La primer cinta segundona (en realidad d

La primer cinta segundona (en realidad de tercera) que bien representa a la T de 4ª

Por | 21 de enero de 2020

Sección: Opinión

Temas:

Placa de acero (Abe Rosenberg, 2019).

Qué significativa es Placa de acero, película que tiene el mismo defecto de origen que la mayoría del reciente cine mexicano, idéntico a la ideología de la T de 4ª.

El defecto consiste en proponer una cosa y entregar otra. El tráiler sugería cierto tipo de comedia de segunda, de tinte policial, influenciada por ese subestilo de las Locas Academias de Policía, que tuvieron al menos seis entregas entre 1984 y 1989. O sea, la propuesta era hacer algo cómico sobre cómo un novato se integra a las filas de la policía activa. Descubriendo ahí que la vida real no es como en la academia.

La idea no da para una comedia redonda (exige mucha prueba y error armar chistes visuales o verbales); ni siquiera para una variación –o plagio, como le gusta el cine mexa reciente–, de cintas tipo Bad Boys, donde se mezcla acción entre descansos cómicos, a veces rudos e incorrectos. Como nada de esto hay en la propuesta, debido a que se descarta de inicio hacer un entretenido film policial, el híbrido queda trunco.

Placa de acero plantea el conflicto del recién graduado policía Roberto Recto (sic, porque la vida se encargará de sodomizarlo; Alfonso Dosal, con expresión de andar constipado, cuyo rolling gag es ser objeto de todo tipo de bromas por su inverosímil apellido), al ser asignado a la patrulla del bigotón Adrián (Adrián Vázquez, ¿con papel a la medida de su –limitado– talento histriónico?), quien es medio transa, medió buena onda, medio mamón; un cuico medio profesional. O sea, un collage de todo y nada, sólo la imagen de un uniformado machín, aventado pero bien bestia. La pareja protagónica enfrenta un poderoso cártel, encabezado por Noé Hernández, que distribuye una droga capaz de convertir a quien la consume en caníbal.

El tema se aborda con rigurosa solemnidad. La morcilla queda en manos de Adrián, y es contra el tieso Recto, que quiere jugar con las reglas más rígidas –tiene otros datos que sólo él entiende basados en su cartilla moral que se desconoce, pero representa a un tira  limpio por decreto–, sin darse cuenta de que su actitud nada tiene que ver con la vida de Adrián, cuya familia en determinado momento es amenazada (la casa quemada, pero por obra y gracia del complaciente guión nadie resulta herido o muere). Esto afecta al buen Recto, que siente no lo duro sino lo tupido bien adentro de su retentiva personalidad anal.

Lo que el cartel promocional propone («Uno es invencible, el otro inservible»), aparece sin pizca de humor. Siguiendo pistas por intuición, con otros inadaptados policías (una gorda, un torpe, un ninguneado y, no podía faltar, el soplón genérico juntacadáveres), el par de azules descubren un submundo –literal– bajo el asfalto.

El trabajo en parejita se da en cuanto a Recto se le empina por haber inhalado sin querer la droga maldita. Por supuesto, hace el ridículo públicamente convirtiéndose en mayor hazmerreír, si eso es posible, en una película cruel con él, confirmando cuán insuficiente es la intriga. Eso sí, significativa de la vida policial bajo la T de 4ª.

Destaca mucho el tema del «neo» policía, como corresponde a una Guardia Nacional de caricatura, que se une a un cuerpo dizque corruptor, pero con valores clave para sobrevivir: la hermandad entre colegas, el respeto a los mandos superiores y los diferentes (obesos, histéricos, feos); un concepto de vida más fluido que el indignado mesianismo de Recto con el que señala defectos ajenos.

Las recurrentes comedias que inundan el cine nacional no dan risa porque derivan hacia temas mal tratados, donde lo fundamental es crear un cine comercial que es simple discurso sin sustancia; un producto semiprofesional que idealiza un concepto ideológico que nunca cuaja.

Jamás se aprende de las diferencias, ni se concilia, ni la rigidez de Recto se ablanda, para que le dé cabida a la vida, con todo y sus pequeñas corrupciones, incluidas las violaciones al reglamento policial y hacerse de la vista gorda ante diversas situaciones que, por ejemplo, afectan a Adrián cuando hay una especie de pesquisa interna que pone en duda su también líquida honorabilidad. El tema central es la apología de lo Recto en profesión que se mueve entre dos aguas insalubres. Claro, los malosos, al morir sin ser llevados a la justicia, existen para insertarse en la recta vida de Recto y darle una lección, sin moraleja, ni diversión. Y como a la película sólo le importa la taquilla, el happy end por eso es a chaleco.

Placa de acero no es ni chicha ni limonada, justo la mojiganga infracinematográfica que se merece la T de 4ª. Bravo.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.