconocimiento en la forma de lo que parece ser la entrega del premio Nobel. Sin embargo, es evidente que la escena es sólo un anhelo. Se trata de lo que Jake cree merecer, pese a no haber corrido ningún riesgo por vivir su vida, por cumplir sus sueños. Ése es, según podría interpretarse, el único consuelo, si se le puede llamar así, de quienes no se arriesgan por existir a toda costa. El mero anhelo de algo que pudo ser.

Una película triste, en realidad. Detrás de esos crípticos símbolos y de la complicada narrativa, se esconde un relato muy humano que, como menciona Lucy aludiendo a las aspiraciones de la poesía, alcanza cierta universalidad en lo específico una vez que se logran descifrar los enigmas.

En Pienso en el final, Kaufman nos dice que el mundo no es fácil, ni mucho menos justo. Se requiere de enorme determinación y valentía para sobreponerse a las dificultades y buscar la realización propia. Claudicar en esa búsqueda es fácil, sin embargo. Si se es débil, uno puede terminar existiendo para complacer a otros, al margen de lo talentoso que sea. Esto orilla al individuo a la frustración y al resentimiento hacia otros, pero, sobre todo, hacia sí mismo. Ese camino es peligroso y puede llevar a creer que la única salida es ponerle fin a todo.


Octavio Rivera Ramírez estudia Cine en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM y forma parte de la redacción de Icónica.